Introducción A La Historia, Marc Bloch
Enviado por MonseWolf • 9 de Enero de 2012 • 2.649 Palabras (11 Páginas) • 6.021 Visitas
¿Para qué sirve la historia?
Marc Bloch comienza la introducción haciendo esta pregunta -hecha por un niño a su padre- sobre la cual dice: “plantea el problema de la legitimidad de la historia”.
Menciona también que el historiador siempre espera mucho de su memoria, que la herencia de los pueblos griegos y látinos y el cristianismo que ha sido una herencia historiográfica, a diferencia de otras religiones que se basan en mitos de un tiempo más o menos exterior al tiempo humano.
Los monumentos literarios, el arte, están llenos de pasado y para los hombres de acción, sus lecciones reales o imaginarias. Las civilizaciones pueden cambiar y alejarse de la historia.
Dice que cada vez que las sociedades se encuentran en crisis dudan de sí mismas y se preguntan si han tenido razón al interrogar a su pasado y lo han hecho bien.
¿Por qué razón alguien se dedica a la historia? Porque entretiene, eso, dice Marc Bloch, es algo que no lo diferencia de los demás historiadores. La historia tiene sus propios placeres estéticos, no parecidos a los de otra disciplina. Se debe a las actividades humanas, que seducen la imaginación de los hombres y mientras más alejada esté en el tiempo o espacio, da pie a suposiciones de lo extraño y dice: “se siente esa voluptuosidad de aprender cosas singulares”. La historia lleva poesía en ella y no por eso deja de ser capaz de satisfacer la inteligencia.
¿Merecería que se hiciera tantos esfuerzos por escribir la historia si sólo fuera un pasatiempo como jugar cartas o pescar?, pregunta el autor. Dice que si se pretende escribir honradamente, yendo hasta “los resortes más ocultos”, dificilmente. En un mundo que esta orgulloso de su ciencia ya sea que se desaconseje el estudio de la historia a espíritus susceptibles o que la historia tendrá que probar su legitimidad como conocimiento.
¿Qué es lo que legítima un esfuerzo intelectual? Rehusar a la humanidad el derecho de invesigar sin preocuparse del bienestar sería mutilarla en forma extraña, dice Marc Bloch, bastaría con que reconocieran la necesidad para el desarrollo pleno del homo sapiens y que aún así no quedaría fácilmente resuelta. Las únicas ciencias son las que logran establecer relaciones explicativas entre los fenómenos.
Según Nicolás Malebranch, no es más que “polimatía”, tomando esto como una distracción o manía. Independientemente de la aplicación a la conducta, la historia no tiene el derecho de reivindicar su lugar entre los conocimientos dignos de esfuerzo. Sin embargo una ciencia parecerá incompleta si no nos ayuda a vivir mejor.
Un valor instintivo, dice, nos inclina a pedir a la historia que guie nuestras acciones, o bien, indignarnos contra ella. El problema de su utilidad, en sentido “prágmatico”, no se confunde con su legitimidad intelectual.
Algunos de los consejeros del autor o personas que quisieron serlo, siendo los más indulgentes dijeron: “La historia carece de provecho y de solidez”. Otros, más severos, dijeron: “Es perniciosa... El producto más peligroso elaborado por la química del intelecto”. Estas invectivas tienen peligroso atractivo: justifican la ignorancia.
Los detractores de la historia han olvidado informarce de lo que hablan, la imagen de los estudios no parecen haber surgido de un taller, dice Marc Bloch, si no que huele más a oratoria acdémica que a gabinete de trabajo pero, ante todo, pretende explicar el cómo y el por qué se practica el oficio de historiador. La historia no es lo mismo que la relojería o la ebanistería, es un esfuerzo para conocer mejor una cosa en movimiento.
La historia no solamente es una ciencia en marcha, es también una ciencia que se halla en la infancia como todas las que tienen por obejto el espíritu humano, mejor dicho, vieja bajo la forma embrionaria del relato y las ficciones, rechazando las seducciones de la leyenda y la retórica y los venenos actuales más peligrosos: la rutina erudita y el empirismo disfrazado de sentido común. Fustel de Coulange y Pierre Bayle la llamaban -no tan equivocadamente- “la más difícil de todas las ciencias”.
Las generaciones de las últimas decádas del siglo XIX y los primeros años del XX tenían una imagen verdaderamente comtiana sobre las ciencias del mundo físico, consideraban que no podía haber conociemiento auténtico que no desemboque en certidumbres formuladas bajo el aspecto de leyes universales por medio de demostraciones irrefutables.
En la historia dio lugar las tendencias opuestas. Algunos creían instituir una ciencia de la evolución humana, trabajarón con afán para crearla y optar, finalmente, por dejar de fuera los efectos del conociemiento de muchas de las realidades muy humanas.
Otros investigadores adoptaron, en ese momento, una actitud muy diferente. No lograron insertar la historia en marcos del legalismo físico. Les pareció que la disciplina a la que habían consagrado su inteligencia no podía ofrecerles conclusiones seguras en el presente.
Dice que la atmósfera mental ya no es la misma, que ya no se siente la obligación de tratar de poner todos los objetos del saber en un modelo intelectual uniforme, aún no se sabe qué serán un día las ciencias del hombre. Que los historiadores, principalmente los jóvenes, se habituaran a reflexionar sobre los perpetuos “arrepentimientos” del oficio, esto será la mejor manera de prepararse a conducir razonablemente los esfuerzos, acercandpse más a la historia ampliada y tratada con profundidad.
La palabra historia es muy vieja, menciona, tan vieja que a veces ha llegado a cansar. Sin embargo rara vez se ha llegado a querer eliminarla incluso los sociologos la han aceptado, sólo para relegarla al último rincón de la ciencia.
Esa palabra conserva su más amplia significación, ya sea que se proyecte hacia el individuo, la sociedad, las crisis momentaneas o la busqueda de elementos durables; desde su aparción hace dos milenios ha cambiado de contenido.
Su peligro más grave, dice, consiste en no definir tan cuidadosamente sino con el único fin de delimitar mejor. El hsitoriador se ve obligado a señalar un punto particular de aplicación, a hacer de ella una elección que no será la misma que la de otro investigador, lo seguirá a lo largo del estudio.
No es correcto lo que se ha dicho: “la Historia es la ciencia del pasado”. Es absurdo pensar que el pasado puede ser objeto de estudio de una ciencia, no puede ser delimitado previamente, los antiguos anlaistas contaban los acontecimientos unidos, confusamente, entre sí por circunstancias de haber sido contemporaneas. El lenguaje por escencia tradicionalista que conserva
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