NACIONALISMO CRIOLLO
Enviado por HERRO_88 • 14 de Abril de 2013 • 3.733 Palabras (15 Páginas) • 1.338 Visitas
Nacionalismo Criollo
1. Identidad de los criollos con el territorio de la Nueva España.
A fines del siglo XVII los criollos encontraron en la exuberante naturaleza americana y en el exótico pasado indígena dos elementos que los separaban de los españoles y afirmaban su identidad con la tierra de nacimiento. Imperceptiblemente, la tarea de reconocer y describir el territorio, una función que antes había recaído en los exploradores europeos, se transformó en responsabilidad de los oriundos del país. Los criollos comenzaron a adentrarse en el conocimiento del territorio cuando se estrenaron de agrimensores en los innumerables pleitos de tierras que se suscitaron cuando se mandó concentrar a los campesinos en pueblos trazados a la española y se delinearon los primeros planos urbanos y cartas regionales.
En 1748 se publicó por primera vez en México el famoso mapa del territorio que desde el siglo pasado había elaborado don Carlos de Sigüenza y Góngora. Más tarde, José Antonio Alzate le agregó nuevos datos y en 1768 lo dedicó a la Real Academia de Ciencias de París (Fig. 1).
Estos planos y cartas por primera vez mostraron a los novohispanos la extensión grandiosa que había alcanzado el territorio de su patria. No es un azar que los primeros creadores del mapa general de la nueva España fuera gente criolla, como Carlos de Sigüenza y Góngora y José Antonio Alzate.
Con una fuerza plástica inusitada, el mapa transmitió a los novohispanos la diversidad de un territorio dilatado, la cornucopia agrícola, minera, industrial y comercial contenida en sus fronteras, y la certidumbre de que la Providencia protegía el futuro de la patria criolla
2. El rescate del pasado indígena para la construcción de un pasado antiguo
En el siglo XVII Carlos de Sigüenza y Góngora, Juan de Torquemada y Agustín de Vetancurt formaron colecciones de antigüedades indígenas, rescataron tradiciones orales y elogiaron las cualidades de la naturaleza americana. En la Monarquía Indiana del franciscano Juan de Torquemada, publicada en 1615, el pasado mesoamericano fue ascendido a la categoría de una antigüedad clásica. Torquemada conservó la concepción denigratoria que hasta entonces había impedido la recuperación de ese pasado: la idea de que la religión y las obras que expresaban esa cultura eran producto del demonio.
Esa imagen satánica comenzó a cambiar a mediados del siglo XVIII. Un signo revelador del aprecio que ahora merecía el pasado mesoamericano lo expresa la extraordinaria colección de antigüedades mexicanas reunidas por Lorenzo Boturini entre 1736 y 1743. Antes que colectar cacharros o piedras labradas, la obsesión de Boturini fue recoger las pictografías, códices y textos donde se había condensado el pasado de los pueblos aborígenes. Para Boturini estos documentos contenían "tanta excelencia de cosas sublimes, que me atrevo a decir, que no sólo puede competir esta historia con las más célebres del orbe, sino excederlas".
Una circunstancia externa renovó el interés por el pasado indígena y las identidades de la patria criolla. Entre 1749 y 1780 algunos de los autores más influyentes de la Ilustración europea (el conde de Buffon, el abate Raynal, Cornelius de Pauw y el historiador escocés William Robertson), escribieron páginas denigratorias sobre la naturaleza americana y advirtieron una incapacidad natural de los oriundos de América para crear obras de cultura y ciencia. Los primeros en responder a estos ataques fueron los religiosos y letrados criollos que se habían distinguido por desarrollar una nueva interpretación del pasado mesoamericano y por afirmar las virtudes creativas de los nacidos en América. Así, Juan José Eguiara y Eguren respondió a esas invectivas con una Bibliotheca mexicana (1755), una obra monumental consagrada a mostrar los méritos de la producción científica y literaria de los mexicanos desde los tiempos más antiguos hasta las primeras décadas del siglo XVIII.
Más tarde un jesuita criollo, Francisco Javier Clavijero, exilado en Italia y nostálgico de la patria, desbarató con argumentos elegantes las críticas de los ilustrados europeos y tornó el extraño pasado indígena en fundamento prestigioso de la patria criolla. En su Storia antica del Messico (1780), Clavijero dio el paso más difícil en el complejo proceso que por más de dos siglos perturbó a los criollos para fundar su identidad: asumió ese pasado como propio, como raíz y parte sustantiva de su patria. Clavijero es el primer historiador que presenta una imagen armoniosa del pasado indígena y el primer escritor que rechaza el etnocentrismo europeo y afirma la independencia cultural de los criollos mexicanos.
3. Los símbolos de la patria criolla
A mediados del siglo XVIII la imagen del país pujante se unió con la imagen de un país antiguo protegido por la divinidad. Después de los viajes de Colón se acostumbró distinguir los cuatro continentes con la figura de una mujer engalanada con los atributos propios de su región. Pero en contraste con las hermosas y pródigas figuras de Europa, Africa y Asia, América fue representada por una mujer desnuda con flechas o atuendos primitivos. Los criollos de las posesiones españolas en América rechazaron esa imagen salvaje y desde los siglos XVII y XVIII representaron a América y a sus naciones con la imagen de una indígena ricamente ataviada (Fig. 2). Los novohispanos le sumaron a la imagen de la mujer indígena el escudo de armas de la antigua Tenochtitlán, el águila parada en el nopal y combatiendo con una serpiente (Fig. 3).
En esta guerra de imágenes el escudo de armas del antiguo reino mexicano fue persistentemente combatido por las autoridades virreinales y sustituido por otros emblemas (Fig. 4). Sin embargo, en la lucha por encontrar símbolos representativos de las nuevas identidades que se estaban forjando en América, los criollos y los mestizos adoptaron el emblema indígena y progresivamente lo fueron imponiendo en las representaciones que simbolizaban lo más entrañable de la patria. En los documentos oficiales el emblema indígena poco a poco usurpa el lugar del escudo hispano impuesto por Carlos V a la ciudad de México (Fig. 5).
Las crónicas que los criollos escribieron para celebrar a la ciudad y recordar su historia antigua se distinguen por llevar en su portada o en sus láminas las insignias del antiguo reino azteca. En el libro dedicado al primer santo mexicano (Vida de San Felipe de Jesús, 1802), aparece el emblema del águila como el símbolo que delata la mexicanidad del santo (Fig. 6). Ese avance irresistible llegó al mismo corazón de la iglesia, la institución que primero lo había expulsado como símbolo pagano.
Lo más sorprendente del proceso
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