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RELIGION Y SOCIEDAD EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XV DE ROMANO Y TENENTI


Enviado por   •  25 de Octubre de 2020  •  Resumen  •  3.356 Palabras (14 Páginas)  •  262 Visitas

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RELIGION Y SOCIEDAD EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XV DE ROMANO Y TENENTI

l. Papado y cristiandad

El papado es considerado como uno de los polos centralizadores que se afirman en Europa sobre una nobleza feudal en decadencia, sobre una gran cantidad de ciudades libres que apenas tenían fuerza y frente a la ineficacia del Sacro Imperio Romano. El poder del pontífice sigue siendo religioso y político, además, surgen elementos nuevos que caracterizarán, en el siglo XV, la fisonomía y la función eclesiástica del papado.

Las asambleas conciliares quisieron limitar la burocrática autoridad del papa, quien se defiende no solo ampliándola y solidificándola, sino persiguiendo las veleidades conciliares y rechazando las exigencias de los Padres reunidos en Constanza, en Basilea, entre otros lugares. Esta actitud por parte del papado, impulsó el divorcio entre el jefe de la jerarquía eclesiástica y la comunidad universal de los fieles.

Se anhelaba una reforma de la Iglesia, y la elección de cada papa aumentaba aún más estos deseos. La reforma tenía que efectuarse tanto in capite (por persona), como in membris (a los miembros). En los cónclaves, los cardenales estimulaban un compromiso cada vez más preciso y severo; los pactos querían reorganizar la Curia romana y al gobierno de la Iglesia, dándole un sentido menos absolutista y una mayor importancia al colegio cardenalicio en la gestión de asuntos eclesiásticos, en la continuación de la cruzada contra los turcos y en la reforma. Pero el papado, rechazó cualquier decisión adoptada en el ámbito conciliar.

Durante la segunda mitad del siglo XV ocurren dos fenómenos: el reparto de los poderes y bienes de la Iglesia Cristiana entre la Curia de Roma y los distintos potentados de Occidente; y el agravamiento del malestar espiritual y moral entre los creyentes (dados por las ambiciones territoriales y estatales de los nuevos pontífices). De esta manera se dio lugar a los absolutismos nacionales y a las luchas de poder económico-político; así mismo papas y reyes continuaron haciéndose concesiones reciprocas, con disminución del clero, del culto y de las creencias.

Los príncipes obtienen el derecho a disponer de los beneficios eclesiásticos, a nombrar los prelados y a imponerse como intermediarios obligatorios entre la Curia romana y el clero local. Las luchas por conseguir cargos se hicieron más feroces y cada vez menos beneficiosas para la vida cristiana. En el caso de España, la religión se convierte en pilar ideológico y en el medio despiadado que utilizaron para unificar su país.

Ambas monarquías occidentales limítrofes ofrecen dos aspectos extremos pero complementarios: en Italia, la confusión; en España, una disciplina sofocante. En Poitiers en 1507 muere el obispo de aquella ciudad y aparecieron dos partidos opuestos originados en el clero, en el cuerpo académico, en la burguesía y en el propio pueblo. Cada facción comprendió que para dominar las elecciones debía ejercer control de la catedral por la fuerza, desatándose una lucha sangrienta en la que una de las dos facciones se colocó bajo protección del rey y eligió a su propio candidato.

En cambio, en los dominios de Aragón y Castilla reina un orden que se consolida bajo el signo sinestro de la Inquisición, instituida en 1498 para reprimir el criptojudaísmo de los conversos. Los soberanos hispánicos tenían el poder de nombrar a los inquisidores, quienes ejercieron un poder religioso, político y social de una manera drástica. Tomás de Torquemada fue el inquisidor general durante 1483 y 1498.

Ante la invasión del poder eclesiástico por el poder secular, el papado trató de mantener la iniciativa mediante la predicación y el mando de la cruzada contra los turcos. El impuesto para la expedición era fijado por el propio jefe de la cristiandad, cobrado por sus emisarios y recompensado con cruces e indulgencias; el papa no tenía miedo en exigir el dinero de los fieles. Sin duda, las sumas recogidas acababan siendo utilizadas para otros fines y, además, se infiltraban predicadores sospechosos y falsos recaudadores.

En Italia, había argumentos para solicitar dinero a los fieles, porque el papa no solo era el vicario del Señor en la administración de la Iglesia, sino que, por institución divina, provee como un rey a la concesión de beneficios y dignidades eclesiásticas. No solo entre el pontífice y los distintos pueblos de Occidente se interpone el poder laico, sino que a partir de la segunda mitad del siglo XVI y la primera del XVII, el papa se convierte en príncipe y monarca temporal también.

El poder monárquico de la corte romana no se transmite de padre a hijo, pero se acumula en los miembros de la familia. La estructura oligárquica del gobierno de la Iglesia corresponde a la fase político-social del poder en Italia. Los objetivos y los métodos papales siguen siendo: constituir un estado pontificio, organizar una sólida economía e intervenir en los asuntos italianos. Es así como la Iglesia se convierte en un organismo moderno.

Hacia mediados del siglo XVI, la Iglesia cristiana como realidad orgánica colectiva, como única y viva comunidad de creyentes se estaba desgastando. Las estructuras eclesiásticas fueron descuidando sus tareas y, en la sociedad laica, desde los siglos XIV y XV, se desarrollaba una nueva organización, pero con menoscabo de la sociedad eclesiástica.

II. Los males de la vieja Iglesia

Puntos de vista teológico-dogmáticos o moralistas han hecho considerar la conducta del papado de la segunda mitad del siglo XV y de la primera del XVI como contraria a los intereses de la Iglesia, en este período los jefes de la cristiandad en general dedican a los valores y a las creencias tradicionales menor atención que sus predecesores, viven de un modo nada evangélico y usan, a diestro y siniestro, de sus poderes, violentando el dogma y la misma moral eclesiástica.

Sin duda puede decirse objetivamente que la Iglesia medieval pierde en casi todos los sectores entre los siglos XV y XVI. Es casi innecesario hablar de la decadencia de los conventos, de la ausencia de intereses espirituales predominantes en gran parte de los que ingresan en ellos y que, por eso, están muy lejos de considerarlos como claustros sagrados. La antigua competencia entre miembros de las órdenes mendicantes de un lado, y curas y párrocos de otro, no sólo no disminuye, sino que se hace más aguda a causa del derecho concedido a los primeros por Sixto IV de explicar por todas partes las funciones sacerdotales, así como por la bula Dum fructus uberes que en 1478 autoriza a los seguidores del Pobrecito de Asís a aceptar los legados testamentarios. Oportunamente exhortados por una hábil predicación, y víctimas de la óptica purgatorial, los fieles continúan, hasta mediados del siglo XVI aproximadamente, entregando a los eclesiásticos, a la hora de la muerte, una importante porción de sus haciendas, en expiación de los pecados cometidos durante sus vidas. Sin embargo, los párrocos, en más de una región, para garantizarse una segura subsistencia material, establecen con sus feligreses auténticas tarifas, en las que a veces se halla comprendida incluso la confesión auricular.                                                                                                                                                        En este período, y como lo prueba indiscutiblemente la más variada documentación, se extiende, la costumbre del concubinato de los sacerdotes. A pesar de las condenas oficiales, aquellas uniones, numerosísimas en toda la cristiandad, eran admitidas por la opinión pública. De este modo, y debido también al digno comportamiento de muchos eclesiásticos con su mujer y sus hijos, se preparaba una de las principales innovaciones de la reforma protestante.

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