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Historia De La Filosofia Del Derecho


Enviado por   •  25 de Septiembre de 2013  •  13.070 Palabras (53 Páginas)  •  473 Visitas

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Capítulo VI

HISTORIA DE LA FILOSOFIA DEL DERECHO

1.- Entre los Primitivos

Nuestro itinerario nos encerrará dentro de los confines de nuestro ciclo cultural, que se abre en tierra griega y que invade, después, todo aquel mundo que llamamos civilizado. No de¬bemos, empero, creer que este ciclo preferido, o privilegiado, comprenda todo el mundo, y que más allá de sus confines no exista nada digno de nuestra atención. Otros ciclos de cultura han existido y existen todavía hoy; y la costumbre de no darles siquiera una mirada podría deberse, ya a nuestra soberbia, ya a nuestra pereza. Antes, pues, de encerramos en pequeño mundo, abramos por unos instantes las ventanas; ¬hagamos un orificio en el muro que rodea nuestra amada y rica prisión; y demos una ojeada a lo que sucede fuera de nuestra casa.

Iniciemos esta rápida excursión al exterior con una breve visita a los llamados primitivos, esto es, a aquellos pueblos que casi por definición, fueron tenidos por desprovistos de toda cultura, y por lo tanto, privados de ordenamientos jurídicos y totalmente ignorantes de la filosofía. Este juicio sumario es hoy día rechazado como anticuado y erróneo. También aquellos pueblos tienen una cultura, un derecho, una filosofía. En base a su cultura se los ha distribuido en una ordenada serie de ciclos; sus sistemas jurídicos se revelan siempre más com¬plicados; su filosofía nos puede hacer sonreír, pero a veces también nos sorprende, como aquella de los niños de Roma o de París, que se acercan a ella con un movimiento espontá¬neo e inconsciente, abusando del sustantivo “cosa” o del verbo “hacer” por lo que reciben ásperos reproches de sus buenos maestros. No nos extraña, pues, si se van multiplicando los libros que nos informan sobre las instituciones jurídicas de los denominados salvajes, y si comienzan a aparecer algunos otros libros que pretenden revelarnos su filosofía. En tales libros leemos sólo aquello que nos interesa. Puestos frente a la presión social, que fija direcciones y límites al arbitrio pri¬vado y colectivo, los negros habitantes de las forestas africa¬nas se preguntan, también ellos, como nuestros filósofos, de dónde nace la fuerza imperativa y vinculante de tanta regla, a veces muy incómoda.

Su respuesta a tal pregunta suele venir marcada por aquella mentalidad que tiene de infantil, en cuanto sobrevue¬la todos los puntos intermedios y reviste de pesada corpulencia sus mismas abstracciones; esto es, va dirigida a la causa última y la concretiza en una persona, en una cosa, en un hecho, concebidos conforme a su simplicidad intelectual y presentados en creaciones en consonancia con la pobreza de sus medios de expresión. Nos dirá, por tanto, que sus leyes reciben su prestigio del primer legislador, que fue un Dios, un héroe, en todo caso, un sujeto excepcional, que vio a fondo las necesidades de su pueblo, que se impuso con volun¬tad irresistible, y que tal vez todavía hoy vigila la observancia de las normas por él originalmente promulgadas. El hecho de aquella antigua promulgación nos será contado en tono fan¬tástico y mítico, y, sin embargo, bajo el aspecto grotesco se pulsa la necesidad filosófica, que deja al hombre insatisfecho frente a las leyes en vigor, y que lo impulsa a la búsqueda de una recóndita fuente de su fuerza; fuente que no se encuen¬tra en el curso ordinario de la historia y que viene proyectada sobre otro plano que tal vez sea imaginado de manera infantil, a semejanza del plano histórico y cotidiano de la vida misma.

Pero no debemos exagerar el infantilismo intelectual de nuestros primitivos. Escuchándolos con mayor atención y me¬nor desprecio se logra sorprender en ellos verdaderos esfuer¬zos de penetrar más a fondo. Para dar un ejemplo, leamos lo que escribe, un experto conocedor de los bantúes del África: “según los negros, la voluntad divina está expresada en la eco¬nomía del mundo y en el orden de las fuerzas, como ellos lo conciben; el conocimiento de un orden natural y necesario de las fuerzas forma parte de su sabiduría; nosotros podemos deducir de esto que para los bantúes un acto será calificado de bueno (o de malo) antes que nada desde el punto de vista ontológico; después será estimado bueno (o malo) desde el punto de vista moral, y en fin, por deducción, será tenido co¬mo jurídicamente justo (o injusto); los bantúes, en efecto, están todavía muy lejos de aquellas sutilezas que permiten a nuestros juristas hablar de un derecho positivo indepen¬diente de la filosofía o la naturaleza de las cosas.

Cuanto precede es suficiente para persuadirnos de que nuestros problemas son los problemas del género humano, y que el salvaje de la selva o de la estepa, cuando reflexiona sobre su mundo jurídico, siente surgir en su espíritu aque¬llos interrogantes, que constituyen el centro de nuestra filoso¬fía del Derecho; y las respuestas que él da son casi un prelu¬dio de las nuestras.

2.- En la India

Un gran ciclo o ambiente cultural, bastante lejano del nues¬tro, lo encontramos en la India, tierra que se nos aparece en¬vuelta en una atmósfera saturada de misticismo y por lo tan¬to poco apta para la vida del derecho, y menos todavía para la reflexión filosófica. Sin embargo, no debemos dejarnos in¬fluir mucho por esta primera impresión. La India es también la tierra clásica de los pacíficos contrastes u oposiciones; lo que para nosotros, occidentales, sería guerra, allá puede ser una buena amistad, o, al menos, una amigable tolerancia. Tra¬temos, pues, de mirar más allá de la superficie, y encontrare¬mos así que el soñador hindú, no obstante su incurable misti¬cismo, ha sabido legislar e incluso filosofar sobre las leyes. El ha vivido, por milenios, bajo uno de los más oprimentes sistemas jurídicos que haya conocido la historia: el sistema de las castas. Los hindúes están sobrepuestos los unos sobre los otros en cuatro planos: el sacerdotal, el militar, el comercian¬te, el servil; cuatro castas, cuatro mundos, que permiten que pocos privilegiados tengan a su servicio la mayoría, de la po¬blación. ¿Cómo fue posible crear estos fuertes desniveles, y después conciliarlos con el radical panteísmo que, deificando todo, debería igualarlo todo? ¿Y cómo es posible que la casta brahmánica, que hace ostentación de un místico desinterés por todo aquello que es transitorio, haya podido armonizar tanta elevación moral con el ávido aprovechamiento de los más bajos grupos sociales y de los más bajos fondos de la psicología humana? ¡La lógica de los nobles arios no se deja amilanar por similares obstáculos... occidentales! Un mito hábilmente ideado basta para enmascarar la incongruencia y justificar

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