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Nacimiento De La Filosofía


Enviado por   •  28 de Mayo de 2014  •  4.422 Palabras (18 Páginas)  •  310 Visitas

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El nacimiento de la Filosofía, basado desde una óptica realísta y dialéctica, desde su concepción, con las características epistemológicas, ontológica, deontológico, genealógica, gnoseológica. Llevándolo a una apertura sobre la concepción de la vida humana, y en ella se esboza una síntesis sobre la historia de la Filosofía, en una visión responsable, con las preguntas radicales, de ésta manera podemos conocer el verdadero sentido de "La Verdad de la Vida".

Los Padres, los amigos, los maestros, la gente de la calle, nos van mostrando el mundo desde que nacemos. La madre pone el pecho en la boca del recién nacido, y éste chupa, se alimenta, y recibe al mismo tiempo una caricia. Lo viste, lo arropa, y el niño vive esas prendas como abrigo. Agitan ante él el juguete. Le impiden acercar la mano a una llama, o se quema con ella, y entran en el horizonte de su vida la prohibición, el dolor, el peligro. Intenta el niño levantar una mesa, y descubre el peso –y la impotencia-. Se da un golpe contra la pared y cuenta con la resistencia de las cosas. Lo amenazan jovialmente y aprende a distinguir entre lo serio y la broma. Le cuentan cosas, y descubre que antes que él había otros, y sucesos que no eran suyos. Le prometen algo, y se pone a esperar en el futuro. Lo elogian o le regañan, y el niño empieza a darse cuenta de que hay lo bueno y lo malo, la aprobación y la desaprobación. Le reprochan haber hecho algo que no ha hecho, y tropieza con la injusticia. Lo engañan, y ve que junto a la verdad, en la cual vivía sin saberlo, hay la falsedad o la mentira. Empieza a explorar la casa, el jardín, las calles del pueblo o de la ciudad, el campo, y ve que hay "más allá", que el mundo es abierto, dilatado, desconocido, atractivo, peligroso, hermoso o feo. Distingue muy pronto dos formas de los "otros": hombres, mujeres; y muy poco después una tercera forma: los "semejantes", los niños, a diferencia de los "mayores".

Le hablan y oye hablar. Distingue voces, y los tonos, y sabe cuándo se dirigen a él o no. Le gustan más o menos: se siente atendido, acariciado, mimado, reprendido, olvidado. Va entendiendo "de qué se trata"; luego, lo que se dice. Conoce algunas palabras, y otras que no; adivina su significado unas veces, otras quedan oscuras. Empiezan a "enseñarle" cosas: a andar, a comer, a vestirse, a pronunciar, a mover las manos, a jugar, a hacer las cosas "bien", a saludar, a contar, luego a leer, a escribir, a rezar, a callarse, a esperar, a obedecer, a resignarse. Y luego, noticias, informaciones, ritos, ciencias.

Casi toda la vida va regida por esas formas que nos han sido "inyectadas" por los demás, conocidos o desconocidos, sobre todo al verlos vivir ante nosotros. Estamos en la creencia de que las cosas son "así", de que hay que hacer tales o cuales cosas, de que podemos contar con ellas de cierta manera. Nuestros deseos, nuestros proyectos, nos llevan a hacer algo de acuerdo con esas líneas de conducta. Solamente cuando tropezamos con algo imprevisto, cuando las cosas no se comportan como esperábamos, cuando alguien se enfrenta con nosotros, no podemos seguir viviendo espontáneamente. Nos paramos. ¿A qué? A pensar.

Lo primero que hacemos es ver si alguien sabe qué hay que hacer. Si no lo encontramos, recordamos lo que sabemos, lo que hemos aprendido, los conocimientos adquiridos, para ver si nos sirven, si nos permiten salir del apuro. Un tercer paso es tratar de conseguir más conocimientos, preguntar a otros maestros, otros libros, otras ciencias.

Pero puede ocurrir que, entre tantos saberes, nos encontremos perdidos, en la duda. No sabemos qué hacer, no sabemos qué pensar. Ha aparecido ante nosotros algo nuevo, con lo cual no contábamos. O lo que creíamos o pensábamos choca con lo que vemos; ¿cómo decidir? O, finalmente, sabemos muchas cosas, estamos rodeados de objetos, recursos, aparatos, pero nos preguntamos ¿qué es todo esto? ¿Qué sentido tiene? ¿Qué es esto que llamamos vivir, y para qué, y hasta cuándo? ¿Y después, que podemos esperar?

El nacimiento de la filosofía

Cuando el hombre primitivo estaba agobiado por las dificultades, cuando le era difícil seguir viviendo, comer, beber, abrigarse, calentarse, defenderse de las intemperies, de las fieras, del miedo a lo desconocido, no tenía respiro para hacerse preguntas. No solo cada día, cada hora tenía su afán. Y no sabía casi nada. Pero cuando, al cabo de los siglos, el hombre consiguió alguna riqueza, cierta seguridad, instrumentos que le permitieron desarrollar una técnica, noticias y conocimientos, cuando su memoria no fue sólo suya y la de sus padres, sino la de la tribu o la ciudad o el país –una memoria histórica-, cuando hubo autoridades y mando y alguna forma de derecho y estabilidad, consiguió el hombre holgura, tiempo libre, se pudo divertir, cantar, tocar algún instrumento, bailar, componer versos, dibujar o esculpir, levantar edificios que no eran sólo cobijo, sino que debían ser hermosos, inventar historias, y a veces representarlas. Y entonces, en esa vida más compleja, mas atareada y a la vez con más calma, sintió sorpresa, la admiración, el asombro, la extrañeza:

ante lo bello, lo magnífico, lo misterioso, lo horrible. Y empezó a lanzar sobre el mundo una mirada abarcadora, que en lugar de fijarse en tal cosa particular contemplaba el conjunto: y al entrar en sí mismo, al ensimismarse como decimos con una maravillosa palabra en español, empezó a atender al conjunto de su vida y a preguntarse por ella. Así nació, seis o siete siglos antes de Cristo, en Grecia, una nueva ocupación humana, una manera de preguntar, que vino a llamarse filosofía.

Hay un paralelismo entre lo que ocurrió a la humanidad entonces y lo que ocurre al hombre y a la mujer cuando llega a cierta altura de su vida. Todavía es mayor el paralelismo si se piensa que no todos los pueblos han cultivado la filosofía, y que sólo algunos hombres se hacen esas preguntas. Los demás siguen viviendo sin claridad, o se contentan con la certidumbre que da la acción, o aquella otra en que se está por una creencia, o con otra distinta que dan los conocimientos, las ciencias particulares, que nos enseñan tantas cosas. Hoy, tantas que nadie las sabe, que, por tanto, funcionan para cada hombre como otra forma de creencia: creemos que se saben todas esas cosas, que las sabe la ciencia. Pero ¿quién es la ciencia?

Para que alguien se haga las preguntas de la filosofía hace falta que se den varias condiciones. 1) Que se sienta perdido, que no sepa qué hacer o qué pensar, que no sepa a qué atenerse. 2) Que los conocimiento particulares no lo saquen de su duda, no le den una certeza suficiente, porque lo que necesita saber es qué es todo esto, quién soy yo, qué será

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