Ensayo De Aristoteles
rafaelromero11 de Junio de 2012
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Los dialécticos reconocen que todas las fórmulas deben ser provisionales, limitadas,
aproximadas, debido a que todas las formas de existencia son transitorias y limitadas. Esto ha de
aplicarse igualmente a la ciencia de la dialéctica y a las formulaciones de sus leyes e ideas. Dado
que los dialécticos tratan con una realidad siempre cambiante, compleja y contradictoria, sus
fórmulas tienen unas limitaciones intrínsecas. En sus interacciones con la realidad objetiva y en su
proceso propio de autodesarrollo, relacionado con esta actividad, la reflexión dialéctica crea,
mantiene, y luego deja de lado fórmulas en cada etapa de su crecimiento. La propia dialéctica
crece y cambia, a menudo de modo contradictorio, en concordancia con las condiciones materiales
e intelectuales específicas que gobiernan su desarrollo. Ha pasado ya por dos etapas de desarrollo
cruciales con la versión idealista de Hegel y la forma materialista del marxismo.
La reflexión dialéctica no puede, por lo tanto, verse enteramente encerrada en ninguna serie fija
de fórmulas, ni puede la dialéctica ser codificada del mismo modo y en la misma medida que la
lógica formal. Pedir cosa semejante a la dialéctica, tratar de imponer fórmulas perfectas a sus
procesos, revela que se es cautivo del método del pensamiento formal. Es algo ajeno a lo esencial
de la naturaleza, al espíritu vivo de la dialéctica como método de pensamiento. «Gris es la teoría,
amigos míos, pero verde es el árbol eterno de la vida», dice Goethe.
Pero esto no significa en absoluto que la dialéctica no esté sujeta a leyes, ni que esas leyes no
puedan establecerse en términos claros. Toda lógica debe ser capaz de una determinación y una
expresión categóricas. De no ser así, estas lecciones mías serían una empresa sin sentido, y sería
imposible una ciencia de la lógica. De otro modo, la reflexión lógica se disolvería en escepticismo o
en misticismo, que es la consecuencia del escepticismo. Nada de lo que ocurre es el resultado de
fuerzas arbitrarias, sino que es el resultado de leyes determinadas y que operan regularmente.
Esto es aplicable a los procesos mentales que directamente incumben a la lógica. Existen leyes de
los procesos mentales. Pueden ser descubiertas, conocidas, utilizadas.
La dialéctica incorpora en su sistema y utiliza el aparato de la lógica formal: definición estricta,
clasificación, coordinación de categorías, silogismos, juicio, etc. Pero convierte esas herramientas
del pensamiento en sus sirvientes y en sirvientes, y no amo, del proceso de pensamiento. Esos
elementos del pensamiento lógico deben adaptarse a los procesos de la realidad y a la realidad del
pensamiento. No se les puede permitir traspasar las fronteras de su utilidad ni obligar tanto a la
realidad objetiva como al pensamiento a adaptarse a sus mecanismos, como hacen y exigen los
formalistas fanáticos.
En la industria, las herramientas están subordinadas y adaptadas a las necesidades del
proceso de producción y del producto, y no a la inversa. Así debe ocurrir con las herramientas del
pensamiento forjadas por la lógica formal y por la dialéctica. Cada una de ellas tiene que encontrar
su lugar propio en el proceso de la producción mental y cooperar con otras herramientas y
operaciones para producir el resultado deseado: una correcta reproducción conceptual de la
realidad material.
Trotsky, en Mi vida, refiriéndose a la teorización formalista de un profesor alemán, Stammler,
autor de un tratado sobre «la economía y la ley», que influenció a ciertos intelectuales socialistas
europeos, del mismo modo que las ideas del filósofo Morris Cohen influyeron en ciertos
intelectuales americanos, observaba: «Fue simplemente otro de los innumerables intentos de
encerrar la gran corriente de la historia natural y la historia humana, desde la ameba hasta el
hombre de hoy y de mañana, en los anillos cerrados de las categorías eternas; anillos que sólo
poseen realidad como grabaciones en el cerebro de un pedante.»
Es difícil quitarse de encima los hábitos mentales inculcados por los pedantes, sobre todo
cuando se han impregnado en la mente por la educación en universidades burguesas. Insistir en
que la dialéctica proporcione una expresión de sus leyes e ideas, válidas para todos los tiempos,
para todos los propósitos, en todas las esferas, significa pedirle a la dialéctica un imposible. La
dialéctica no puede colmar este deseo. Todo intento de llevar eso a cabo violaría su propia
naturaleza interna, y la dialéctica resbalaría hasta el formalismo.
