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Chantaje a una inocente


Enviado por   •  1 de Septiembre de 2014  •  Síntesis  •  34.797 Palabras (140 Páginas)  •  279 Visitas

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Chantaje a una inocente

Jacqueline Baird

Argumento:

La deuda era de un millón de libras… el pago, su inocencia

Ninguna mujer se había atrevido jamás a rechazar al implacable magnate italiano Zac Delucca. Pero la dulce e inteligente Sally vivía en un mundo propio, en el que sólo había lugar para su madre enferma y para su trabajo.

La joven no se dio cuenta de que su indiferencia estaba provocando la furia del temible y apuesto empresario; sobre todo porque su padre era el responsable de un importante fraude en la empresa del millonario. Como había una deuda que saldar, Zac iba a darle un ultimátum: o accedía a convertirse en su amante o su padre terminaría en la cárcel. Era una decisión difícil, pero él estaba convencido de que ella sabría elegir bien…

Capítulo 1

Zac Delucca bajó de la limusina y miró hacia el edificio de cuatro plantas de estilo georgiano: la sede de Westwold Components, la empresa que había adquirido dos semanas antes. Raffe, su hombre de confianza, estaba a cargo de la operación, así que en ningún momento había esperado que lo necesitaran en Londres a mitad de junio.

El codiciado millonario avanzó hasta las puertas del edificio con aire de pocos amigos. Era arrebatadoramente atractivo; su cabello negro y sus astutos ojos oscuros no dejaban indiferente a nadie, y el impecable corte de su traje de seda daba fe de la extraordinaria habilidad de su sastre.

—¿Estás seguro de todo esto, Raffe? —le preguntó Zac a su asistente, que lo había acompañado en el coche.

Raffe Costa era su mano derecha y también su amigo desde hacía más de diez años. Zac había ido a un banco de Nápoles a pedir un préstamo para uno de sus proyectos y allí se había encontrado con Raffe, que en ese momento trabajaba en el departamento financiero de la entidad. Habían congeniado desde el primer momento y dos años más tarde Raffe se había unido al próspero negocio de Zac como contable y asistente personal.

—¿Que si estoy seguro? —dijo Raffe lentamente—. No, no del todo, pero sí lo bastante como para que lo compruebes. No lo notamos cuando hicimos las investigaciones pertinentes antes de efectuar la compra porque el desvío de fondos, si eso es lo que es, ha sido llevado a cabo de una forma muy sutil.

-Será mejor que tengas razón, porque tenía pensado tomarme unas vacaciones, y no quería pasarlas en Londres —dijo Zac en un tono seco y mirando a su asistente de reojo—. Lo que tenía en mente era una playa paradisíaca y una mujer hermosa.

Nada más entrar Raffe lo presentó ante el guardia de seguridad y éste le hizo firmar el libro de registro; seguramente para impresionar un poco.

-Estoy segura de que el señor Costa se lo habrá dicho —dijo Melanie, la recepcionista, después de las presentaciones. La joven se había agarrado del brazo de Zac y no lo soltaba—. Todos estamos encantados de pasar a formar parte de Delucca Holdings, y si hay algo que pueda hacer por usted... —la rubia batió sus largas pestañas y le lanzó una mirada seductora—. Sólo tiene que pedírmelo.

-Gracias —dijo él, en un tono cortés, pero formal, y se zafó de ella de inmediato—. Vamos, Raffe, busquemos... —y entonces se detuvo al ver entrar a una mujer.

-Exquisita —murmuró en un susurro, mirándola de arriba abajo.

Aquella joven tenía cara de ángel, y un cuerpo capaz de tentar a cualquier hombre con sangre en las venas.

Unos enormes ojos azules, piel de porcelana, y unos carnosos labios hechos para ser besados. El cabello, rizado y rojo como un puñado de rubíes, le caía en cascada sobre los hombros, realzando el blanco inmaculado del vestido de firma que llevaba. El fino tejido le acariciaba las curvas con sutileza y el ancho cinturón blanco que llevaba ceñido a la cintura potenciaba sus voluptuosas caderas.

«Tip, tap, tip, tap...».

Aquellas sandalias rojas de tacón de aguja se acercaban más y más, disparando su libido con cada paso. El corazón de Zac se detuvo un instante. Cualquier hombre hubiera muerto por aquellas piernas largas y esculturales...

—¿Quién es? —le preguntó a Raffe.

—No tengo ni idea, pero es impresionante.

Zac miró a su amigo y vio que éste la observaba de la misma manera.

«Quítale los ojos de encima. Es mía», pensó para sí.

La chica no era su tipo. Él siempre había preferido a las morenas altas y llamativas. Sin embargo, estaba decidido a llevarse a la cama a aquella pequeña y delicada pelirroja...

Zac esbozó su mejor sonrisa, pero la joven pasó de largo con una mirada despreciativa.

Sally Paxton atravesó el vestíbulo de Westwold Components con paso decidido. Al pasar por delante del buró de recepción se encontró con un pequeño grupo que la observaba con atención. Un hombre alto le sonreía efusivamente.

¿Acaso era alguien a quien debía conocer?

Sally se puso tensa y apretó el paso. Tenía que parecer segura y desenvuelta, como si ése fuera su sitio. Al pasar por delante de él, lo saludó con un gesto frío y siguió adelante.

Sally Paxton tenía una misión que cumplir... y nada ni nadie iba a interponerse en su camino...

Su mirada buscó los ascensores situados al final del elegante recibidor. Uno de ellos era de uso público, y el otro iba directamente a la última planta, donde estaba el despacho de su padre.

Zac se quedó estupefacto. Por primera vez en su vida, una mujer lo había ignorado por completo.

—¿Quién es esa chica? —le preguntó a la recepcionista—. ¿En qué departamento trabaja?

—No lo sé. Es la primera vez que la veo. —Seguridad —dijo, llamando al guarda.

Pero éste ya había echado a andar detrás de la joven.

—¡Espere, señorita, tiene que firmar!

Enojada y absorta en sus propios pensamientos, Sally se detuvo delante del ascensor y apretó el botón.

Hacía más de siete años que no visitaba el despacho de su padre. Entonces tenía dieciocho años y se había presentado por sorpresa un miércoles por la tarde. Aquel día era el cumpleaños de su madre y Sally había viajado hasta Londres para hacerle volver a casa antes del fin de semana.

Por aquel entonces su madre aún estaba convaleciente de una mastectomía, pero él sólo se había dignado a enviarle una fría postal de felicitaciones.

«Una mísera postal...», pensó Sally para sí con amargura y rabia, reviviendo lo que había

...

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