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Las Paredes Oyen P. 1


Enviado por   •  24 de Marzo de 2014  •  7.850 Palabras (32 Páginas)  •  379 Visitas

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LA PAREDES OYEN

Texto basado en la edición príncipe de LAS PAREDES OYEN en PARTE PRIMERA DE LAS COMEDIAS DE DON JUAN RUIZ DE ALARCÓN (Madrid; Juan González, 1628). Fue preparado por Vern Williamsen y luego pasado a su forma electrónica en 1998.

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Personas que hablan en ella:

• Don MENDO, galán

• Don JUAN, galán

• El DUQUE, galán

• El CONDE, galán

• LEONARDO, criado

• BELTRÁN, gracioso

• Doña ANA, dama viuda

• Doña LUCRECIA, dama

• CELIA, criada

• ORTIZ, escudero

• Otro ESCUDERO

• MARCELO, criado del duque

• FABIO, criado del duque

• Una MUJER

• Cuatro ARRIEROS

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ACTO PRIMERO

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Salen don JUAN, vestido llanamente, y

BELTRÁN

JUAN: Tiéneme desesperado,

Beltrán, la desigualdad,

si no de mi calidad,

de mis partes y mi estado.

La hermosura de doña Ana,

el cuerpo airoso y gentil

bella emulación de abril,

dulce envidia de Dïana,

mira tú, ¿cómo podrán

dar esperanza al deseo

de un hombre tan pobre y feo

y de mal talle, Beltrán?

BELTRÁN: A un Narciso cortesano,

un humano serafín

resistió un siglo, y al fin

la halló en brazos de un enano,

y, si las historias creo

y ejemplos de autores graves

--pues, aunque sirviente, sabes

que a ratos escribo y leo--

me dicen que es ciego Amor,

y sin consejo se inclina;

que la emperatriz Faustina

quiso un feo esgrimidor;

que mil injustos deseos,

puestos locamente en ella,

cumplió Hipia, noble y bella,

de hombres humildes y feos.

JUAN: Beltrán, ¿para qué refieres

comparaciones tan vanas?

¿No ves que eran más livianas

que bellas esas mujeres,

y que en doña Ana es locura

esperar igual error,

en quien excede el honor

al milagro de hermosura?

BELTRÁN: ¿No eres don Juan de Mendoza?

Pues doña Ana ¿qué perdiera

cuando la mano te diera?

JUAN: Tan alta fortuna goza,

que nos hace desiguales

la humilde en que yo me veo.

BELTRÁN: Que diste en el punto, creo,

de que proceden tus males.

Si Fortuna en tu humildad

con un soplo te ayudara,

a fe que te aprovechara

la misma desigualdad.

Fortuna acompaña al dios

que amorosas flechas tira;

que en un templo los de Egira

adoraban a los dos.

Sin riqueza ni hermosura

pudieras lograr tu intento;

siglos de merecimiento

trueco a puntos de ventura.

JUAN: Eso mismo me acobarda.

Soy desdichado, Beltrán.

BELTRÁN: Trocar las manos podrán

Fortuna y Amor. Aguarda.

JUAN: Si a don Mendo hace favor,

¿qué esperanza he de tener?

BELTRÁN: En ése echarás de ver

que es todo fortuna amor.

A competencia lo quieren

doña Ana y doña Teodora;

doña Lucrecia lo adora;

todas, al fin, por él mueren.

Jamás el desdén gustó.

JUAN: Es bello y rico el mancebo.

BELTRÁN: ¡Cuánto mejor era Febo!

Y Dafnes lo desdeñó.

Y, cuando no conociera

otro en perfección igual,

aquesto de decir mal

¿es defecto como quiera?

JUAN: Y ¿no es eso murmurar?

BELTRÁN: Esto es decir lo que siento.

JUAN: Lo que siente el pensamiento

no siempre se ha de explicar.

BELTRÁN: Decir...

JUAN: Que calles te digo;

y ten por cosa segura

que tiene, aquél que murmura,

en su lengua su enemigo.

BELTRÁN: Entre tus desconfïanzas,

en su casa entrar te veo;

sin duda que el gran deseo

engaña tus esperanzas.

Veste en desierto lugar,

y no cesas de dar voces,

y, aunque tu muerte conoces,

nadas en medio del mar.

JUAN: Lo que en gran tiempo no ha hecho,

hace Amor en solo un día,

venciendo al fin la porfia.

BELTRÁN: Que te sucede sospecho

lo que al tahur, que en perdiendo,

solamente con decir

"¡que no sepa yo gruñir!"

está sin cesar gruñendo.

Tú dices que desesperas;

y, entre el mismo no esperar,

nunca dejas de intentar.

¿Qué más haces cuando esperas?

¿Tú piensas que el esperar

es alguna confección

venida allá del Japón?

El esperar es pensar

que puede al fin suceder

aquello que se desea;

y, quien hace porque sea,

bien piensa que puede ser.

JUAN saca una carta

JUAN: Pues si con esta invención

en su desdén no hay mudanza,

aunque viva mi esperanza

morirá mi pretensión.

BELTRÁN: El mercader marinero,

con la codicia avarienta,

cada vïaje que intenta

dice que será el postrero.

Así tú, cuando imagino

que desengañado estás,

ya con nuevo intento vas

en la mitad del camino.

Mas dime. ¿Qué te ha obligado

a tratar esta invención

para mostrar tu afición

pudiendo, con un crïado

de su casa, negociar

lo que tú vienes a hacer?

JUAN: No he de arriesgarme a ofender

a quien pretendo obligar;

que, como es tan delicada

la honra, suele perderse

solamente con saberse

que ha sido solicitada.

Y así, del murmurador

pretendo que esté segura

mi desdicha o mi ventura,

su flaqueza o su valor;

que aun a ti mismo callado

estos intentos hubiera,

si en ti, Beltrán, no tuviera

más amigo que cesado.

BELTRÁN: ¿Toda esta casa, don Juan,

a una mujer aposenta?

JUAN: Seis mil ducados de renta,

¿qué alcázar no ocuparán!

BELTRÁN: Celia es ésta.

Sale CELIA

CELIA: ¿Qué mandáis,

señor don Juan?

JUAN: Celia mía,

besar las manos

...

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