Teoría de la hegemonía de Antonio Gramsci.
Enviado por JuanVH • 6 de Junio de 2016 • Resumen • 1.555 Palabras (7 Páginas) • 849 Visitas
Gramsci.
Para el filósofo italiano la hegemonía cristaliza: (i) en la intervención del poder (en cualquiera de sus formas) sobre la vida cotidiana de los sujetos y (ii) en la colonización de todas y cada una de sus esferas, que ahora son relaciones de dominación. Estaba claro, para Gramsci la clase dirigente refuerza su poder material con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas - que la coerción o el recurso a medidas expeditivas-, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante es preciso propiciar una guerra de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social. De ahí que la creación de un nuevo intelectual asociado a la clase obrera pasa por el desarrollo desde la base, desde los sujetos concretos, de nuevas propuestas y demandas culturales. El objetivo consiste en la imaginación de una nueva cultura no subalterna, muy diferente de la burguesa, que pueda llegar a ser dominante, sin verse arrastrada por culturas tradicionales. Como gran educador sabía que la preeminencia socio-económica del orden burgués se debía al control ideológico de los sujetos y a la interiorización de sus coordenadas y valores por el imaginario, es decir, por todas las clases.
Este era el secreto tácito de su hegemonía. Y esa idea, madurada desde la cárcel, la adquiere directamente desde sus experiencias en la práctica política, desde la praxis, más concretamente desde sus tareas en el Ordine Nuovo. De cualquier modo, para Gramsci, todo hombre es un intelectual que participa de una determinada concepción del mundo y a través de sus singladuras ideológicas contribuye a sostener o a suscitar nuevos modos (alternativas) de pensar. Gramsci en este punto no nos deja margen para vacilaciones: la separación creciente entre gobernantes y los destinatarios de sus decisiones; entre intelectuales y el resto, entre los funcionarios de las teorías y quienes las reciben, es inaceptable. Hegemonía, como concepto metodológico, ha sido una práctica orientada a comprender el comportamiento humano de manera desigual, es decir a establecer sistemas de control sobre la reproducción social de determinados grupos sociales. Sin embargo, para Gramsci el concepto de hegemonía no es neutral. Y no lo es en base a tres razones: (i) la trascendencia que para la consolidación de un proyecto político tiene el sistema de ideas y creencias en el que los hombres se representan de manera coherente el mundo y actúan sobre él; (ii) su concepción de socialismo como autogobierno consciente; y (iii) la importancia que para la revolución en occidente tiene la disgregación ideológica dominante y la promoción de una nueva alternativa ideológica-cultural.
No se trata de instrumentalizar a la base social para tomar el poder (forma de totalitarismo), sino de concienciar democráticamente a los ciudadanos, a las masas - que diría el filósofo italiano -para que subviertan el orden establecido. Quizás sea ésta última una de las grandes aportaciones del pensamiento de Gramsci. El príncipe moderno debe ser el exponente activo de una reforma intelectual y moral de la sociedad, cuyo fin será constituir una estructura del trabajo reformada. El uso de concepto de bloque histórico es otra muestra de la atención que el pensador italiano prestó a factores subjetivistas de la revolución popular, incluyendo símbolos, mitos y lenguaje. Son la convergencia de fuerzas contra-hegemónicas establecidas en la sociedad civil, pero buscando expresarse en el terreno del poder estatal. La idea de bloques sociales continuados estaba unida en Gramsci a preocupaciones intelectuales concretas, como la centralidad de la ideología, el papel de nacionalismo, los límites del parroquialismo, la crítica del economicismo, etc.
Por otra parte, en Gramsci concurre una concepción de partido muy diferente a la usual, tanto en el ámbito ortodoxo y revolucionario del marxismo leninismo, como en el del liberalismo. En Turín repetía siempre a sus compañeros que era necesario cambiar el maximalismo del partido. Su afán no era otro que concienciar y educar políticamente a los ciudadanos. Y el partido debía tomar, eso mismo, partido en el desarrollo de funciones básicamente educativas. Digamos que Gramsci no se deja arrastrar por el maximalismo ni por el idealismo. Renuncia a un modelo dualista (de opuestos) y redentor de destrucción/construcción desde arriba de un orden social nuevo. Éste, si llega, deberá forjarse desde abajo. Entre otras cosas porque nunca fue amigo de los sistemas cerrados, con principios científicos rigurosos, abstracciones o verdades concluyentes. Gramsci era un hombre de realidades, no de dogmas ni de paraísos ilusorios. Para él, el socialismo rondaba la derrota, hasta tanto no se concibiera y desarrollara con autonomía, esto es, con su propia concepción integral del mundo y la historia. De ahí la importancia que en su obra contrae la necesidad de construir una filosofía de la praxis. La filosofía de la praxis es una teoría de la constitución de los sujetos políticos con el objetivo de que se desarrolle una doctrina de la hegemonía. Este subjetivismo y su base anti-determinista es lo que hace de Gramsci, desde nuestro modesto punto de vista, un autor inesperadamente actual.
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