Carta Atenagorica
Enviado por miiika • 3 de Septiembre de 2014 • 10.062 Palabras (41 Páginas) • 236 Visitas
CARTA ATENAGÓRICA
Carta de la Madre Juana Inés de la Cruz, religiosa del convento
de San Jerónimo de la ciudad de Méjico, en que hace juicio de un
sermón del Mandato que predicó el Reverendísimo P. Antonio de Vieyra, de la Compañía de Jesús, en el Colegio de Lisboa.
Muy Señor Mío: De las bachillerías de una conversación, que en
la merced que V. md. me hace pasaron plaza de vivezas, nació en V.
md. el deseo de ver por escrito algunos discursos que allí hice de repente sobre los sermones de un excelente orador, alabando algunas
veces sus fundamentos, otras disintiendo, y siempre admirándome de
su sinigual ingenio, que aun sobresale más en lo segundo que en lo
primero, porque sobre sólidas basas no es tanto de admirar la hermosura de una fábrica, como la de la que sobre flacos fundamentos se ostenta lucida, cuales son algunas de las proposiciones de este sutilísimo
talento, que es tal su suavidad, su viveza y energía, que al mismo que
disiente, enamora con la belleza de la oración, suspende con la dulzura
y hechiza con la gracia, y eleva, admira y encanta con el todo.
De esto hablamos, y V. md. gustó (como ya dije) ver esto escrito;
y porque conozca que le obedezco en lo más difícil, no sólo de parte
del entendimiento en asunto tan arduo como notar proposiciones de tan
gran sujeto, sino de parte de mi genio, repugnante a todo lo que parece
impugnar a nadie, lo hago; aunque modificado este inconveniente, en
que así de lo uno como de lo otro, será V. md. solo el testigo, en quien
la propia autoridad de su precepto honestará los errores de mi obediencia, que a otros ojos pareciera desproporcionada soberbia, y más cayendo en sexo tan desacreditado en materia de letras con la común
acepción de todo el mundo.
Y para que V. md. vea cuán purificado va de toda pasión mi sentir, propongo tres razones que en este insigne varón concurren de especial amor y reverencia mía. La primera es el cordialísimo y filial cariño
a su Sagrada Religión, de quien, en el afecto, no soy menos hija que
dicho sujeto. La segunda, la grande afición que este admirable pasmo
de los ingenios me ha siempre debido, en tanto grado que suelo decir
(y lo siento así), que si Dios me diera a escoger talentos, no eligiera
otro que el suyo. La tercera, el que a su generosa nación tengo oculta
simpatía. Que juntas a la general de no tener espíritu de contradicción
sobraban para callar (como lo hiciera a no tener contrario precepto);
pero no bastarán a que el entendimiento humano, potencia libre y que
asiente o disiente necesario a lo que juzga ser o no ser verdad, se rinda
por lisonjear el comedimiento de la voluntad.
En cuya suposición, digo que esto no es replicar, sino referir simplemente mi sentir; y éste, tan ajeno de creer de sí lo que del suyo
pensó dicho orador diciendo que nadie le adelantaría (proposición en
que habló más su nación, que su profesión y entendimiento), que desde
luego llevo pensado y creído que cualquiera adelantará mis discursos
con infinitos grados.
Y no puedo dejar de decir que a éste, que parece atrevimiento,
abrió él mismo camino, y holló él primero las intactas sendas, dejando
no sólo ejemplificadas, pero fáciles las menores osadías, a vista de su
mayor arrojo. Pues si sintió vigor en su pluma para adelantar en uno de
sus sermones (que será solo el asunto de este papel) tres plumas, sobre
doctas, canonizadas, ¿qué mucho que haya quien intente adelantar la
suya, no ya canonizada, aunque tan docta? Si hay un Tulio moderno
que se atreva a adelantar a un Augustino, a un Tomás y a un Crisóstomo, ¿qué mucho que haya quien ose responder a este Tulio? Si hay
quien ose combatir en el ingenio con tres más que hombres, ¿qué mucho es que haya quien haga cara a uno, aunque tan grande hombre? Y
más si se acompaña y ampara de aquellos tres gigantes, pues mi asunto
es defender las razones de los tres Santos Padres. Mal dije. Mi asunto
es defenderme con las razones de los tres Santos Padres. (Ahora creo
que acerté.)
Y entrando en él, digo que seguiré en la respuesta el método mismo que siguió el orador en el sermón citado, que es del Mandato; y es
en esta forma:
Habla de las finezas de Cristo en el fin de su vida: in finem dilexit
eos (Ioan. 13 cap.); y propone el sentir de tres Santos Padres, que son
Augustino, Tomás y Crisóstomo, con tan generosa osadía, que dice:
"El estilo que he de guardar en este discurso será éste: referiré primero
las opiniones de los Santos, y después diré también la mía; mas con
esta diferencia: que ninguna fineza de amor de Cristo dirán los Santos,
a que yo no dé otra mayor que ella; y a la fineza de amor de Cristo que
yo dijere, ninguno me ha de dar otra que la iguale". Éstas son sus formales palabras, ésta su proposición, y ésta la que motiva la respuesta.
La opinión primera es de Augustino, que siente que la mayor fineza de Cristo fue morir, probándolo con el texto: Maiorem hac dilectionem nemo habet, ut animam suam ponat quis pro amicis suis. (Ioan.
15 cap. I.)
Dice este orador que mayor fineza fue en Cristo ausentarse que
morir. Pruébalo por discurso: porque Cristo amaba más a los hombres
que a su vida, pues da la vida por ellos; luego más fineza es ausentarse
que morir. Pruébalo con el texto de la Magdalena, que llora en el Sepulcro y no al pie de la Cruz; porque aquí ve a Cristo muerto y allí
ausente, y es mayor dolor la ausencia que la muerte. Pruébalo más, con
que Cristo no hace demostraciones de sentimiento en la Cruz cuando
muere: Inclinato capite emisit spiritum y las hace en el Huerto, porque
se aparta: factus in agonia, porque le es más sensible la ausencia que la
muerte. Pruébalo con que, pudiendo Cristo resucitar al segundo instante que murió y sacramentarse después de la Resurrección --que lo
primero era el remedio de la muerte y lo segundo de la ausencia--,
dilata el remedio de la muerte hasta el tercero día, y el de la ausencia
no sólo no lo dilata, sino que le anticipa, sacramentándose el día antes
de morir; luego siente más Cristo la ausencia que la muerte.
Prueba más. Dice que Cristo murió una vez y se ausentó una vez;
pero que a la muerte no le dio más que un remedio, resucitando una
vez, mas que a la ausencia le buscó infinitos, sacramentándose.
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