Las leyes e ideas de la dialéctica, por precisa y sutilmente que se tracen, nunca pueden ser
más que aproximadamente correctas. No pueden ser omnicomprensivas y eternas. Merece
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observarse que esta exigencia es hecha, la mayor parte de las veces y con la mayor insistencia,
por pequeños burgueses pasados al movimiento marxista que están todavía esclavizados por el
formalismo de la vida y el pensamiento académicos. Engels dijo: «Un sistema que lo abarca todo,
un sistema definitivamente concluso del conocimiento de la naturaleza y de la historia, está en
contradicción con las leyes fundamentales del pensamiento dialéctico; lo cual no excluye en modo
alguno, sino que, por el contrario, supone que el conocimiento sistemático de la totalidad del
mundo externo puede dar pasos de gigante de generación en generación (* 19).»
Los críticos de la dialéctica preguntan, reprobadoramente, aquello que el estudiante de
dialéctica pregunta a veces ansiosamente: «¿Dónde hay un tratado autorizado de dialéctica?»
Cuando los remitimos a las obras de los marxistas más destacados —Marx, Engels, Mehring,
Plejanov, Lenin, Trotsky, etc.—, retroceden horrorizados y exclaman: «Esos libros no son como los
libros de texto a los que estamos habituados en las escuelas y universidades. Las ideas no están
tabuladas, enumeradas, ni clasificadas. Son polémicas desde la primera hasta la última página.
Tratan de problemas concretos de una u otra especie. No establecen sus leyes y conclusiones
dándoles a todas un rango fijo y un título propio, como si se tratara de oficiales en la jerarquía del
ejército. Aquí ocupa el primer plano una idea, y allí otra. ¿Qué puede pensar un ciudadano
honorable de semejante conducta?»
Pues así es, respondemos. Lo que se encuentra en esos escritos marxistas no es accidental.
Podemos presentar, y presentaremos, tantos libros de texto y tratados de dialéctica como se
quiera. El mismo Marx esperaba, tal como escribía a Engels en 1858, que «si hubiera tiempo,
alguna vez, para semejante trabajo, me gustaría mucho poner al acceso de la inteligencia humana
ordinaria, en dos o tres pliegos de imprenta, aquello que es racional en el método que Hegel
descubrió pero que, al mismo tiempo, envolvió en misticismo». Un tratado como ése hubiera sido
inestimablemente útil para todos los estudiantes de la dialéctica. Engels, en sus obras Ludwig
Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana y el Anti-Dühring, llevó más adelante a cabo esta
sugerencia.
Ni siquiera una presentación tan sistemática como la que Marx hubiera podido escribir no
hubiera, pienso yo, dejado satisfechos a los formalistas. Están sedientos de formalismo, de
expresiones fijas y absolutamente definitivas, y la dialéctica no puede saciar esta sed. De acuerdo
con la dialéctica, la verdad es siempre concreta. Es por esto que, por ejemplo, la dialéctica se
muestra mejor en conexión con y a través de los análisis de problemas concretos en campos
concretos de experiencia. Es por esto que, de modo natural e inevitable, asume un carácter
contradictorio, es decir, polémico. No es por casualidad que la dialéctica tiene como una de sus
más sutiles expresiones literarias en los diálogos de Platón, que son polémicos en su forma y
dialécticos en su contenido. También Aristóteles polemiza continuamente con los puntos de vista
de sus predecesores y contemporáneos.
El pensamiento revolucionario y progresivo asume espontáneamente, en las ciencias, un
carácter más o menos polémico. Leamos el Diálogo sobre los dos principales sistemas del
Universo de Galileo, en el que contrapone los sistemas astronómicos de Copérnico y Ptolomeo, y
por el cual fue proscrito; o el Progreso del conocimiento de Bacon, que inauguró la era nueva del
pensamiento moderno. «El volumen en su conjunto es un solo largo argumento», observa Darwin
en el último capítulo de El origen de las especies. Estas obras, que sacudieron el mundo y
aceleraron el pensamiento, son polémicas en su forma y dialécticas en su contenido debido a que
tienen que destruir lo viejo para abrir paso a las nuevas ideas que se abren camino en la
conciencia social.
En su famoso discurso «Sobre la esencia de las Constituciones», Lassalle señala cómo la
constitución escrita de un estado es la expresión jurídica de la constitución material de la estructura
social específica, y cómo cambia de acuerdo con las variaciones en las relaciones
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