Perfil Crítico De La Ciencia: Pierre Thuillier
dionel10 de Junio de 2012
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De Arquímedes a Einstein.
Las caras ocultas de la investigación científica.
Madrid. Alianza editorial, 1990 (selección)
«La ciencia, considerada como un proyecto que se realiza progresivamente, es tan
subjetiva y está tan condicionada psicológicamente como no importa qué otra
empresa humana». Einstein
¿Qué es la ciencia? ¿Cómo ha nacido? ¿De qué manera elaboran sus teorías los científicos? ¿Disponen de un «método» establecido de una vez para siempre que garantice la «verdad» de su saber? ¿Es cierto que la actividad de los físicos y de los biólogos es totalmente «Objetiva» y «racional»? ¿Existen criterios que permitan saber a ciencia cierta si se debe aceptar o rechazar una nueva teoría? ¿Se puede trazar un límite claro y definido entre la verdadera y la falsa ciencia? Al examen de estas cuestiones (y de algunas otras del mismo tipo) están consagrados los siguientes capítulos. Se trata de estudiar aquellos casos que, me atrevería a decir, están destinados a complicar la imagen que numerosos manuales y obras de divulgación ofrecen de la actividad científica.
Hechos y teorías
Tomemos un ejemplo a la vez elemental y fundamental: ¿es exacto que una buena teoría es una teoría «confirmada por los hechos»? Y, en otros aspectos, ¿es exacto que haya que rechazar una teoría a la que contradicen «hechos experimentales» bien establecidos? La respuesta, si se cree en las versiones vulgarizadas del Método Experimental, es muy sencilla. Si los expertos aceptan una teoría, es que está «de acuerdo con 1os hechos». El dilema es harto conocido. 0 bien el veredicto experimental es favorable a la hipótesis sometida a prueba (que adquiere entonces el estatuto de teoría válida), o bien es desfavorable (y por lo tanto hay que considerar que la hipótesis es falsa). Así lo quiere la 1ógica de la ciencia. El buen sabio es objetivo; escucha la voz de los hechos; se desprende de las leyes y teorías refutadas por la Naturaleza cuando se la somete a tesis experimentales preparadas cuidadosamente.
Este esquema es transparente y tranquilizador. Con «la ciencia», por lo menos, uno puede saber por donde anda. He aquí, por fin, una actividad cognoscitiva seria que, gracias a procedimientos eficaces, nos conduce a certezas e incluso a Verdades. De aquí el éxito de este panorama contrastado; mientras que el arte, la religión y la filosofía recurren a la imaginación, a la intuición, a creencias quiméricas y a especulaciones incontroladas, la Ciencia nos revela la Realidad tal como es. Este balance epistemológico, diremos de paso, significa concretamente esto: los expertos científicos merecen crédito. Saben mucho, y lo saben bien... Debemos, pues, confiar en ellos y, llegado el caso, someternos a sus decisiones. ¿No es lógico obedecer a los que detentan el conocimiento justo? Como hacía notar Roger Bacon al comienzo siglo XVII, el saber otorga el poder. Razón de más para interesarse por todo lo que se dice sobre la ciencia y sus fundamentos. ¿Hay que creer que existe un método gracias al cual se pueden elaborar teorías estrictamente fieles a los «hechos»?
No se puede formular una respuesta mínimamente satisfactoria en unas pocas páginas. Los filósofos de la ciencia y los mismos científicos han escrito miles y miles de páginas sobre este tema sin llegar a perfeccionar una teoría que fuese a la vez precisa, completa y realista (es decir, conforme a las gestiones efectivas de los hombres de ciencia). Pero parece razonable retroceder con relación a una cierta mitología empirista. Si la historia de la ciencia ha podido sacar a la luz un «hecho» importante, es sin duda éste: ¡jamás existe una adecuación perfecta entre las teorías y «los hechos»!
Y si pongo comillas al escribir «los hechos», la primera razón de ello es que esta expresión no quiere decir nada de preciso. Los científicos utilizan «hechos», es decir, un cierto número de observaciones y resultados experimentales. Pero, en cuanto una teoría alcanza cierto grado de generalización y complejidad, es prácticamente imposible tener la certeza de que todos los hechos (o incluso todos los tipos de hechos) pertinentes se hayan tenido en cuenta. Como dirían los filósofos, los hombres de ciencia se mueven en la finitud... Su deseo es producir teorías válidas para una infinidad de fenómenos. Pero en la práctica, jamás están seguros de haber localizado todos los «hechos» útiles; y, precisamente por eso, las teorías mejor confirmadas siguen siendo precarias, frágiles. Así pues, todos los discursos que tienden a hacer olvidar este hecho nos ocultan algo. Al presentar «los hechos» como una especie de prueba máxima de la verdad de la ciencia, hacen a esta última una publicidad abusiva; y, al mismo tiempo, empobrecen y devalúan lo que tantas veces llamamos la aventura científica.
