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IDEAS DE SANTO TOMAS Y SAN AGUSTIN


Enviado por   •  19 de Enero de 2014  •  435 Palabras (2 Páginas)  •  362 Visitas

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La virtud agustiniana se definió en La Ciudad de Dios en términos de ordo amoris: amar lo que debe ser amado [La ciudad de Dios: XV, 22]. Por ese motivo, las virtudes teologales -fe, esperanza y caridad- eran consideradas superiores a las cuatro virtudes morales tomadas de Platón -fortaleza, justicia, prudencia, templanza. No en vano las primeras ordenan la vida hacia Dios, mientras que las segundas ordenan la vida del alma y de la sociedad. No sólo eso, sino que, en virtud de su jerarquía natural, también las virtudes morales debían estar ordenadas hacia Dios. Las virtudes eran concebidas por San Agustín como variados afectos o manifestaciones del amor, y el mandamiento del amor a Dios y al prójimo las reunía a todas:

aquí está la ética, puesto que una vida buena y honesta no se forma de otro modo que mediante el amar, como deben amarse, las cosas que deben amarse, a saber, Dios y nuestro prójimo [Epístolas: 137, 5, 17].

A San Agustín de Hipona le interesa conocer a Dios como fuente de felicidad eterna, y conocer al alma no sólo porque Dios se revele en el interior del hombre, sino también porque la unión con Dios se produce por medio del amor. Y el amor es el lugar donde se encuentra el alma: «Los cuerpos están contenidos en los lugares; mas para el alma, el propio afecto es su lugar» [Enarraciones sobre los salmos: 6, 9].

Por eso, la investigación acerca del alma humana como espíritu se tradujo en una exposición del amor verdadero, y la Filosofía de Agustín se convirtió en una investigación acerca del amor. Una investigación acerca del amor cuyo concepto nuclear es el de orden del amor en la medida en que el eudemonismo trascendente agustiniano define la virtud precisamente así: «Una definición breve y verdadera de virtud es el orden del amor» [La ciudad de Dios: XV, 22].

San Agustín fue pionero en hacer evolucionar el concepto ético de virtud, desde la clásica «disposición del alma conforme a la naturaleza y a la razón» [Ochenta y tres cuestiones diversas: q. 31] —ordo est rationis— hasta la consideración de la misma como «manifestación del amor» [Las costumbres de la Iglesia y las de los maniqueos: I, 15, 25] —ordo est amoris. De ese modo se consumó la consagración de la investigación ética del amor y de los afectos del hombre, quedando el concepto intelectualista de razón relegado a un segundo plano en cuestiones morales. La razón del corazón humano no es otra que el amor. Conviene aclarar entonces, dada la centralidad del concepto, qué entiende el Doctor de la gracia por amor.

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