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Enviado por lupitamb1205 • 17 de Junio de 2015 • Síntesis • 745 Palabras (3 Páginas) • 159 Visitas
El hombre caza y lucha. La mujer intriga y
sueña; es la madre de la fantasía, de los dioses.
Posee la segunda visión, las- alas que le
permiten volar hacia el infinite del deseo y de la
imaginación... Los dioses son como los
hombres: nacen y mueren sobre el pecho de
una mujer...
JULES MICHELET
LEES ESE ANUNCIO: UNA OFERTA DE ESA NATURALEZA no se hace todos
los días. Lees y relees el aviso. Parece dirigido a ti, a nadie mas. Distraído, dejas
que la ceniza del cigarro caiga dentro de la taza de te que has estado bebiendo en
este cafetín sucio y barato. tu releerás. Se solicita historiador joven. Ordenado.
Escrupuloso. Conocedor de la lengua francesa. Conocimiento perfecto, coloquial.
Capaz de desempeñar labores de secretario. Juventud, conocimiento del francés,
preferible si ha vivido en Francia algún tiempo. Tres mil pesos mensuales, comida
y recamara cómoda, asoleada, apropiada estudio. Solo falta tu nombre. Solo falta
que las letras mas negras y llamativas del aviso informen: Felipe Montero. Se
solicita Felipe Montero, antiguo becario en la Sorbona, historiador cargado de
datos inútiles, acostumbrado a exhumar papeles amarillentos, profesor auxiliar en
escuelas particulares, novecientos pesos mensuales. Pero si leyeras eso,
sospecharías, lo tomarías a broma. Donceles 815. Acuda en persona. No hay
teléfono.
Recoges tu portafolio y dejas la propina. Piensas que otro historiador joven, en
condiciones semejantes a las tuyas, ya ha leído ese mismo aviso, tornado la
delantera, ocupado el puesto. Tratas de olvidar mientras caminas a la esquina.
Esperas el autobús, enciendes un cigarrillo, repites en silencio las fechas que
debes memorizar para que esos niños amodorrados te respeten. Tienes que
prepararte. El autobús se acerca y tu estas observando las puntas de tus zapatos
negros. Tienes que prepararte. Metes la mano en el bolsillo, juegas con las
monedas de cobre, por fin escoges treinta centavos, los aprietas con el puno y
alargas el brazo para tomar firmemente el barrote de fierro del camión que nunca
se detiene, saltar, abrirte paso, pagar los treinta centavos, acomodarte difícilmente
entre los pasajeros apretujados que viajan de pie, apoyar tu mano derecha en el
pasamanos, apretar el portafolio contra el costado y colocar distraídamente la
mano izquierda sobre la bolsa trasera del pantalón, donde guardas los billetes.
Vivirás ese día, idéntico a los demás, y no volverás a recordarlo sino al día
siguiente, cuando te sientes de nuevo en la mesa del cafetín, pidas el des-ayuno y
abras el periódico. Al llegar a la pagina de anuncios, allí estarán, otra vez, esas
letras destacadas:
...