La Ilíada
Enviado por fobos • 12 de Febrero de 2012 • 10.812 Palabras (44 Páginas) • 524 Visitas
LA ILÍADA y la Odisea se consideran como las principales obras de Homero, aquélla un poco anterior a ésta. Algunos las tuvieron por obras de dos diferentes autores; otros, por obras colectivas que recogen composiciones de varios poetas. La personalidad de Homero es vaga y escurridiza, no hay datos suficientes sobre su persona; y las evidencias interiores de los poemas, sin duda a causa de las interpolaciones sufridas por los viejos textos, nos remiten a épocas distintas. Según los mejores testimonios y las inferencias más prudentes, Homero es uno —a pesar de las corrupciones o adulteraciones de los poemas—, se lo puede situar en los años de 700 a. c. Probable nativo de Quíos, es autor sucesivamente de las dos grandes epopeyas, pero no de los treinta y tres llamados Himnos Homéricos o de los Epigramas Homéricos, ni del perdido poema burlesco Margites que aun le atribuía Aristóteles y cuyo héroe cómico “sabía muchas cosas pero todas las sabía mal”, ni de la Batrachornyomachia o Batalla de las ranas y los ratones, que anuncia e inspira de muy lejos la Gatomaquia del moderno Lope de Vega.
Punto de partida para los orígenes conocidos de la literatura occidental—lo anterior se deshace en varias conjeturas y frases alusivas— tanto la lengua como la métrica, reducida a hexámetros, el contenido arqueológico y la estética
La lengua de Homero es una lengua poética, artificial, que no se habló nunca, y está construida con la mezcla de varios dialectos griegos, sobre la base del jónico y el eólico predominantes. Algunos quieren explicarlo sugiriendo que la diferenciación de estos dialectos aún no era tan marcada en aquella época como llegó a serlo en la Grecia histórica. Otros quieren explicarlo arguyendo que tal vez los poemas —compuestos en todo caso por las islas o litorales de la Grecia asiática— se destinaban a una población muy mezclada. Se ha dicho de esta lengua que, como Atenea en el desembarco de Ítaca, tiene la apariencia de un pastorcillo que fuera hijo de reyes, por cuanto su acre dureza deja adivinar muchos siglos de sabiduría.
Aunque ya existía la escritura, a manera de guía mnemónica, los poemas eran aprendidos de memoria por los rapsodas o recitadores que se educaban a este fin en colegios especiales, y sin duda añadían versos por su cuenta para halagar a los príncipes en cuyas cortes se iban deteniendo a fin de divertir a los señores. Así se ganaban la vida. Si los juglares de la Edad Media recitaban para el pueblo y ante el pueblo en las rutas de los peregrinos que iban a los grandes santuarios, los rapsodas homéricos recitaban para los magnates y capitanes, en las salas de los monarcas. El estilo de las epopeyas antiguas y el de las medievales deja sentir naturalmente la diferencia de los auditorios respectivos a que se destinan.
La Ilíada es más rigurosa y rectilínea en su composición y corresponde mejor a una saga épica. La Odisea, más elástica, combina en vaivén cuentos, tradiciones, relatos folklóricos y posee ya un carácter en cierto modo novelístico. La primera se refiere a la lucha de los pueblos aqueos —Grecia continental y parte de la insular— contra los teucros o troyanos que poseían la entrada de los Estrechos y, al margen del Helesponto (ribera asiática), habían levantado ya varias ciudades de Ilión o Troya de que la sexta corresponde a la epopeya homérica. Los teucros contaban con numerosos aliados entre los pueblos vecinos. El asedio de Troya por los aqueos dura diez años, y la Ilíada sólo nos presenta un breve fragmento de este largo periodo. La Odisea, por su parte, es uno de los muchos nostoi o poemas de los retornos, y nos cuenta el regreso de Odiseo o Ulises —uno de los héroes de la Ilíada— a la tierra de Ítaca, de que es monarca, después de la guerra troyana. Este regreso dura otros diez años, y Penélope, la fiel esposa de Odiseo, lo espera a lo largo de esos veinte años de ausencia, asediada de pretendientes que, dando por muerto a Odiseo, quieren apoderarse de su reino, y cuya impaciencia ella logra detener con algún recurso ingenioso.
Hay que penetrarse de que Homero es un poeta “arqueológico”. Pinta un pasado que lo precede en unos cuatro siglos, y la Ilíada es, con respecto a la guerra troyana que nos describe, lo que sería hoy un poema sobre Cortés y la
conquista de México. Aun pueden rastrearse en la Ilíada algunos leves anacronismos. Por supuesto, los posibles rasgos históricos se enredan con los imaginarios. Así pues, cuando se dice “la época homérica”, hay que distinguir bien la época en que vivió el poeta y compuso su poema, de la época a que tal poema se refiere. La crítica generalmente usa el término en este segundo sentido, puesto que se aplica sobre todo al poema sobre la guerra troyana, mucho más que a la incierta vida de Homero.
Pues bien, la época homérica en este segundo sentido —la que pinta Homero— nos ofrece el espectáculo de una sociedad de tipo “feudal”: cada príncipe o barón (basileús) posee un Estado y una corte de vasallos propios, a los que gobierna a través de un consejo de ancianos o personas mayores, y ocasionalmente mediante una asamblea de hombres libres, de acuerdo con ciertas tradiciones, leyes no escritas, cierta jurisprudencia oral de anteriores juicios (thémistes), cuya preservación depende de su autoridad y su cuidado.
No puede decirse que haya un gobierno central, y la supremacía de Agamemnón sobre los demás príncipes en la Ilíada acaso es una reminiscencia de la época en que existía tal gobierno, algo como un Imperio en pequeña escala. Pero Agamemnón sólo es amo de los ejércitos aqueos para el objeto de la guerra y por voluntad de los diferentes príncipes que lo han aceptado como general en jefe. Ninguno ha abdicado de su respectiva soberanía. Así se explica el pasajero “aislacionismo” de Aquiles, que nadie pudo reprocharle como una traición. Además, las ideas de entonces no correspondían exactamente a las nuestras.
La cultura de la época es una cultura de transición y revela el paso del bronce al hierro. El hierro es ya bien conocido, pero se lo usa de preferencia para labores agrícolas y aún no se ha descubierto el arte de templarlo. Hay instrumentos de hierro, pero sólo en las más rudas formas: hachas, azadones; excepcionalmente, las flechas de Pándaro. En cambio, lanzas y espadas, que requieren filo o puntas agudas, son de bronce.
En otros aspectos sociales, se notan mezclas de lo nuevo y lo viejo: la compra de la novia y el sistema de la novia con dote matrimonial coexisten todavía, como dicen que aún se ve en los campos de Albania.
Homero siente ya que en la raza humana ha comenzado la decadencia. Los hombres no valen ya lo que valían sus predecesores. La influencia cretense empieza también a menguar, y la arqueología no corresponde
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