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Las ideas politicas de la edad media

dalmanovoaEnsayo28 de Septiembre de 2015

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La revolución Francesa.

La explosión revolucionaria que tiene comienzo en Francia en 1789 va a adquirir proyecciones universales. La declaración de derechos del hombre, no obstante haber sido anticipada en la Revolución Americana, se revestirá de un ecumenismo hasta cierto punto místico. Pero si en el orden de las influencias ideológicas se liga al orden del constitucionalismo moderno y, por ende, al movimiento que procura asegurar la libertad y los derechos del hombre, en el orden de la realidad va a sumir a Francia en un caos político y en una inestabilidad constitucional largamente prolongados, después de exhibir un absolutismo y una tiranía por los menos iguales a los que habían derrumbado. De ahí que mientras en Estado Unidos la revolución reafirma la libertad, en Francia deriva en los hechos a un nuevo absolutismo.

La Revolución Francesa estalla durante el reinado de Luis XVI, al convocar este a los Estados Generales, que no se reunían desde 1614. Los Estados Generales son una asamblea de representantes de los tres sectores que componían la población: el clero, la nobleza y el estado lleno o tercer estado. El 5 de mayo de 1789 se realiza la apertura de los Estados Generales, cuyos diputados llegan provistos de instrucciones expresas que se llaman “cuadernos”. La mayoría de representantes corresponde al estado lleno, pero su triunfo no queda asegurado mientras se aplique el sistema del voto por cuerpo en vez del voto por cabeza. En junio, el tercer estado se proclama constituido en Asamblea Nacional, transformada poco después en Asamblea Constituyente.

Entre tanto, la ola de agitación cunde y desemboca en fanatismo. El 14 de julio, bandas armadas salen a la calle y asaltan la prisión oficial llamada la Bastilla, símbolo del absolutismo real. La toma de la Bastilla, símbolo del absolutismo real. La toma de la Bastilla sirve de ejemplo para que en el resto de Francia se propague la revuelta, entre robos y asesinatos. El clima de exaltación cobra cuerpo en los clubes políticos de revolucionarios, entre los que sobresalen los jacobinos, inspirados por Robespierre, los cordeleros y los fuldenses.

En pleno hervor, la Asamblea redacta su famosa “Declaración del Hombre y del Ciudadano”, con su trilogía de libertad-igualdad-fraternidad, y su enunciado de los derechos a la libertad, la seguridad, la propiedad y la resistencia a la opresión. El anticlericalismo no se hace esperar, y da muestras de su persecución a la iglesia con la confiscación de sus bienes y con la serie de reformas emergentes de la llamada “Constitución Civil del Clero”, cuyo juramento fue exigido a los eclesiásticos, denominándose refractarios a los que se negaron a prestarlo.

La Asamblea Constituyente dicta en 1791 la primera constitución escrita de la época revolucionaria, estableciendo una monarquía constitucional, que coloca al lado del monarca a una asamblea legislativa de una sola cámara. Pese al mantenimiento de la corona, proclama el principio de la “soberanía de la nación”, que de ahí en más adquiere curso ideológico en la doctrina francesa.

Jurada la nueva constitución, la Asamblea Constituyente declara concluida su misión en septiembre de 1791.

Antes de eso, el rey ha huido hacia Austria, para pedir auxilio del emperador. Reconocido en la frontera, es llevado a Paris, donde el clima se torna cada vez más hostil, pese a que la constitución del 91 es monárquica. Más tarde, el monarca ve asaltado el palacio de las Tullerias, y suspendida su autoridad por la Asamblea Legislativa. Al desorden interno, traducido en asaltos y matanzas se une la guerra con Austria y Prusia, en la que Francia triunfa con la batalla de Valmy en septiembre de 1792.

La Convención convocada por la Asamblea Legislativa refleja a los mismos grupos formados en el seno de esta: los montañeses (jacobinos y cordeleros), los girondinos, y el llano. Instalada en septiembre de 1792, da por abolida la monarquía y establece la Primera República. El rey es juzgado por la Convención, sentenciado a muerte y ejecutado en enero de 1793. La guillotina ya tenía su víctima regia, a la que debían sumarse muchas más. El asesinato de Luis XVI movilizo a otros países en contra de Francia; España, Inglaterra, Holanda, se pliegan a la coalición europea para aplastar la revolución. En el interior, se produce la sublevación de la Vendée y de la Bretaña. Los jacobinos se hacen dueños de la Convención, detienen a los girondinos, instituyen para gobernar a un Comité de Salvación Pública e implantan una dictadura, bajo cuya vigencia es guillotinada la ex María Antonieta. El régimen de tiranía imperante ha sido conocido por el nombre de El Terror; que desata una cruenta persecución en Paris y en toda Francia.

Tanta sangre solo podía degenerar en nuevas violaciones y en un clima de inestabilidad política cada vez mas acentuando. Después de un año, Robespierre es detenido en 1794 e inmediatamente guillotinado. Los más moderados procuran desandar el camino terrorista, y en 1795 se implanta la constitución del año III, que establece el Directorio, y dura hasta 1799. En noviembre de este amo, Napoleón da el golpe de estado del 18 Brumario, e instituye el Consulado. En 1804 el senado lo proclama Emperador de los franceses, y en diciembre de ese año el papa Pio VII se traslada a Paris para coronarlo en la catedral de Norte Dame. El Imperio Napoleónico subsiste hasta la abdicación de su titular en 1814, en que se restablece la monarquía constitucional en la dinastía de los Borbones con Luis XVIII. Pero antes de cumplirse el primer año del exilio de Napoleón en la isla de Elba, desembarca en el sur de Francia, sube a Paris y restaura su imperio por cien días, hasta ser vencido definitivamente en la batalla de Waterloo. El 8 de julio de 1815 Luis vuelve a la capital.

