El Fin De La Hegemonía Del Pri
Enviado por • 4 de Junio de 2013 • 3.106 Palabras (13 Páginas) • 667 Visitas
EL FIN DE LA HEGEMONÍA DEL PRI
No hace mucho, el plantear siquiera la posibilidad de que el PRI pudiera desaparecer, no hacía sino provocar la burla y el desdén de los priístas y sus simpatizantes ante la enorme candidez del proponente. ¿Desaparecer el PRI? Ni en sueños. Hay PRI para rato (es decir, para décadas). La manía de hablar de la muerte del PRI era exclusiva de los opositores y disidentes del régimen, y no de todos, sino los más apasionados y enconados. Los más sensatos reconocían, muy a su pesar, que había PRI para mucho tiempo, que había que seguir trabajando con paciencia oriental y denuedo de modo que los cimientos del régimen fueran cediendo muy poco a poco, que había que aceptar una brega de eternidades y que no había que hacerse ilusiones para que no hubiera desilusionados (recordando la advertencia de Manuel Gómez Morin, fundador del PAN).
Al final de los sesenta, don Daniel Cosío Villegas no veía ninguna posibilidad de cambio, y ante su impotencia como disidente, escribía: "Un consuelo, sin embargo, puede quedarnos; haber ganado con exceso la Medalla de la Perseverancia." 1 Si acaso, más recientemente algunos planteaban la posibilidad de que el régimen se transformara en sentido democrático, aunque ello no implicaba la desaparición del PRI (como muchos suponían y deseaban). Simplemente significaría su aceptación de reglas más competitivas, en las cuales podría todavía seguir ganando espacios mayoritarios del poder aunque en una situación mucho más acotada, vigilada y nunca tan abrumadora como en sus buenos tiempos de hegemonía. Eso, en sí mismo, representaría una gran ganancia para el país, pero aun así ese escenario no había sido tomado seriamente hasta hace muy poco. De tal modo que incluso esta última hipótesis sonaba muy lejana y no exenta de cierto idealismo. El PRI, para muchos de sus oponentes, jamás podría reformarse en sentido democrático, habría que esperar tanto tiempo como hiciera falta, a que se resquebrajara y desapareciera del escenario político, para dejar abierta la posibilidad democrática. Sobre esta posibilidad se preguntaba Cosio Villegas: "¿Cabe hacerse la ilusión de que de un cuerpo putrefacto brote la salud y aun la pureza?"
En todo caso, los priístas pudieron mofarse con gran soberbia de sus prematuros enterradores, pues cuantas veces éstos pronosticaban la inminente desaparición del partido oficial, los hechos los desmentían de manera inmisericorde. Por lo mismo, todavía en 1985 Gabriel Zaid escribió: "Estamos aburridos de escuchar desde hace décadas que el sistema va a tronar, sin que pase nada."
El considerar la desaparición del PRI o su derrota en las urnas (eventos que podrían ser sinónimos, aunque no necesariamente) empezaba a evocar a los antifranquistas que año con año aseguraban golpeteando con su dedo índice que ahora sí caería Franco (por lo cual, rezaba la broma, muchos de tales antifranquistas ya mostraban tan solo el muñón de la mano). Cuando otros partidos con algunas similitudes al PRI empezaron a entrar en graves problemas, tanto que terminaron por desaparecer (como el Partido Comunista de la Unión Soviética) también el Par empezó a mostrar algunas dificultades fuera de lo usual. Pero la dimensión de los tropiezos del partido oficial mexicano era tan relativamente pequeña, que parecían un juego de niños frente a los desafíos de los grandes partidos únicos del siglo XX. Por lo mismo, los priístas, aunque ya un poco más inquietos, no aceptaban ni por asomo la posibilidad de que el PRI pudiera correr una suerte semejante a la de aquellos partidos, al fin tan supuestamente lejanos en su estructura institucional que no podía haber comparación posible.
Para reforzar esa sobrada confianza priísta, de manera coincidente el 18 de agosto de 1991 ocurrieron dos eventos en sentido contrario; en la Unión Soviética se registró un fallido intento de golpe de Estado que, sin embargo, precipitó la disolución del Partido Comunista (y posteriormente de la propia Unión Soviética). En esa misma fecha, el PRI se anotaba una espectacular recuperación electoral (pasando del dudoso 51% que con grandes fraudes logró obtener en 1988, a un holgado y sorpresivo 64% en condiciones mucho más limpias que tres años atrás). Semejante triunfo en unos comicios que fueron bautizados por algunos analistas como de la "Restauración", los temores de los priístas engendrados poco antes volvieron a esfumarse. Tanto más cuanto que se confirmaba en buena parte su hipótesis de que el tropiezo de 1988 se había debido a la crisis económica que prevaleció durante el gobierno de Miguel de la Madrid. Por tanto, con una debida recuperación económica la hegemonía del mundo volveria a normalizarse, aunque a través de algunas concesiones a la oposición que, sin embargo, no serían letales al régimen posrevolucionario. Y como para ese año los priístas y salinistas parecían convencidos de que el nuevo modelo económico se consolidaría, emprendiendo un avance lineal y sin tropiezos, ya no había nada que temer. Los problemas estructurales y los nubarrones económicos que vislumbraba la oposición o algunos analistas disidentes no eran más que "mitos geniales". En su propia perspectiva, la famosa democratización sobre la que se venía debatiendo desde años atrás ya no sería necesaria. Esto era justificado por Salinas con la tesis de que la reforma económica y política practicadas de manera simultánea provocaría el efecto soviético –un enorme desorden y el fracaso de ambas reformas–, contrariamente a lo que sostenían sus críticos; que una reforma económica sin una reforma política provocaría graves problemas que darían al traste con la primera sin haber avanzado en la segunda. Para infortunio del país no fue Salinas, sino sus criticos, quienes tuvieron razón.
Pero aun durante el agitado año de 1994, el PRI salió airoso de los comicios presidenciales. A principios de ese año, de súbito apareció públicamente la guerrilla chiapaneca cuestionando de fondo la política social de Salinas – aparentemente uno de sus grandes logros– fortaleciendo políticamente a la oposición de izquierda, y agitando de más el proceso electoral. Se generó pues la posibilidad o al menos la inquietud de que éste pudiera salir del control provocado un incontrolable conflicto poselectoral. También vino lo más dramático; el asesinato del candidato oficial a la presidencia, hecho sin precedente desde que en 1928 murió acribillado Álvaro Obregón. Pero, con todo, el partido oficial volvió a ganar los comicios de manera suficientemente holgada (con 17 mi- llones de votos frente a nueve del PAN y poco más de seis millones del Par), además de haber conquistado 275 de los trescientos diputados de mayoría relativa). Ello volvió a dar
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