El Hombre En Busca De Sentido
Enviado por zandokan007 • 12 de Noviembre de 2012 • 1.191 Palabras (5 Páginas) • 329 Visitas
EL HOMBRE EN BUSCA
DE SENTIDO
Muchos de los sucesos que aquí se describen no tuvieron lugar en los grandes y famosos campos, sino en los más pequeños, que es donde se produjo la mayor experiencia del exterminio. Tampoco es un libro sobre el sufrimiento y la muerte de grandes héroes y mártires, ni sobre los preeminentes "capos" — prisioneros que actuaban como especie de administradores y tenían privilegios especiales— o los prisioneros de renombre. Es decir, no se refiere tanto a los sufrimientos de los poderosos, cuanto a los sacrificios, crucifixión y muerte de la gran legión de víctimas desconocidas y olvidadas, pues era a estos prisioneros normales y corrientes, que no llevaban ninguna marca distintiva en sus mangas, a quienes los "capos" realmente despreciaban. Mientras estos prisioneros comunes tenían muy poco o nada que llevarse a la boca, los "capos" no padecían nunca hambre; de hecho, muchos de estos "capos" lo pasaron mucho mejor en los campos que en toda su vida, y muy a menudo eran más duros con los prisioneros que los propios guardias, y les golpeaban con mayor crueldad que los hombres de las SS. Claro está que los "capos" se elegían de entre aquellos prisioneros cuyo carácter hacía suponer que serían los indicados para tales procedimientos, y si no cumplían con lo que se esperaba de ellos, inmediatamente se les degradaba.
El síntoma que caracteriza la primera fase es el shock. Bajo ciertas condiciones el shock puede incluso preceder a la admisión formal del prisionero en el campo. Ofreceré, como ejemplo, las circunstancias de mi propio internamiento. Unas 1500 personas estuvimos viajando en tren varios días con sus correspondientes noches; en cada vagón éramos unos 80. Todos teníamos que tendernos encima de nuestro equipaje, lo poco que nos quedaba de nuestras pertenencias. Los coches estaban tan abarrotados que sólo quedaba libre la parte superior de las ventanillas por donde pasaba la claridad gris del amanecer. Todos creíamos que el tren se encaminaba hacia una fábrica de municiones en donde nos emplearían como fuerza salarial. No sabíamos dónde nos encontrábamos ni si todavía estábamos en Silesia o ya habíamos entrado en Polonia. El silbato de la locomotora tenía un sonido misterioso, como si enviara un grito de socorro en conmiseración del desdichado cargamento que iba destinado a la perdición. Entonces el tren hizo una maniobra, nos acercábamos sin duda a una estación principal. Y, de pronto, un grito se escapó de los angustiados pasajeros: "¡Hay una señal, Auschwitz!" Su solo nombre evocaba todo lo que hay de horrible en el mundo: cámaras de gas, hornos crematorios, matanzas indiscriminadas.
Esperamos en un cobertizo que parecía ser la antesala de la
cámara de desinfección. Los hombres de las SS aparecieron y
extendieron unas mantas sobre las que teníamos que echar todo
lo que llevábamos encima: relojes y joyas. Todavía había entre
nosotros unos cuantos ingenuos que preguntaron, para regocijo
de los más avezados que actuaban de ayudantes, si no podían
conservar su anillo de casados, una medalla o algún amuleto de
oro. Nadie podía aceptar todavía el hecho de que todo,
absolutamente todo, se lo llevarían. Intenté ganarme la confianza
de uno de los prisioneros de más edad. Acercándome a él
furtivamente, señalé el rollo de papel en el bolsillo interior de mi
chaqueta y dije: "Mira, es el manuscrito de un libro científico. Ya
sé lo que vas a decir: que debo estar agradecido de salvar la vida,
que eso es todo cuanto puedo esperar del destino. Pero no puedo
evitarlo, tengo que conservar este manuscrito a toda costa:
contiene la obra de mi vida. ¿Comprendes lo que quiero decir?"
Sí, empezaba a comprender. Lentamente, en su rostro se fue
dibujando una mueca, primero de piedad, luego se mostró
divertido, burlón, insultante, hasta que rugió una palabra en
respuesta a mi pregunta, una palabra que siempre estaba
presente en el vocabulario de los internados en el campo:
"¡Mierda!" Y en ese momento toda la verdad se hizo patente ante
mí e
...