El Laberinto De La Soledad
Enviado por sandraelizalde • 9 de Septiembre de 2012 • 3.055 Palabras (13 Páginas) • 470 Visitas
Introducción
El libro consta de 9 textos: "El pachuco y otros extremos"; "Máscaras mexicanas"; "Todos santos, día de muertos"; "Los hijos de la Malinche"; "Conquista y Colonia"; "De la Independencia a la Revolución"; "La inteligencia mexicana"; "Nuestros días" y el Apéndice: "La dialéctica de la soledad."
El laberinto de la soledad parte de una verdad trágica e irrevocable: en el ser mexicano está presente, aún después de muchas generaciones, el hecho de que se trata de un pueblo surgido de una violación; la mujer indígena sojuzgada por el blanco, mestizaje violento que resulta - para Paz- determinante en el desarrollo histórico de México.
Dice Paz: "En todas sus dimensiones, de frente y de perfil, en su pasado y en su presente, el mexicano resulta un ser cargado de tradición que, acaso sin darse cuenta, actúa obedeciendo a la voz de la raza..."
El autor analiza diversas expresiones, actitudes características y preferencias distintivas para llegar al fondo anímico donde se han originado. Las secretas raíces conservan ligaduras que atan al hombre con su cultura, adiestran sus reacciones y, al darle su conformación definitiva, sustentan el armazón interna del espíritu nacional, latente en el trasplantado, "manifiesto dentro de sus fronteras, eficaz siempre".
"La soledad, el sentirse y el saberse solo, desprendido del mundo y ajeno a sí mismo, separado de sí, no es característica exclusiva del mexicano. Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos. Vivir, es separarnos del que fuimos para internarnos en el que vamos a ser, futuro extraño siempre. La soledad es el fondo último de la condición humana.
El hombre es el único ser que se siente solo y el único que es búsqueda de otro. Su naturaleza -si se puede hablar de naturaleza al referirse al hombre, el ser que, precisamente, se ha inventado a sí mismo al decirle "no" a la naturaleza- consiste en un aspirar a realizarse en otro. El hombre es nostalgia y búsqueda de comunión. Por eso cada vez que se siente a sí mismo se siente como carencia de otro, como soledad.
El pachuco y otros extremos
Ésta parte relata cómo concebimos nuestro origen los mexicanos. Al principio, no tenemos claro de dónde venimos, quiénes somos y a dónde queremos llegar; sólo seguimos un patrón de conductas y costumbres que se nos son impuestas y que debemos seguir porque bajo esos patrones vivieron nuestros ancestros. Por lo tanto, no nos permitimos crecer.
Se define como pachuco al mexicano residente en Estados Unidos, con actitudes que ocultan pero al mismo tiempo realzan su origen; se nos dice que es místico por su vestimenta: una moda demasiado estilizada que por lo mismo deja de ser cómoda. Éstos mexicanos se avergüenzan de su origen y aunque sepan la lengua nativa y tengan mucho tiempo viviendo allí, hay algo que los hace inconfundibles: el temor a una mirada ajena, su inestabilidad… y es que comparándonos con los norteamericanos, para nosotros los mexicanos el mundo es algo que se puede redimir, mientras que para ellos es algo que se puede perfeccionar. Los norteamericanos son seres que no maduran nunca, pues desde pequeños se les enseña a ver sólo lo positivo de lo existente, por lo tanto viven pensando que están en un mundo perfecto, en un país perfecto, en una sociedad perfecta; mientras que nosotros los mexicanos vivimos con la expectativa de volver a ser alguien más. Máscaras mexicanas.
“Corazón apasionado, disimula tu tristeza - Canción popular –
El mexicano se me aparece como un ser que se encierra y se preserva; máscara el rostro y máscara la sonrisa. Atraviesa la vida como desollado; todo puede herirle: palabras y sospecha de palabras.
Entre la realidad y el individuo mexicano se establece una muralla, no por invisible menos infranqueable. El lenguaje popular refleja hasta que punto nos defendemos del exterior: el ideal de la “hombría” consiste en no “rajarse” nunca. Las mujeres son consideradas inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su sexo, en su “rajada”, herida que jamás cicatriza. Nuestra integridad masculina corre tanto peligro ante la benevolencia como ante la hostilidad; toda abertura de nuestro ser entraña una disminución de nuestra hombría, nuestra cólera no se nutre nada más del temor de ser utilizados por nuestros confidentes, sino de la vergüenza de haber renunciado a nuestra soledad.
El mexicano, contra lo que supone una superficial interpretación de nuestra historia, aspira a crear un mundo ordenado conforme a principios claros. En cierto sentido, la historia de México, consiste en una lucha entre las formas y formulas en que se pretende encerrar a nuestro ser y las explosiones con que nuestra espontaneidad se venga. El hombre, es un compuesto, el mal y el bien se mezclan sutilmente en su alma.
En varias comedias se plantea la cuestión de la mentira: el mentiroso se miente a si mismo, tiene miedo de si. Los valores son una herencia grecorromana, no expresan nuestra espontaneidad, ni resuelven nuestros conflictos. El simulador pretende ser lo que no es, llega un momento en que realidad y apariencia, mentira y verdad, se confunden. Nuestras mentiras reflejan lo que somos y lo que deseamos ser. No solo nos disimulamos a nosotros mismos, también disimulamos la existencia de nuestros semejantes: los ninguneamos, una operación que consiste en hacer de Alguien, Ninguno.
El mexicano aspira a crear mundos cerrados, en la esfera de las relaciones cotidianas procura que imperen el pudor, el recato y la reserva ceremoniosa. Las miradas extrañas nos sobresaltan porque el cuerpo no vela intimidad, sino la descubre. La virtud que más estimamos en las mujeres es el recato, como en los hombres la reserva. En nuestro México, más fuerte que las pirámides y los sacrificios, que las iglesias, los motines y los cantos populares, vuelve a imperar el silencio, anterior a la historia.
Todos santos Día de Muertos
El solitario mexicano ama las fiestas y las reuniones públicas. El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros.
Pero no bastan las fiestas que ofrecen a todo el país la Iglesia y la república. La vida de cada ciudad y de cada pueblo está regida por un santo al que se festeja con devoción y regularidad.
Los pases ricos tienen pocas: no hay tiempo, ni humor, las gentes tienen otras cosas que hacer y cuando se divierten lo hacen en grupos pequeños. En las fiestas el mexicano se abre al exterior, silba, grita canta, arroja petardos, descarga
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