Resumen de "Siglo de caudillos" de Enrique Krauze
230499mResumen24 de Febrero de 2019
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ÍNDICE
INTRODUCCIÓN……………………………………………………………..…..3
I. HISTORIA DE BRONCE……………………………………………………………………..3
Las fiestas del Centenario………………………………………………………………………3
Héroes y Antihéroes…………………………………………………………………………….3
II. SACERDOTES INSURGENTES……………………………………………………………4
Frenesí de libertad…………………………...…...……………………………………………..4
Siervo de la nación………………………………………………………………………………4
III. EL DERRUMBE DEL CRIOLLO…………………………………………………………...5
Sueño imperial…………………………………………………………………………………...5
Seductor de la patria…………………………………………..........…………………………..5
Teólogo liberal, empresario conservador……………………………………………………..5
Mexicanos al grito de guerra……………………………………………………………………6
IV. EL TEMPLE DEL INDIO……………………………………………………………………6
Hijo de la naturaleza…………………………………………………………………………….6
Idólatra de la Ley………………………………………………………………………………...7
El drama de la Reforma……………………………………………………..…………………..7
El más hermoso imperio del mundo…………………………………………………………...8
Dictador democrático…………………………………………………………………………...8
V. EL ASCENSO DEL MESTIZO……………………………………………………………...9
El hombre de Oaxaca……………………………………………………………..…………….9
Orden, Paz, Progreso……………………………………………...…………………………...9
Esfinge y Patriarca………………………………………………………………………..……..9
El cielo liberal…………………………………………………………………………………...10
Por un sepulcro de honor…………………………………………………………………...…10
CONCLUSIÓN PERSONAL……………………………..……………………11
INTRODUCCIÓN
El hundimiento del orden histórico español provocó en toda América Latina la aparición de los caudillos. En México surgieron caudillos que buscaban la independencia. Esta historia adopta la forma de una biografía colectiva porque en México los caudillos han encarnado, en efecto, como quería Carlyle, las tensiones del destino nacional.
Quizá el lector español reconozca en Siglo de caudillos ecos de sus propios episodios nacionales y logre apropiarse de una experiencia histórica que también le pertenece. En la lucha de hoy encontramos ecos sorprendentes de aquel siglo de caudillos, el siglo XIX. La Sagrada Escritura de la historia mexicana sigue abierta: ¿la escribimos o nos escribe?
I. HISTORIA DE BRONCE
Las fiestas del Centenario
Septiembre de 1910. México está doblemente de fiesta: la nación conmemora el centenario de su guerra de Independencia y el presidente Porfirio Díaz, «héroe de la paz, el orden y el progreso», sus ochenta años. Ya los tiempos habían cambiado, y para probarlo, España devolvía a México las prendas militares del segundo héroe mayor de la guerra de Independencia, José María Morelos. Sin embargo, ya en 1848, mientras en California se encendía la fiebre del oro, México cedía a los Estados Unidos la mitad más rica, aunque prácticamente despoblada, de su territorio.
Las fiestas del Centenario invitaban a la concordia. Con ese espíritu, la delegación norteamericana honró a los Niños Héroes, seis cadetes adolescentes que en septiembre de 1847 habían preferido morir antes que ceder el último bastión militar, el castillo de Chapultepec, a las tropas norteamericanas. «Nos habéis servido en muchas ocasiones de ejemplo», reconoció Porfirio Díaz, a lo cual el representante de Washington replicó con un elogio mayor: «Así como Roma tuvo su Augusto, México tiene a Porfirio Díaz. Todo está bien en México. Bajo Porfirio Díaz se ha creado una nación».
Héroes y Antihéroes
Hidalgo lanzó a su grey contra los «gachupines» que «por trescientos años han abusado del caudal de los mexicanos con la mayor injusticia». Y (presa del «frenesí»), había tenido «la ocurrencia» de extraer de un santuario cercano la imagen de la Virgen de Guadalupe, elemento de magnetismo religioso que atrajo a sus huestes; y que según la historia oficial, luchaba por la independencia de México.