Desde luego, si sólo bastase consultar «los hechos», la investigación perdería su encanto, su lado excitante. Al acumular ciegamente los «datos» y al utilizar los ordenadores, los hombres de ciencia obtendrían mecánicamente las buenas teorías. Pero, con toda seguridad, no ha sido trabajando con este espíritu como los Galileo, Darwin, Pasteur o Einstein han desarrollado sus teorías. Es cierto que, en algunos casos, se puede tener la impresión de que la «teoría» ha sido totalmente comprobada mediante los «hechos». Así, la afirmación de que la Tierra es esférica (o casi esférica) tuvo primero el estatus de una teoría; los sabios antiguos llegaron a esta idea con la reflexión y la especulación. Más tarde, esta teoría fue brillantemente confirmada. Todos nosotros, hoy en día, hemos visto fotografías que muestran, literalmente, la esfericidad (o casi esfericidad) de nuestro planeta. Pero aquí está la paradoja: ¡ya no se trata de una teoría! Para nosotros, es un hecho. Resultado alentador, puesto que nos indica que las especulaciones científicas pueden conducirnos a conocimientos reales. Pero que nos recuerda que las teorías no son verdaderas de una manera absoluta más que cuando ya no son teorías...
Dicho de otra forma, la noción misma de teoría implica la incertidumbre. Incluso una teoría eficaz (en el sentido en que lo ha sido, y lo es todavía la teoría newtoniana de la gravitación) no es necesariamente una teoría verdadera. Puede prestar grandes servicios en la práctica; puede introducir la inteligibilidad en el estudio teórico de una infinidad de fenómenos. Y, sin embargo, no ser perfecta. Por una parte, sucede que determinados «hechos» siguen siendo inexplicables en el marco de esta. teoría y parecen contradecirla (éste es el caso de la teoría de Newton con algunos «hechos» concernientes a la mecánica celeste). Por otra parte, puede resultar ser necesario una revisión drástica de determinadas nociones fundamentales (éste fue también el caso de los conceptos newtonianos de tiempo y espacio).
Todo esto, me apresuro a precisar, no cuestiona de ningún modo la idea misma de investigación científica. Una buena teoría no es una teoría definitivamente irrefutable y absolutamente cierta: es una teoría coherente y que posee cierta eficacia en las condiciones dadas. El malentendido comienza cuando el celo de los publicistas (y a veces de los mismos científicos) hace que se glorifique con exceso la certeza y la objetividad del saber experimental. Y cuando olvidan, entre otras cosas, que algunos de los hechos famosos pueden explicarse mediante varias teorías diferentes... Entre las teorías y los hechos siempre existe un desfase, una especie de «borrosidad». De forma ideal, por supuesto, los hombres de ciencia tienen como objetivo sacar a la luz el funcionamiento real de la naturaleza; y esto les lleva, en particular, a multiplicar los cuestionarios sobre todo lo que se puede observar y experimentar. En este sentido, el legendario «método experimental» expresa cierta verdad: los hombres de ciencia tienen un proyecto preciso y respetan determinadas normas (como aquella que exige una confrontación estrecha y seria de la teoría con los fenómenos a los que concierne).
¿Cómo elegir los “hechos buenos” dentro de todos los hechos disponibles?
(...) ¿Cómo elegir los hechos buenos entre todos los hechos disponibles? Por «hechos buenos» entendamos aquellos que son significativos, aquellos que presentan de forma bien caracterizada las variables pertinentes», los fenómenos «fundamentales», etc. Cuando una teoría ha sido aceptada, desde hace mucho tiempo, se tiende a subestimar la importancia de este problema. Las sesiones de «los trabajos prácticos» de nuestro sistema de enseñanza contribuyen por otra parte a falsear las perspectivas. En efecto, los estudiantes experimentan la mayor parte de las veces sin acabar de darse cuenta de la amplitud del trabajo que ha sido necesario para perfeccionar las nociones y los instrumentos que utilizan. De forma espontánea creen que eso es «evidente»; su único problema es realizar correctamente la manipulación.
Para los iniciadores, para aquellos que introdujeron innovaciones en el análisis de la caída libre, de los fenómenos de combustión o de los mecanismos de la herencia, la situación era muy diferente. Su labor no se reducía a que les «saliese bien» una experiencia. En primer lugar, debían concebirla... No solamente tenían que localizar los «hechos buenos» entre todos aquellos que podían conocer, sino que a menudo debían forjarlos en todos sus aspectos (por ejemplo, construyendo nuevos aparatos). Y no solamente debían identificar las «buenas variables», aquellas que permitirían
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