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EL SUEÑO DE LA TUMBA


Enviado por   •  14 de Diciembre de 2011  •  1.271 Palabras (6 Páginas)  •  628 Visitas

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El Sueño de la Tumba.

Para el resto de los mortales, el día comienza con el lento abrir de los ojos, con ese diario debatir entre el olvido del sueño y la aterradora conciencia del día.

Para mí, en cambio, la existencia deja de ser un sueño cuando Ella ilumina la realidad con las brumas de su sonrisa.

Ya no recuerdo cuándo la conocí, ni siquiera si llegué a conocerla realmente, aunque pienso que fue hace algunas semanas. Las fechas no tienen ningún valor para mí. Los días no me envuelven, no pueden contenerme. Yo soy quien transita por esa abstracción que es el tiempo, y no al revés. Sé que esto puede sonar extraño, o incluso pueril, pero es la verdad.

Mi relación con Ella no puede describirse con palabras convencionales, ya que nada hay de convencional en nosotros.

Lo que sí puedo describir es nuestro primer encuentro. Ya he dicho que no puedo evocar cuándo nos conocimos, aunque el resto de aquel día brilla en mis recuerdos con una intensidad cegadora, casi onírica. A veces pienso que nunca abandoné aquella mañana bajo sus ojos, que por alguna extraña ley del destino mi realidad ha quedado suspendida, congelada; repitiendo la misma estúpida secuencia de movimientos.

Es curioso, basta con sentir el amor de una mujer para que el mundo se detenga; si no la hubiese conocido, aquella mañana sería una sombra en la memoria, o ni siquiera eso, sin embargo, después de ser contemplado por sus ojos, aquella mañana siempre se estará desarrollando, sus infinitas sutilezas no se perderán, al menos hasta que desaparezca el último que las recuerde.

Era una mañana despejada, Ella caminaba hacia mí con la mirada en otra parte. Sus pasos eran seguros, pero sobre sus hombros se adivinaba una carga, algo difícil de definir, pero perceptible. Cuando ya pasaba a mi lado, sus ojos me percibieron, o mejor dicho me atravesaron. Nunca había sentido algo semejante, ya que la gente suele ignorarme alegremente; incluso a veces siento el impulso de mirarme en un espejo para comprobar que existo, que soy real.

Su mirada duró apenas un instante, luego siguió caminando.

No sé qué la impulsó a retroceder, nunca me lo dijo, pero lo cierto es que sentí sus pasos firmes mientras venía hacia mí.

No alcé la mirada, no quería incomodarla con la visión por demás desagradable de mi rostro. Dejé que se acercara sin invadirla. Se sentó frente a mí en el pasto, y dijo:

_Sos lindo...Martín...

Mis ojos estaban clavados en el pasto, no hubiese podido alzarlos aunque el destino del mundo dependiera de ello. Sentía mil palabras agitándose en mi boca, pero mis labios se negaban a abrirse. Supongo que aquel congelamiento duró algunos instantes, aunque no podría asegurarlo. Finalmente, alcancé a articular unas pocas palabras:

_¿Quién sos?

Silencio. Ella tampoco me miraba.

_Parece que estamos igual de solos._dijo, mientras arrancaba una flor seca del piso.

Era cierto, al menos en mi caso.

El resto de la mañana la pasamos en silencio. Creo que nuestras presencias nos brindaron cierta calidez. Como si no necesitásemos demasiadas introducciones para sentirnos cómodos.

Ya era bien entrada la tarde cuando Ella finalmente se puso de pie, alizando con manos pálidas su vestido negro.

_Creo que voy a volver. Me gusta tu compañía._ dijo, y se fue.

Mi vida se convirtió en un eterno esperar. La ansiedad me corroía por dentro, como un grito que nunca se termina de proferir, pero que sigue latiendo en los oídos con un palpitar que no deja lugar para otro pensamiento.

Pasaron los días, o las semanas, hasta que apareció nuevamente.

Su ausencia me había permitido ensayar aquel torbellino de palabras que hubiese deseado decirle.

De nuevo, se sentó en el pasto, frente a mí.

_¿Siempre estás acá?_preguntó.

Estaba por responder que sí, cuando Ella comenzó a reírse.

_Perdón_dijo._A veces hago chistes malos cuando estoy nerviosa...

Creo que me sentí halagado;

...

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