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ENSAYO CIVILIZACION Y BARBARIE


Enviado por   •  17 de Noviembre de 2012  •  3.028 Palabras (13 Páginas)  •  697 Visitas

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ENSAYO CIVILIZACION Y BARBARIE

De una manera general, el Occidente no ha llegado a pensarse a sí mismo como bárbaro, ya que esta categoría estuvo destinada por mucho tiempo a los pueblos de Oriente (desde las invasiones de los hunos y los mongoles) y a las comunidades primitivas sojuzgadas por los imperios coloniales, como en Africa, antes de que, ya en el siglo XX, antropólogos y etnólogos se dieran a la tarea de estudiarlas y ocasionalmente rescatarlas. Kipling, por ejemplo, consideraba que las comunidades africanas estaban integradas por "medio demonios, medio niños". Curiosamente, las civilizaciones prehispánicas de América, que tanto habían deslumbrado a los españoles a su llegada en el siglo XVI (como ocurriera con Tenochtitlán), no han sido calificadas de bárbaras, aunque una como la azteca tuviera entre sus costumbres los sacrificios humanos. Hoy, para los arqueólogos, los vestigios de dichas civilizaciones prehispánicas dan cuenta de un esplendor pasado, a veces digno de ser reivindicado. Los incas, en sus incursiones bélicas, tampoco estaban exentos de un tratamiento bárbaro para los vencidos, como ocurriera, por ejemplo, en el actual norte del Ecuador y la laguna de Yaguarcocha ("laguna de sangre"), donde miles de indígenas adolescentes fueron ejecutados por los vencedores venidos del Sur, poco tiempo antes de la llegada de los españoles. Ciertamente, éstos, fundamentalmente preocupados por el oro, no encontraron en el indio sojuzgado al "buen salvaje" armónico, sino al animal, la "bestia de carga". Con la llegada de los españoles, en todo caso, se inauguraba un periodo durante el cual el imperio iberoamericano, que exportaba el 80 % de los metales preciosos del mundo, parecía ser el centro del orbe.

En el Norte como en el Sur de las Américas, la fundación del Nuevo Mundo conjugó el aporte civilizatorio –ciertos adelantos "tecnológicos" habían ayudado a los españoles- con la franca barbarie occidental, procedente de Europa. No hubo de pasar mucho tiempo antes de que los colonos europeos que llegaban a las costas estadounidenses decidieran exterminar a los indios que encontraban a su paso, y que con frecuencia no se les habían manifestado hostiles, aunque sí fueran radicalmente distintos en sus modos de vida. La primera democracia de América y el mundo nunca quiso reconocer en los indios a ciudadanos en plano de equidad, como tampoco quiso hacerlo más tarde con los negros traídos desde Africa. Para finales del siglo XIX, terminada la Conquista del Oeste, los pioneros habían arrasado con los indios acorralados, aunque algunos se hubieran pasado del lado del vencedor y colaboraran con él. El destino de esos indios, para quienes el hombre blanco era a primera vista incomprensible y a veces objeto de represalias, fue finalmente el de las terribles reservaciones: se habían acabado los grandes territorios para la caza y la pesca, los espacios del búfalo, la vida nómada y hasta cierta barbarie –aquí también- en los enfrentamientos entre tribus. Con el frecuencia, el comercio con engaño, la estafa sobre la ingenuidad y contra la palabra dada en los tratados, el robo, el alcohol y el desarraigo pudieron incluso más que las acciones bélicas. El acorralamiento seguía en los años ’70 del siglo pasado, cuando se descubrieron recursos naturales en las reservas indias, y pese a resistencias como la de los sioux oglala en Wounded Knee y Pine Ridge, donde se seguía exigiendo el respeto de los tratados: curiosamente, ya en ésa época, algunos jefes indios decían desconocer el concepto de "masas" porque implicaba despersonalización. La comunidad india, aunque de apariencia gregaria, no desconocía las particularidades individuales. Desde este punto de vista, no era gregaria.

Algunos colonos estadounidenses habían alcanzado a reconocer en el indio al "buen salvaje", que vivía con apego a la naturaleza y en relativa paz, pero fueron los menos: para los más, el indio vivía como los animales, y debía ser "civilizado" o aniquilado. No hubo, en la conquista del Norte de América, humanistas ni Iglesias que atemperaran el fanatismo y la belicosidad del hombre blanco, y que inclinaran la balanza hacia la "civilización" y la integración social del nativo. Colonos y pioneros huían de una Europa que veían en decadencia y corrupta, y se proponían desde un principio crear un "Nuevo Mundo" y una "civilización": en realidad, arrasaron con las comunidades preestablecidas y se privaron, con ello, de un pasado en suelo propio. Los negros no corrieron mejor suerte: el tráfico de esclavos era bárbaro por excelencia, aunque en él colaboraran también tribus y reyezuelos africanos. En Norteamérica, el "afroamericano" fue considerado por un tiempo, hasta la Guerra de Secesión, como el equivalente de una mercancía más a disposición del aristócrata sureño. Sorprende, a fin de cuentas, que el negro haya logrado adaptarse y hacer un aporte invaluable a la cultura norteamericana, como en la música, del blues al jazz, o como en la lucha por los Derechos Civiles de un Martin Luther King. Pero hasta bien entrado en el siglo XX, cuando aún se acostumbraba linchar y quemar negros, no faltaron blancos que pensaran en repatriarlos al Africa (como ocurrió con el experimento liberiano, de fatales consecuencias en los años ’90 del siglo pasado), ni líderes negros, como Marcus Garvey, que acariciaran idéntico sueño, el mismo que más tarde idealizaran desde los barrios marginales de Kingston, en Jamaica, los adeptos al culto rastafari. Con el tiempo, el reclamo de los Derechos Civiles quedó en el abandono y muchos negros estadounidenses se reorientaron hacia el Islam, con el fanatismo de un Louis Farrakhan. El pasado africano había sido borrado con el transplante de un continente a otro, y con ello la identidad primigenia. No quedaban comunidades preestablecidas que reivindicar: quedaban sobre todo mitos.

Norteamérica, que luego habría de reclamar su pertenencia a Occidente, se fundó así sobre dos barbaries, una practicada contra el indio y otra contra el negro, sin demérito del empeño que pusieron colonos y pioneros en fundar un "Nuevo Mundo", la "ciudad sobre la colina" para el "pueblo elegido de Dios", y los logros que fueron forjando los pequeños y medianos granjeros, antes de desaparecer de la escena a finales del siglo XIX, con el populismo agrario contra los grandes monopolios del ferrocarril. Probablemente este populismo, junto con los aportes negros a los que ya nos hemos referido, hayan sido los últimos vestigios de una cultura popular –que no de masas- en Estados Unidos. En efecto, la cultura popular en Estados Unidos tuvo que enfrentarse en el siglo XX con el auge de la cultura de masas, y por ende con grandes dificultades

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