PARA QUE ENSEÑAR FILOSOFIA
Enviado por JOSEELOY • 29 de Octubre de 2014 • 2.080 Palabras (9 Páginas) • 293 Visitas
Cada vez que se inicia un curso de filosofía los estudiantes se preguntan ¿y para qué sirve esta materia? Como profesores podemos dar desde las respuestas más complejas hasta las más sencillas. Algunos pueden responder con alguna proposición abstracta y elevada. Otros pueden indicarles a sus discípulos que la materia es muy fácil y que no deben temer, porque realmente lo importante es desarrollar algunas competencias con las cuales puedan desenvolverse en el ámbito académico y en la vida cotidiana.
A la base de la pregunta del para qué la enseñanza de la filosofía, subyace otra: ¿qué es la filosofía? Podemos contestar con la respuesta de Heidegger en su trabajo del mismo título "Filosofía es traducir al lenguaje la llamada del ser del ente." Pero si contestamos de esta manera, lo más probable es que nuestros alumnos se sientan confundidos y crean que la labor será inútil y aburrida. No basta con indicarle al alumno que la filosofía es la disciplina máxima del saber y que en ella están contenidos un sin número de teorías y autores dedicados a pensar lo más complejo de la realidad. De acuerdo a lo anterior, en las siguientes líneas se exponen cuatro razones básicas por las cuales es imprescindible la enseñanza de la filosofía.
Enseñar filosofía para recuperar el sentido de los valores
Cotidianamente se escucha decir que la sociedad actual vive una crisis de valores. Los mayores acusan a los jóvenes de no tener una escala de valores que les permita vivir auténticamente. Añoran las épocas pasadas e incesantemente cuestionan la forma en que se vive. La sociedad oferta gran cantidad de posibilidades que hacen del ser humano un individuo vulnerable y presa del facilismo. No es que en la actualidad se niegue la existencia de los valores. El problema radica en la vertiginosa mutación de valores. Otrora existían mayores seguridades e instituciones que proporcionaban las tablas axiológicas. El bueno era quien obedecía y cumplía fielmente lo que unos cuantos proponían. En el presente hay una fuerte tendencia al cambio. Sin embargo, ello no justifica que todo comportamiento sea válido, como pretenden afirmar ciertas esferas de la sociedad.
Debemos enseñar el sentido que tiene para el ser humano guiarse de acuerdo a unos valores. Es decir, de acuerdo a unas realidades que aparecen intangibles, pero que se materializan en el comportamiento. Y cuando digo enseñar, no estoy afirmando que debemos llenar a los alumnos con un cúmulo de conceptos en donde ellos recitan literalmente las definiciones dadas por los autores. Una de las formas más indicadas para enseñar los valores es la práctica. Resulta inoficiosa la prédica si en realidad no logramos transmitir el sentido de los valores. Y el sentido se logra sólo a través del ejemplo. Es decir, no pretendamos que nuestros hijos y estudiantes asuman valores si nosotros les demostramos con nuestra actuación que todo da lo mismo. Con actitudes tales como ser fiel o infiel es cuestión de gustos y preferencias; ser honrado o deshonesto depende de la situación; decir la verdad o engañar es asunto del momento, sólo logramos perpetuar un relativismo moral a través del cual falseamos los comportamientos correctos. Nosotros damos sentido a los valores cada vez que asumimos posiciones firmes y decididas; no dogmáticas y totalitarias. Actuemos con convencimiento y no flaqueemos. Seamos tolerantes con los asuntos triviales, pero no mostremos tolerancia ante las situaciones que degradan la dignidad humana. Andemos con la verdad, es decir, con transparencia, porque sólo así estaremos en condiciones de exigirles a las nuevas generaciones la construcción de un mundo más humano.
A través de la filosofía es posible que el alumno confronte su escala de valores y decida libremente optar por la vida en abundancia o por el escurridizo laberinto de la destrucción. Puestas así las cosas, la enseñanza de los valores conduce a indagar por su esencia y significado. Debemos preguntar a los alumnos por sus aspiraciones más altas y desde allí direccionar el sentido de los valores. Resulta fundamental transmitir pasión por la vida y no dejar que ellos se pierdan en los supuestos valores que coloca la sociedad, porque si al ser humano le arrancáramos el mundo de las valoraciones y quedaran éstas encerradas en una esfera subjetiva, se provocaría una profunda deshumanización y la tierra se convertiría en un lugar inhabitable.
Enseñar filosofía para adquirir una conciencia crítica de la realidad y superar el conformismo
De nada sirve en la vida asumir posiciones neutrales o pasivas, pues quienes así lo hacen pierden el auténtico derrotero de la existencia. Durante una época no muy lejana, en América Latina, se propuso a nivel pedagógico que la enseñanza debería contener un alto sentido crítico. Las teorías pontificaron demasiado al respecto y parece que las grandes aspiraciones porque el mundo obtuviera un orden social más justo y humano se difuminaron rápidamente. Hoy se afirma que debemos formar en los jóvenes un sentido crítico. Debemos enseñarles, por lo menos así se sostiene en teoría, a descifrar los lenguajes que se ocultan detrás de la realidad.
En oportunidades creemos que formar un juicio crítico consiste en que el alumno asuma posiciones de rebeldía frente a las instituciones. La formación del juicio crítico se inicia en el momento en que el individuo contrasta los elementos teóricos con su más inmediata y emergente situación. Una conciencia crítica implica ser consciente de lo que se aprende y la significación de lo aprendido. La crítica es cambio y si lo que elaboran los alumnos a nivel humanístico no transforma su condición personal no es posible hablar que han adquirido conciencia crítica.
Parece que como sujetos de una sociedad estuviéramos condenados a permanecer conformes. La conformidad se homologa con la pasividad. Si asumimos actitudes pasivas es difícil que logremos dar un nuevo giro a la sociedad. La tendencia a asumir los dictámenes de un orden establecido es cada vez más creciente y sus consecuencias pueden ser nefastas. Por ello, de nuestras aulas debemos desterrar los comportamientos conformistas y llevar a los alumnos a adquirir formas de cambio constante. Y cambio constante significa ver la existencia con ojos renovados, sin caer en pesimismos o utopías fantásticas;
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