Eduacion
Enviado por AzeOrosco • 22 de Junio de 2014 • Tesis • 2.067 Palabras (9 Páginas) • 248 Visitas
Este texto aborda la problemática de la educación histórica en la
formación de docentes desde una doble perspectiva epistemológica. Por
una parte, la que se refiere a la historia como conocimiento científico, y
por otra, la que tiene que ver con la pedagogía de la disciplina (Seixas,
1999; Schulman, 2001).
Palabras clave: Educación histórica, historia, formación de docentes,
pedagogía específica.
Introducción
Cuando hablamos de historia, nos referimos a una disciplina en constante
cambio, abierta a debates y a la generación de nuevos conocimientos
que aborda los complejos procesos humanos que han tenido lugar en el
pasado pero cuyas huellas y registros impactan el presente. En este
sentido afirmamos con Marc Bloch que la historia es la ciencia de los
hombres en el tiempo. Pero también como lo hace Eric Hobsbawm
(2001), que la historia transforma al pasado en un mundo para viajeros
pues el epicentro de esta disciplina es el cambio más que la permanencia.
“La metáfora de la historia no es ni el roble ni la secuoya, sino el ave
migratoria”.
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Es importante diferenciar a la historia como conocimiento construido y
validado por la comunidad de los historiadores, de la historia como
proceso social y aún de la memoria histórica, definida aquí como la
historia recordada por los colectivos humanos.
En este contexto, no han sido pocos “Los combates por la historia1” que
se han librado. Según Peter Lee y Rosalyn Ashby (2000) en la Gran
Bretaña en el terreno de los debates sobre la historia como materia de
enseñanza, en los años sesentas la controversia se centró en los
contenidos; es decir, el eje de los debates fue qué hechos o procesos
incluir en los planes y programas de estudio, mientras que para los
noventas, la cuestión se había desplazado hacia la historia como
disciplina científica, en otras palabras el debate era en torno a la historia
como una forma específica de conocimiento con su propia lógica,
nociones, problemas, evidencias, mecanismos de corroboración y
validación.
La historia transitó de un índice de procesos y/o acontecimientos
memorables a otra centrada en el aprendizaje y aplicación de categorías
y nociones analíticas susceptibles de ser aplicadas para comprender sus
propios objetos de conocimiento. Así, se pasó de la pregunta ¿qué
contenidos históricos deben abordarse en la escuela2?, a ¿Cómo lograr
que en la escuela se aprenda historia como una forma de conocimiento
específico?
Más recientemente, de acuerdo con Seixas y Peck (2008), Ken Osborne
ha identificado tres formas que la educación histórica ha adoptado a
través del tiempo: la primera se centra en transmitir la narrativa de la
construcción de la nación; la segunda se enfoca en el análisis de los
problemas contemporáneos en un contexto histórico (más cercano con
el enfoque de las ciencias sociales); y la tercera toma a la educación
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histórica “como el proceso por el cual los estudiantes llegan a
comprender la historia como una manera de investigar desde la disciplina
(histórica) y por lo tanto aprenden a pensar históricamente” (Osborne,
2006, p. 107).
Por su parte, en un extenso recorrido sobre la investigación y los
debates en los Estados Unidos sobre las formas que la enseñanza de la
historia debería adoptar, Samuel Wineburg (2001), menciona que
durante un largo periodo de tiempo, los estudios sociales constituyeron
“el coco” de los planificadores, investigadores y académicos; ejemplifica
ésta génesis con Bell y Mc Collum (1917) hasta llegar a 1996 con Sean
Wilentz y los verdaderos ríos de tinta que se han vertido para explicar
que los estudiantes no saben historia, cuando tal vez nos hemos hecho
las preguntas incorrectas: “puede ser que hayamos pasado demasiado
tiempo descubriendo (o solamente redescubriendo una y otra vez) lo
que los estudiantes no saben, descuidando preguntas más útiles sobre el
conocimiento histórico de los jóvenes. Por ejemplo: ¿Qué es lo que sí
saben los estudiantes del pasado? ¿Qué fuentes, además de maestros y
libros de texto, contribuyen a su conocimiento? ¿Cómo descifran el
conocimiento que proviene de documentos históricos complejos? ¿Cómo
navegan entre imágenes del pasado aprendidas en su hogar y aquellas
que aprendieron en la escuela? ¿Cómo ubican su historia personal en el
contexto de la historia nacional y mundial?” (Wineburg, 2001, p. VIII).
En el caso de México los debates públicos sobre la historia situada en las
aulas corrieron por dos vías paralelas. Por una parte, algunos actores
seguían discutiendo los contenidos de un largo índice cronológico. Por
otra, académicas como Victoria Lerner (1990–1997), Luz Elena Galván
(1998, 2000, 2001, 2010) Mireya Lamoneda (2000 y 2001), Frida Díaz
Barriga (1998) y Andrea Sánchez Quintanar (2002; 2006) abordaron
cuestiones que se referían a la enseñanza y aprendizaje de la historia, a
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la construcción del conocimiento histórico por alumnos y docentes de
bachillerato, a la reestructuración del currículum de historia para
secundaria y a la enseñanza de la historia tanto en términos de los libros
de texto, como en la currícula en diversos momentos históricos.
Recientemente las investigaciones se situaron en los puntos nodales de
la educación histórica al considerar las prácticas docentes basadas en el
conocimiento de la disciplina y en sus recursos metodológicos, así como
en los conocimientos ya consolidados sobre el desarrollo del
pensamiento histórico y la conciencia histórica (Plá 2005; Camargo,
2008; Arteaga y Camargo 2009 - 2011 y Casal 2011).
Estas investigaciones, dicho sea de paso, demostraron la poca utilidad de
una historia que tiene como epicentro la enseñanza en la que privan la
reproducción de datos, la cronología y la narrativa basada en los libros
de texto como única referencia.
La historia en las aulas como problema: retos y alternativas
En este contexto, situar a la historia en las aulas como una disciplina que
dispone de un lenguaje y una lógica propias y que hace uso de
herramientas y recursos específicos para generar nuevos conocimientos
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