La Revolución Francesa concita reacciones armadas en Europa. Siete coaliciones tienden aplastarla, y a neutralizar sus ideas y su influencia. La primera, en 1793, concluye con la Paz de Basilea en 1795; la segunda en 1800, termina al año siguiente con la Paz de Luneville y en 1802 con el Tratado de Amiens; la tercera 1805, liquida al Santo Imperio Romano Germánico con la Paz de Presburgo, después de la batalla de Austerlitz; la cuarta en 1806, que da lugar al bloqueo continental contra Inglaterra; la quinta era el mismo año, en que intervienen Austria e Inglaterra contra Francia, y que termina con la Paz de Viena; la sexta, 1813, que prepara el desmoronamiento del Imperio Napoleónico con la toma de Paris por los aliados en marzo de 1814; la séptima en 1815, que culmina con la derrota de Napoleón en Waterloo.

Ligadas al desarrollo de la Revolución Francesa y al Imperio, debe hacerse mención de las campañas militares de Napoleón, que le dieron fama de estratega. En 1796 lleva a cabo la campaña de Italia; en 1798, la campaña de Egipto; en 1806 la de Alemania; en 1812, la de Rusia. Entre tanto, en 1808 invade a España, donde instala como rey a su hermano José Bonaparte, a quien el pueblo no reconoció titulo y resistió violentamente.

El imperio napoleónico, fundado en la guerra, en la conquista y en la fuerza, dio transitoriamente grandeza y esplendor a Francia, a través de una unidad que restauraba, a su manera, el viejo sueño imperial de la unidad del Medioevo. Difundió el ideario revolucionario en grandes zonas de influencia europea, implanto reformas sociales y económicas, alcanzo a la administración, al poder judicial, a la iglesia, a la legislación, etc., y fomento la incipiente tendencia a la unificación en Italia y en Alemania. Pero en un balance general de carácter político, el régimen napoleónico significo un verdadero absolutismo en detrimento de las libertades proclamadas teóricamente por la Revolución Francesa. La hegemonía francesa durante el Imperio y el nacionalismo que la impulsaba no fueron, pues, favorables en modo alguno para la libertad.

El sentido de la Revolución Francesa.

Ensayar un juicio crítico de la Revolución Francesa circunscripto a lo político, resulta difícil. En efecto, o se la ha ensalzado hasta el panegírico, o se la ha denigrado con similar euforia. El primer punto de vista sugiere que la Revolución Francesa introdujo la libertad en el mundo. El segundo, que la ha aniquilado. “La Revolución Francesa a la que llaman “grande”, fue abyecta e imperfecta; no fue mejor que la Revolución Rusa, ni menos sangrienta ni menos cruel; fue tan ateísta y tan destructora de todo cuanto la historia había consagrado hasta entonces”. Pierre Gaxoite, por su parte, en el prologo del libro escrito sobre ella, exclama: “no es grande más que por la majestad presente de la muerte”.

Que los regímenes derivados de ella a partir de 1789 alzaron la guillotina, sembraron el odio, la persecución y la guerra, y sumieron a Francia y a Europa en el desorden y en la lucha, es un dato verídico imposible de negar. Que bandidos armados se dedicaron al saqueo y al pillaje; que los enemigos fueron exterminados; que un ateísmo estúpido llevo hasta cambiar calendarios; se difundió la subversión, tampoco. Sin embargo, es agudo Tocqueville cuando afirma: “Como tenia aires de tender a regenerar el género humano más aun que a reformar a Francia, ha encendido una pasión que hasta entonces las revoluciones políticas más violentas no habían podido producir… ha llegado a ser como una especie de religión nueva, religión imperfecta, es verdad, sin Dios, sin cultos, y sin otra vida; pero… ha inundado la tierra con sus soldados, sus apóstoles y sus mártires”.

En la loa a la Revolución Francesa hay mucho de mito. La reacción contra el absolutismo; los derechos humanos; el constitucionalismo escrito, están simbolizados en el gorro frigio puesto sobre su cabeza. En verdad, mucho de lo que se le atribuye es patrimonio ya anticipado por la Revolución Americana en las colonias Inglesas del Norte. Lo cierto es que la Revolución Francesa tuvo aires de mesianismo universal, como en 1917 la Revolución Rusa. No en vano Danton vociferaba que “la nación francesa ha creado un gran comité de insurrección general contra todos los reyes del mundo”. De hecho, la Declaración de derechos de 1789 no solo ha compuesto la base de derecho público francés, sino que adquirió una dimensión ecuménica, tanto por su formulación originaria (se refería a derechos del hombre en abstracto y en cualquier parte) como por la difusión e imitación que posteriormente obtuvo. De todas maneras, lo que quedaría como rescatable seria el valor de una ideología de la libertad, y nunca de un régimen de libertad. Por paradoja, esa ideología de la libertad contrasto con un nuevo absolutismo. El régimen, el derecho y la organización de la libertas no provienen, pues de Francia ni de su Revolución, sino del constitucionalismo de los Estados Unidos de Norteamérica. Podemos decir que sin Estados Unidos existiría la filosofía de la libertad, pero no la legislación de la libertad.

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