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Las Pruebas Del Oficio


Enviado por   •  9 de Septiembre de 2011  •  1.555 Palabras (7 Páginas)  •  1.455 Visitas

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LAS PRUEBAS DEL OFICIO

Desde hace algunos años se habla más bien de las pruebas del oficio, sobre todo cuando se ejerce con adolescentes en los barrios “difíciles”. Los profesores ahora hacen menos huelgas por sus salarios que para obtener medios que les permitan resistir a la violencia de los alumnos. Después de todo, este malestar recurrente forma parte de las dificultades normales de una profesión en la cual sigue existiendo una gran distancia entre la imagen ideal que los maestros se hacen de su vocación y de su función, y la realidad de su práctica, con frecuencia decepcionante, siendo como son los alumnos y la sociedad.

El profesor percibe más fácilmente los fracasos que los éxitos, la violencia que el trabajo apacible, puesto que de todos modos la escuela está por debajo de lo que ella espera de sí misma. La enseñanza es un oficio en el que uno se siente directa y personalmente cuestionado por su propio trabajo, aunque los reflejos del cuerpo docente tienden a atribuir a otros los orígenes del mal. Quizá el malestar de los maestros se deba igualmente al lugar que ocupa la escuela en una sociedad que le exige mucho, que espera de ella la respuesta a todos sus problemas y que no cesa de juzgar a aquellos a quienes confía a sus hijos. Pero el hecho de que el malestar parezca “naturalmente” ligado a la enseñanza y sea tan viejo como la escuela misma no le resta nada a la realidad de las pruebas que deben afrontar hoy los profesores, en particular los profesores de secundaria.

LOS ALUMNOS HAN CAMBIADO

El hecho es demasiado conocido como para insistir tanto: desde hace unos treinta años, la secundaria ha debido enfrentar la llegada de todos los alumnos de primaria.

El problema de los alumnos en situación de riesgo apareció como el obstáculo principal para el cumplimiento normal del trabajo. El problema doloroso de la heterogeneidad de los alumnos es el que alcanza el primer rango de las preocupaciones, está muy por encima del problema de la violencia, aunque éste capta un mayor interés de los medios de comunicación por ser más espectacular y probablemente más intolerable.

La presencia de alumnos en situación de riesgo se impone como un hecho y sería un error reducirla a la vieja canción de la baja del nivel que muchos de los profesores no entonan a propósito de los otros alumnos. “Los mejores alumnos son mejores que los que tenían hace dieciocho años y los peores son peores que los que tenía hace dieciocho años”. Pero, para todos, la heterogeneidad de los alumnos es una prueba difícil cuando no parece insuperable: “Hay alumnos para los que no tenemos respuesta, y eso nos enferma”. Igual que en la escuela primaria, la secundaria recibe actualmente a todos los alumnos, y si la mayoría de los maestros aceptan este principio, sólo falta que los alumnos percibidos como más vulnerables pongan en tela de juicio la vocación de la secundaria y, por tanto, la definición de su oficio y así no se podrán adaptar indefinidamente a las ambiciones de la secundaria ni a las capacidades de los compañeros.

Los alumnos de secundaria no parecen muy interesados en sus estudios; sobre todo, su desinterés crece con el curso de los años.

El alumno de secundaria tiene que encontrar en sí mismo los resortes de su trabajo mientras entra plenamente en una sociabilidad juvenil, en un mundo de amores y de amistades adolescentes, de gustos y de distracciones autónomas que le permiten “crecer”, sustraerse a la influencia de los adultos. A la mayoría de los alumnos de secundaria les gusta su escuela porque es el espacio de su vida juvenil, el mundo de sus compañeros, un universo que escapa mayoritariamente a los adultos, cuando no se constituye en contra de ellos.

Lo nuevo es que todos los adolescentes se encuentran reunidos en una secundaria común donde las motivaciones para el trabajo han perdido su evidencia. Los alumnos provenientes de las categorías sociales menos favorecidas de la población, sea por el medio familiar o por el hecho de que tienen que pasar por una selección previa, no están mejor armados para entrar inmediatamente en el juego de las tramas culturales que hacen que el trabajo escolar sea más evidente, que el orden de las cosas.

Los alumnos saben que los diplomas se han hecho indispensables, sus padres y sus profesores lo afirman y lo repiten constantemente; ven bien que, si no todos los que tienen diplomas se salvan, todos los que carecen de formación se enfrentan a las mayores dificultades y son verdaderos “minusválidos”, e incluso marginados. El reconocimiento de la utilidad de los diplomas no puede ser suficiente para motivar el trabajo de todos los días. Por una parte, los que están en situación de riesgo pueden tener la sensación de estar ya condenados a los trabajos

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