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Espiritualidad Creativa (III)


Enviado por   •  5 de Diciembre de 2011  •  9.895 Palabras (40 Páginas)  •  1.135 Visitas

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Espiritualidad Creativa (III): deconstrucción del perennialismo tradicional

Aquí os dejo la incendiaria tercera parte de la Espiritualidad Creativa de Ferrer. Los que, como yo, os encontréis cómodos dentro del marco Tradicional, encontraréis aquí una crítica bien fundamentada que de algún modo obliga a replantearse ciertas aproximaciones. No quiere esto decir, por supuesto, que a la luz de dicha crítica el perennialismo perezca, si se me permite el abuso, sino que aporta una perspectiva desde la cual se presentan debilidades argumentales en su aproximación. Repito: desde mi punto de vista, esto no disminuye su pertinencia, pero sí da un baño de humildad a esta postura al cuestionarla. Si no tenéis tiempo o/y ganas de leerlo todo pero estáis interesados en el tema, id directamente al epígrafe final “Resumen y conclusiones”.

Brevemente quiero destacar que el perennialismo: 1) es una postura fi­losófica apriorística, 2) favorece una metafísica monista no dual, 3) está orientado hacia una epistemología objetivista, 4) se inclina hacia el esencialismo y, por consiguiente, 5) tiende a caer en el dogmatismo religioso y en la intolerancia a pesar de su alegada postura inclusivista.

El perennialismo es una postura filosófica apriorística

Lo que aquí quiero sugerir es que el núcleo común de la espiritualidad respaldado por la filosofía perenne no es el resultado de la investigación intercultural o del diálogo interreligioso, sino una inferencia deducida de la premisa de que existe una unidad trascendente de la realidad, un único Absoluto subyacente a la multiplicidad fenoménica y hacia el cual se en­caminan todas las tradiciones espirituales.

La evidencia que proporcionan los perennialistas para apoyar su idea de una meta común para todas las tradiciones espirituales es tan sorpren­dente como reveladora. Los perennialistas suelen afirmar que la unidad trascendente de todas las religiones sólo puede ser aprehendida intuitiva­mente y confirmada mediante un órgano o facultad conocida como el In­telecto (denominado también Ojo del Corazón u Ojo del Alma). Según los pensadores perennialistas, el Intelecto participa de la realidad Divina y, por lo tanto, al ser universal y no estar afectado por limitaciones históricas, es capaz de ver objetivamente las “cosas tal como realmente son” a través de la intuición metafísica directa (gnosis) (véase, por ejemplo, Cutsinger, 1997; Schuon, 1997; H. Smith, 1987, 1993). No cabe duda de que a los pe­rennialistas se les debería reconocer haber dado el atrevido y saludable paso de postular formas intuitivas de conocimiento que trascienden las es­tructuras ordinarias de la razón centrada en el sujeto y la razón comunica­tiva. Sin embargo, decir que este conocimiento intuitivo necesariamente revela una metafísica perennialista es una maniobra interesada que no pue­de escapar de su propia circularidad. Para ser genuinas, nos dicen, las in­tuiciones metafísicas han de ser universales. Y ello es así, nos aseguran, porque la universalidad es la marca distintiva de lo que es Verdad. En pa­labras de Schuon (1984a): «Ninguna escuela o persona tiene la exclusiva de las verdades [perennes] que acabamos de expresar; de ser así no serían verdades, pues éstas no se pueden inventar, sino que necesariamente han de ser conocidas en todas las civilizaciones tradicionales integrales» (pág. xxxiii). A esto añade: «La Inteligencia es o individual o universal; o razón o Intelecto» (pág. 152). Pero entonces, el discurso perennialista se reduce a decir que o tu intuición metafísica confirma la Verdad Primordial o es falsa, parcial o pertenece a un nivel inferior de percepción espiritual. La filosofía perenne, a través de su propia lógica circular, se ha hecho in­vulnerable a toda crítica (cf. Dean, 1984).

En vista de tanta circularidad, una explicación más convincente para la intuición de la unidad trascendente de las religiones es que ésta se origina en un compromiso a priori con la verdad perenne, un compromiso que, tras años de estudio y de práctica espiritual orientados de manera tradicio­nal, se transforma gradualmente en una intuición metafísica directa que concede al creyente un sentimiento de certeza incuestionable. Según Nasr (1996), por ejemplo, la meta de la hermenéutica perennialista no es estu­diar lo que dicen las diversas tradiciones espirituales respecto a ellas mis­mas, sino «ver más allá del velo de la multiplicidad [...] esa unidad que es el origen de todas las formas sagradas» (pág. 18) y descubrir «la verdad que brilla dentro de cada universo religioso auténtico manifestando lo Absoluto» (pág. 18). Esta tarea sólo se puede llevar a cabo, afirma Nasr (1996), centrándose en la dimensión esotérica de las tradiciones religio­sas, la jerarquía de los niveles de la realidad, la distinción entre fenómeno y noúmeno y otros postulados perennialistas. En otras palabras, la herme­néutica perennialista asume lo que se supone que ha de descubrir y probar. Esta circularidad es evidente en la descripción de Quinn (1997) de la her­menéutica de la tradición: «Por ende, para Guénon y Coomaraswamy, era un requisito indispensable y absoluto creer en una doctrina o principio profundamente religioso o metafísico para comprenderlo» (pág. 25). Ésta quizás sea la razón por la que los pensadores perennialistas suelen califi­car la fe como una facultad situada ontológicamente entre la razón ordina­ria y el Intelecto (por ejemplo, Schuon, 1984b). Ni que decir tiene que para los pensadores perennialistas «la fe es un “sí” Profundo y total al Uno, que es absoluto e infinito, trascendente e inmanente» (Schuon, 1981, pág. 238).

El perennialismo favorece una metafísica monista no dual

Como ya hemos visto, los modelos perennialistas suelen dar por su­puesta la existencia de una realidad espiritual universal que es el Funda­mento de todo lo que existe y del cual las tradiciones contemplativas son una expresión. A pesar de su insistencia en la inefable e incalificable natu­raleza de este Fundamento, los autores perennialistas la caracterizan por sistema como No dual, lo Uno, o lo Absoluto. El Fundamento del Ser pe­rennialista se asemeja sorprendentemente a la Divinidad neoplatónica o al Brahmán advaita. Tal como afirma Schuon (1981) «la perspectiva de Sankara es una de las expresiones más adecuadas posibles de la philosophia perennis o del esoterismo sapiencial» (pág. 21). En otras palabras, lo Ab­soluto de la filosofía perenne, lejos de ser un fundamento neutral y verda­deramente incalificable, es representado como secundando una metafísica monista no dual.

En los estudios transpersonales, la defensa de Grof y de Wilber de una filosofía perenne sigue de cerca esta tendencia. Mientras que Wilber (1995, 1996c, 1997a) sitúa sistemáticamente un fundamento

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