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La Muerte Del Juez


Enviado por   •  16 de Enero de 2013  •  2.875 Palabras (12 Páginas)  •  403 Visitas

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-Ave María Purísima.

-Sin pecado concebida.

-Perdóneme, padre, porque he pecado. Este es mi pecado:

Maté a un hombre.

Alguien rezó el rosario con voz monótona. Fue cortado por breves instantes por el llanto de María, a quien manos piadosas la tomaron de los hombros y la llevaron con delicadeza fuera de la sala. Sus desgarradores sollozos arrancaron las frases clásicas que las beatas, infaltables en los velorios, suelen pronunciar.

Pobre, María. Sin mamá y ahora sin papá.

Pobre, don Ramón. Tan bueno que era. Tan justo y cabal.

La muerte lo sorprendió una mañana en el despacho de su casa, mientas el sol de enero cocinaba las plantas del jardín y convertía en polvo rojo la tierra de las calles.

Nadie vio nada. Sólo se oyó un disparo. Cuando lo llamaron, el silencio fue la respuesta.

Rompieron la puerta para entrar. Y ahí, con la cabeza reventada, sobre el escritorio lleno de libros y actas de nacimiento, se desangraba don Ramón. A su lado, un revólver, que después los hijos reconocieron como suyo.

Parecía un suicidio.

Claro que era imposible.

¿Don Ramón quitarse la vida? Jamás. Era un hombre tranquilo, bondadoso, solícito, buen padre y buen vecino. Además, un mes más y se casaría con la maestra más bonita del pueblo, la más codiciada por todos los solteros de la región. La señorita Rocío.

¿Quién haría algo así a las nueve de la mañana? Nadie. Después de un buen desayuno, como tomó él. No.

Todos repetían lo mismo. Alguien lo asesinó. Pero...¿Quién?

¿Un político opositor? Tal vez. Los ánimos habían quedado algo caldeados después de las elecciones, así que esta era una buena teoría.

¿Algún enemigo? Los perdedores de pleitos nunca aceptaban un fallo adverso.

Y sí, en un puesto así, se tienen enemigos.

¿Y los Gómez? Juraban que los había arruinado en no sé qué juicio por dinero.

Otro recordó a los Benítez, que perdieron muchos animales por su culpa.

¿Y el odio que sentían por él los Montero? Decían que don Ramón era un ladrón con patente y que les había robado limpiamente diez hectáreas de tierra, las que están cerca del arroyito, las más lindas, para más.

¿Y Saturnino? Estuvo muy enamorado de la maestra. Pero ella eligió al juez.

Y la lista continuaba, de boca en boca, de tereré en tereré bajo la fresca y tupida sombra de los paraísos y obeñas que salpicaban el patio de la casa del señor juez.

Dios no recibe en su seno a los que se quitan la vida, la iglesia no puede darle cristiana sepultura-la voz del padre Venancio sonó segura en la sala caliente de la parroquia. Y todos dijeron que sí, que era cierto, pero no era menos cierto que don Ramón no se quitó la vida y que eso sólo lo decían las malas lenguas y hacía mucho calor y lo tenían que velar y enterrar. Tal vez hubo otras razones que alegaron los parientes. Fueron convincentes, porque se consiguió el permiso para darle "cristiana sepultura"

Al rato ya estaba el finado en lo que sería su "lecho eterno", un cajón lustrado con asas doradas en la sala de su casa. Recién pintada, con piso de cerámica brillante y otros arreglos que se hicieron para celebrar la boda en febrero. Ahora no habría casamiento. Sólo funeral.

La gente iba y venía. El calor era húmedo y pegajoso. Todos mostraban rastros de sudor en las ropas de algodón. Las sillas en el patio estaban siempre ocupadas por algún vecino, familiar o amigo del difunto.

Ya no había un lugar vacío en ninguna parte de la casa. Los chismes volaban como palomas en los tejados.

¿Qué no son esos los hermanos Benítez? Sí, esos que bajaron del caballo. Y dan los pésames a María y a su hermano.

¿Vieron que hablaron de balde? Si lo hubieran matado no hubiesen venido.

¿Y quién es la gorda que grita? ¿Es María Elena, la hermana del juez? Sí. Ella es.¿Y quién es la Juana, a quién acusa de asesina ? ¿Qué no sabes? La mujer del juez, hace tiempo, desde que enviudó. ¿La que tiene un hijo de seis años? Ese mismo, no reconocido, pero hijo suyo.

Miren, miren. Ahí está la maestra con Sor Teresa.

¡Qué linda es Rocío! ¡Y qué cutis blanco y qué hermosos ojos!

Huellas de llanto en las mejillas. Llora frente al que debía ser pero no fue.

En una tregua de las conversaciones, se oyeron los Dios te salve....

Que se vaya esta mujer, asesina, caradura, sinverguenza, grita María Elena arrojándose sobre Juana

Déjenme, que yo haré justicia..Lo mataste porque nunca se casó contigo.

No sea así señora, ella tiene derecho a estar aquí.

¿Por qué me acusas a mí? ¿Por qué no a Eulalia, que siempre lo odió porque no volvió jamás con ella? ¿O Blanca, que tuvo un hijo suyo y él jamás lo reconoció? A mí siempre me quiso, nunca me abandonó.

Alguien pidió más respeto y por un instante todos guardaron silencio.

Como si hubieran obedecido una orden, todas las miradas se posaron en Rocío. Seguida de Sor Teresa, se dirigió hacia la puerta con un resto de su dignidad perdida después de todo lo que se enteró.

¿Quién era el hombre con quién iba a casarse? ¿El que decía amarla sólo a ella? ¿El que le cantaba canciones de amor y la había conquistado con su sencillez y ojos sinceros? ¿El que le escribía cartas cómplices y la hacía sentir feliz? ¿El viudo solitario que al fin había encontrado el amor? Qué no tenía compromisos con nadie. No, este hombre de quien todos hablaban no era Ramón, su Ramón, el que ella conoció, el que amaba a su familia, ayudaba a los demás y censuraba los vicios y la corrupción. No podía tener otras mujeres, otros hijos, otros compromisos mientras la enamoraba.

Unas horas en su velorio le hicieron conocer más sobre él que en un año de relaciones.

¡Qué risa! ¿Qué no es que cuando morimos todos somos buenos? El dicho se había vuelto al revés. Su cuerpo estaba aún caliente en el cajón y lo tachaban de corrupto, mal padre, mujeriego, ladrón y ¡horror! hasta se insinuaba que había asesinado a su mujer.

¿Era Ramón el hombre que estaba en el féretro? Para ella se convirtió en un desconocido.

Al día siguiente el sol pintó el horizonte de naranja furioso, anunciando otra jornada

...

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