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CUENTO REVOLUCIONARIO


Enviado por   •  26 de Noviembre de 2012  •  1.025 Palabras (5 Páginas)  •  615 Visitas

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Dos revolucionarios

Ricardo Flores Magón

El revolucionario viejo y el revolucionario moderno se encontraron una tarde marchando en diferentes direcciones. El sol mostraba la mitad de su ascua por encima de la lejana sierra; se hundía el rey del día, se hundía irremisiblemente, y como si tuviera conciencia de su derrota por la noche, se enrojecía de cólera y escupía sobre la tierra y sobre el cielo sus más hermosas luces.

Los dos revolucionarios se miraron frente a frente: el viejo, pálido, desmelenado, el rostro sin tersura como un papel de estraza arrojado al cesto, cruzado aquí y allá por feas cicatrices, los huesos denunciando sus filos bajo el raído traje. El moderno, erguido, lleno de vida, luminoso el rostro por el presentimiento de la gloria, raído el traje también, pero llevando con orgullo, como si fuera la bandera de los desheredados, el símbolo de un pensamiento común, la contraseña de los humildes hechos soberbios al calor de una grande idea.

–¿Adónde vas? –preguntó el viejo.

–Voy a luchar por mis ideales –dijo el moderno–; y tú, ¿a dónde vas? –preguntó a su vez.

El viejo tosió, escupió colérico el suelo, echó una mirada al sol, cuya cólera del momento sentía él mismo, y dijo:

–Yo no voy; yo ya vengo de regreso.

–¿Qué traes?

–Desengaños –dijo el viejo–. No vayas a la revolución: yo también fui a la guerra y ya ves cómo regreso: triste, viejo, maltrecho de cuerpo y espíritu.

El revolucionario moderno lanzó una mirada que abarcó el espacio, su frente resplandecía; una gran esperanza arrancaba del fondo de su ser y se asomaba a su rostro. Dijo al viejo:

–¿Supiste por qué luchaste?

–Sí: un malvado tenía dominado el país; los pobres sufríamos la tiranía del gobierno y la tiranía de los hombres de dinero. Nuestros mejores hijos eran encerrados en el cuartel; las familias, desamparadas, se prostituían o pedían limosna para poder vivir. Nadie podía ver de frente al más bajo polizonte; la menor queja era considerada como acto de rebeldía. Un día un buen señor nos dijo a los pobres: “Conciudadanos, para acabar con el presente estado de cosas, es necesario que haya un cambio de gobierno; los hombres que están en el poder son ladrones, asesinos y opresores. Quitémoslos del poder, elíjanme presidente y todo cambiará.” Así habló el buen señor; enseguida nos dio armas y nos lanzamos a la lucha. Triunfamos. Los malvados opresores fueron muertos, y elegimos al hombre que nos dio las armas para que fuera presidente, y nos fuimos a trabajar. Después de nuestro triunfo, seguimos trabajando exactamente como antes, como mulos y no como hombres; nuestras familias siguieron sufriendo escasez; nuestros mejores hijos continuaron siendo llevados al cuartel; las contribuciones continuaron siendo cobradas con exactitud por el nuevo Gobierno y, en vez de disminuir, aumentaban; teníamos que dejar en las manos de nuestros amos el producto de nuestro trabajo. Alguna vez que quisimos declararnos en huelga, nos mataron cobardemente.

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