A La Carga (Gung Ho)
Enviado por laurajuarez • 13 de Abril de 2013 • 1.718 Palabras (7 Páginas) • 914 Visitas
Prólogo
Por peggy Sinclair
Una promesa es una deuda pendiente...
-Robert W. Service
“la cremación de Sam Mc Gee”
El martes le hice una promesa a Andy Longclaw.
Le prometí a usted la historia de cómo salvó nuestra empresa de la quiebra y lo que hicimos después para alcanzar utilidades sin precedentes y una productividad nunca antes vista. Y le prometí que le hablaría de cómo usted, también puede motivar y activar la potencia de toda su fuerza laboral. Pero ante todo, permítaseme explicar por qué hice esta promesa y cómo nació este libro. Todo comenzó en el hospital Walton Memorial el 7 de junio de 1994.
Andy estaba hospitalizado. Ambos sabíamos que sería la última vez que nos veríamos, pero yo no lograba aceptar que se iría y tampoco sacar valor para decir las cosas que necesitaba decirle. Lo que hice fue hablar alegremente de ese lindo día de primavera, del béisbol y de los negocios.
Pero llegó el momento en que me quedé sin palabras a mitad de una frase. Hubo un silencio corto e incómodo para mí. Entonces sentí que mis pensamientos salían a flote a pesar de mí misma.
"Te quiero, Andy", le dije con un nudo en la garganta.
Él movió lentamente sobre la sábana esa mano grande y curtida hasta apretar la mía con una fuerza que no creí que poseyera todavía.
"Lo sé", dijo. Y después agregó: "Yo también te quiero. Siempre te he querido".
No sé si lo que lo agotó fue la emoción del momento o mi visita. En todo caso cerró los ojos y dejó caer la cabeza suavemente sobre la almohada. Yo sabía que no dormía pues sentía la tranquilidad que me transmitía a través de su mano. Quizás sencillamente honraba el momento con su silencio. Con los años había aprendido que un silencio largo de Andy era su forma de decirme que mis palabras eran importantes y merecían un espacio propio antes de desvanecerse en una respuesta.
Estuvimos así, cogidos de las manos, durante varios minutos. Andy me había dicho alguna vez que su madre le había enseñado a no esperar un silencio antes de hablar sino a esperar a que el silencio terminara. Finalmente Andy habló con voz débil pero clara. "Hoy iré a reunirme con mis antepasados". Como siempre, fue directo al grano.
No respondí, pero no era necesaria una respuesta. Él continuó: "Me has llenado de orgullo y bendiciones".
"Oh, no, Andy. No", protesté. "Has sido tú quien nos ha llenado de bendiciones, a mí, y a todos en la compañía".
"Hemos hecho mucho juntos", dijo Andy con sabiduría y firmeza.
Después añadió: 'Todavía hay mucho por hacer. Son muchas las personas que luchan solas. No son felices. Sus espíritus mueren antes de cruzar las puertas de las oficinas".
Apreté suavemente la mano de Andy. Sus espíritus mueren antes de cruzar las puertas de las oficinas. Cuán cierto era. En todos los Estados Unidos, los espíritus mueren en las puertas de las oficinas.
"Debes contar la historia para que nuestros hijos puedan transmitirla a sus hijos". Hizo una pausa y respiró varias veces antes de continuar.
"La historia de Gung Ho. El espíritu de la ardilla, el estilo del castor, el don del ganso".
"Así lo haré, Andy. Lo haré. Lo prometo".
"Gracias", respondió. "Me has quitado de encima mi última carga".
Después agregó: "El búho me llama por mi nombre y me espera para mostrarme el camino. Partiré mientras todavía haya luz". Me miró y sonrió con una expresión de serenidad que no olvidaré jamás.
"Gung Ho, amiga".
"Gung Ho, amigo", respondí.
Gung Ho había sido nuestra fórmula especial de saludo y despedida durante muchos años. Éste sería el último.
Andy cerró los ojos. Ésta vez dormía. Su respiración se hizo lenta y superficial y soltó mi mano.
Sabía que la vida de Andy en este plano terminaría antes del ocaso por muchos esfuerzos que hicieran los médicos. Había decidido irse, y lo haría.
No sé cuánto tiempo permanecí sentada a su lado o en qué momento murió. Su espíritu respondió al llamado del búho con tanta suavidad que la transición pasó desapercibida. En un momento determinado me di cuenta de que ya no estaba.
Solté su mano y, anegada en llanto, me incorporé para darle el último beso de despedida.
En su rostro continuaba plasmada una sonrisa.
No recuerdo cuándo salí de la habitación o llamé a la enfermera. Sólo recuerdo que me alejaba del hospital, preguntándome de qué manera podría cumplir mi promesa. ¿Cómo relataría nuestra historia? El espíritu de la ardilla, el estilo del castor, el don del ganso. Las tres revelaciones que nos habían abierto el camino al éxito.
En el auditorio contiguo al hospital terminaba una reunión. Mientras esperaba a que cambiara el semáforo, sentí la presencia de dos hombres que se me acercaban por detrás. Perdida en mis reflexiones, no escuché su conversación pero, súbitamente, algo que dijo uno de ellos resonó con toda claridad: "Los budistas dicen que el maestro aparece cuando el alumno está listo".
Cuando cambió el semáforo comencé a cruzar la calle,
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