LA DEMOCRACIA
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LA DEMOCRACIA*
por Robert Dahl**
Literalmente, democracia significa gobierno del pueblo. El término
deriva del griego demokrati, acuñado a partir de demos (“pueblo”) y kratos
(“gobierno”) a mediados del siglo V a.C. para denotar los sistemas políticos
entonces existentes en algunas ciudades-Estado griegas, sobre todo Atenas.
I. Preguntas fundamentales
Los orígenes etimológicos del término democracia insinúan ciertos
problemas urgentes que trascienden en mucho las cuestiones semánticas. Si
ha de establecerse un gobierno del pueblo o por el pueblo –un gobierno
“popular”–, desde el principio deben considerarse por lo menos cinco preguntas
fundamentales, y casi con seguridad se plantearán dos más si la democracia
continúa existiendo durante un período prolongado.
1. ¿Cuál es la unidad o asociación adecuada en la que debería establecerse
un gobierno democrático? ¿Un pueblo? ¿Una ciudad? ¿Un país?
¿Una sociedad comercial? ¿Una universidad? ¿Una organización internacional?
¿Todos ellos?
2. Dada una asociación adecuada –por ejemplo, una ciudad–, ¿quiénes
de entre sus miembros deberían gozar de ciudadanía plena? En otras
palabras, ¿qué personas deberían constituir el demos? ¿Todos los miembros
de la asociación tienen derecho a participar en su gobierno? Suponiendo
que no debería permitirse participar a los niños (en esto
* Originalmente publicado en Encyclopaedia Britannica (edición 2004), que ha autorizado
su reproducción aquí. [Traducción de Silvina Floria, revisada por Encyclopaedia
Britannica].
** Politólogo, Profesor Emérito de la Universidad de Yale. E-mail: robert.dahl@yale.edu
POSTData 10, Diciembre/2004, ISSN 1515-209X, (págs. 11-55)
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coincidirá la mayoría de los adultos), ¿debería el demos incluir a todos
los adultos? Si incluye únicamente a un subconjunto de la población
adulta, ¿cuán pequeño puede ser el subconjunto para que la asociación
no deje de ser una democracia y se torne en algo diferente, como
una aristocracia (el gobierno de los mejores, aristos) o una oligarquía
(el gobierno de unos pocos, oligos)?
3. Asumiendo que existe una asociación apropiada y un demos adecuado,
¿cómo han de gobernar los ciudadanos? ¿Qué organizaciones o
instituciones políticas necesitarán? ¿Diferirán estas instituciones en
los diferentes tipos de asociaciones –por ejemplo, un pueblo pequeño
o un país extenso–?
4. Cuando los ciudadanos estén divididos en torno a alguna cuestión,
como sucederá con frecuencia, ¿qué opiniones deberían prevalecer, y
en qué circunstancias? ¿Debería prevalecer siempre la mayoría o, en
ocasiones, las minorías deberían estar facultadas para bloquear o imponerse
sobre el gobierno de la mayoría?
5. Si lo común es que prevalezca una mayoría, ¿qué habrá de constituir
una mayoría adecuada? ¿Una mayoría de todos los ciudadanos? ¿Una
mayoría de los votantes? Una mayoría adecuada, ¿debería comprender
a grupos o asociaciones de ciudadanos, como por ejemplo, grupos
hereditarios o asociaciones territoriales, o a ciudadanos individuales?
6. Estas preguntas presuponen una respuesta adecuada a una sexta pregunta,
aún más importante: ¿por qué debería regir “el pueblo”? ¿Acaso
la democracia es realmente mejor que la aristocracia o la monarquía? Tal
vez, como sostiene Platón en su República, el mejor gobierno sería aquel
liderado por una minoría de las personas mejor calificadas –una aristocracia
de “reyes filósofos”–. ¿Qué razones podrían darse para demostrar
que la visión de Platón es errónea?
7. Ninguna asociación podría mantener durante mucho tiempo un gobierno
democrático si una mayoría del demos –o una mayoría del gobierno–
creyera que existe alguna otra forma de gobierno mejor. Entonces,
una condición mínima para la existencia continuada de una democracia
radica en que una proporción substancial tanto del demos como
del liderazgo crea que el gobierno popular es mejor que cualquier alternativa
factible. ¿Qué condiciones, además de ésta, favorecen la persistencia
de la democracia? ¿Qué condiciones la perjudican? ¿Qué hace
que algunas democracias hayan logrado perdurar, incluso a través de
períodos de crisis severas, mientras tantas otras han colapsado?
Robert Dahl
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II. Instituciones democráticas
Desde la época de los antiguos griegos, tanto la teoría como la práctica
de la democracia han experimentado cambios profundos, muchos de ellos
vinculados a las respuestas imperantes respecto de las precedentes preguntas
(1) a (3). Así, durante miles de años, el tipo de asociación dentro de la cual
se practicó la democracia –la tribu o la ciudad-Estado– fue lo bastante pequeño
como para adecuarse a alguna forma de democracia por asamblea o
“democracia directa”. Mucho más tarde, al entrar en el siglo XVIII, cuando
la asociación típica pasó a ser el Estado-nación o el país, la democracia directa
dio paso a la democracia representativa –una transformación tan fundamental
que, desde la perspectiva del ciudadano de la Atenas antigua, probablemente
los gobiernos de asociaciones gigantescas, como Francia o Estados
Unidos, no serían considerados en modo alguno democracias–. A su vez,
este cambio implicó una respuesta nueva a la pregunta (3): la democracia
representativa exigía un conjunto de instituciones políticas que diferían radicalmente
de aquellas propias de las democracias más tempranas.
Otro cambio importante atañe a la pregunta (2). Hasta hace bastante
poco, la mayor parte de las asociaciones democráticas limitaban el derecho
de participar del gobierno a una minoría de la población adulta –de hecho,
a veces, a una minoría muy escasa–. A principios del siglo XX, este derecho
se extendió a casi todos los adultos. En consecuencia, un demócrata
contemporáneo podría argumentar de manera razonable que Atenas, puesto
que excluía a tantos adultos del demos, no era en realidad una democracia
–aun cuando el término democracia se inventó y se aplicó originariamente
en Atenas–.
A pesar de
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