A las once de la noche en punto de aquel 15 de septiembre de 1910, el presidente Porfirio Díaz tañía una vez más en el balcón principal de Palacio la misma campana que había agitado Hidalgo en Dolores.
En liberales y conservadores influían los pasados de México; sin embargo, México no sería nunca un país liberal. A despecho de la versión derrotada, México no sería tampoco un país conservador. Sería, sigue siendo, un país en permanente conflicto entre la tradición y la modernidad. La solución se cifraba en una sola palabra: la democracia.
II. SACERDOTES INSURGENTES
Frenesí de libertad
Hidalgo no era un republicano o un liberal en potencia. Era un criollo educado en la monarquía, atrapado en ella; quería las dos cosas -monarquía y libertad-. Él «sedujo» a sus huestes indígenas que lo seguían porque encamaba la etimología de su oficio (sacerdote) pero, no sin ambigüedad, quería guiarlas en un salto histórico de sentido opuesto: no hacia la tradición sino hacia la libertad.
Según Alamán: «Hidalgo, Allende y sus compañeros se lanzaron indiscriminadamente en una revolución que eran enteramente incapaces de dirigir, no hicieron otra cosa que llenar de males incalculables a su patria, habiendo sido desgraciado el resultado de su empresa, no pudieron cubrirlos y hacerlos olvidar con el triunfo». Pero por otro lado, Hidalgo había hecho la única revolución que en sus circunstancias podía hacer: una guerra de castas, una guerra santa.
Siervo de la nación
El aporte mayor de la lucha acaudillada por Morelos fue introducir en la revolución un cuerpo altamente original de argumentos ideológicos que la legitimaran. El papel en el que se ponen de manifiesto sus «principales ideas para terminar la guerra y se echan los fundamentos de la constitución futura», es el documento conocido como “Sentimientos de la Nación”.
Los liberales olvidaron el embrión conservador en la vida de Morelos. Los conservadores, el liberal. ¿Qué representó el Siervo de la Nación? La encrucijada de México, ese México crucificado entre las dos palabras que formaban el anagrama vital de aquel hombre cuya profética biografía anunciaba las tensiones futuras de México: religión y patria.
III. EL DERRUMBE DEL CRIOLLO
Sueño imperial
Según el Plan de Iguala, el ejército unificado de ambos caudillos (Guerrero e Iturbide) se llamaría «trigarante» porque garantizaría tres principios fundamentales: la unión entre todos los grupos sociales, la exclusividad de la religión católica y la absoluta independencia respecto de España. La bandera de aquel ejército fue tan popular que, con leves modificaciones, sería adoptada como bandera nacional.
Pese a que México había dejado de ser una colonia, no era todavía una nación. Y algunos historiadores liberales atribuirían el mal de las revoluciones y pronunciamientos a Iturbide; era él quien, al disolver el Congreso, había ahogado en su cuna la idea democrática. Y ya con la muerte de Guerrero se cerraba un ciclo histórico en México, el ciclo de la insurgencia y sus reverberaciones. No había podido ser un imperio, no había podido construir una república.
Seductor de la patria
Santa Anna obtiene una nueva victoria: su Plan de Casamata sella el principio del fin para Iturbide. Es el héroe nacional, el amado Santa Anna. Retira sus ganancias y se vuelve a Manga de Clavo. Al poco tiempo, por abrumadora mayoría, triunfa en las elecciones; sería la primera de sus once presidencias.
Santa Anna era, sin duda, causante principal de la inquietud, el desorden, la irresolución y la desorientación que vivió el país en sus primeras décadas de vida independiente, pero también fue la consecuencia de esos estados, su expresión personalizada. Tenía cuando menos una idea: creía en el «gobierno del Uno». No es extraño que un hombre así, en una sociedad así, haya enlazado la historia mexicana con su propia biografía, que la haya vuelto, como soñaba Carlyle, una biografía del poder.
Teólogo liberal, empresario conservador
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