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Cuento El Bueno Y El Malo


Enviado por   •  24 de Septiembre de 2013  •  1.492 Palabras (6 Páginas)  •  455 Visitas

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CUENTO EL MALO de ENRIQUE GIL GILBERT

Duérmase niñito,

duérmase por Dios;

duérmase niñito

que allí viene el cuco,

¡ahahá! ¡ahahá!

Y Leopoldo elevaba su destemplada voz meciéndose a todo vuelo en la hamaca, tratando de arrullar a su hermanito menor.

—¡Er moro!

Así lo llamaban porque hasta muy crecido había estado sin recibir las aguas bautismales.

—¡Er moro! ¡Jesú, qué malo ha de ser!

—¿Y nuá venío tuabía la mala pájara a gritajle?

—Iz que cuando uno es moro la mala pájara pare...

—No: le saca los ojitos ar moro.

San José y la virgen

fueron a Belén

a adorar al niño

y a Jesús también.

María lavaba,

San José tendía

los ricos pañales

que el niño tenía,

¡ahahá! ¡ahahá!

Y seguía meciendo. El cuerpo medio torcido, más elevada una pierna que otra, sólo la más prolongada servía de palanca mecedora. En los labios un pedazo de res: el “rompe camisa”.

Más sucio y andrajoso que un mendigo, hacía exclamar a su madre:

—¡Si ya nuai vida con este demonio! ¡Vea: si nuace un ratito que lo hei bestío y ya anda como de un mes!

Pero él era impasible. Travieso y malcriado por instinto. Vivo; tal vez demasiado vivo.

Sus pillerías eran porque sí. Porque se le antojaba hacerlo.

Ahora su papá y su mamá se habían ido al desmonte. Tenía que cocinar. Cuidar a su hermanito. Hacerlo dormir, y cuando ya esté dormido, ir llevando la comida a sus taitas. Y lo más probable era que recibiera su cueriza.

Sabía sin duda lo que le esperaba. Pero aunque ya el sol “estaba bastante paradito”, no se preocupaba de poner las ollas en el fogón. Tenía su cueriza segura. Pero ¡bah!

¿Qué era jugar un ratito?... Si le pagaban le dolería un ratito y... ¡nada más! Con sobarse contra el suelo, sobre la yerba de la virgen...

Y viendo que el pequeño no se dormía se agachó; se agachó hasta casi tocarle la nariz contra la de él.

El bebé, espantado, saltó, agitó las manecitas. Hizo un gesto que lo afeaba y quiso llorar.

—¡Duérmete! —ordenó.

Pero el muy sinvergüenza en lugar de dormirse se puso a llorar.

—Vea ñañito: ¡duérmase que tengo que cocinar!

Y empleaba todas las razones más convincentes que hallaba al alcance de su mentalidad infantil.

El bebé no hacía caso.

Recurrió entonces a los métodos violentos.

—¿No quieres dormirte? ¡Ahora verás! Cogiólo por los hombritos y lo sacudió.

—¡Si no te duermes verás!

Y más y más lo sacudía. Pero el bebé gritaba y gritaba sin dormirse.

—¡Agú! ¡Agú! ¡Agú!

—Parece pito, de esos pitos que hacen con cacho e toro y ombligo de argarrobo.

Y le parecía bonita la destemplada y nada simpática musiquita.

¡Vaya! Qué gracioso resultaba el muchachito, así, moradito, contrayendo los bracitos y las piernitas para llorar.

—¡Ji, ji, ji! ¡Cómo si ase! ¡Ji, ji, ji!

Si él hubiera tenido senos como su mamá, ya no lloraría el chico, pero... ¿Por qué no tendría él?...

...Y él sería cuando grande como su papá...

Iría...

—¡Agú! ¡Agú! ¡Agú!

¡Carambas, si todavía lloraba su ñaño!

Lo bajó de la hamaca.

—¡Leopordo!

—Mande.

—¿Nuás visto mi gallina fina?

—¡Yo no hei visto nada!

Y la Chepa se alejaba murmurando:

—¡Si es malo-malo-malo-como er mesmo malo!

¡Vieja majadera! Venir a buscar gallinas cuando él tenía que hacer dormir a su ñaño y cocinar... Y ya el sol “estaba más paradito que endenantes”.

¡Qué gritón el muchacho! Ya no le gustaba la musiquita.

Y se puso a saltar alrededor de la criatura. Saltaba. Saltaba. Saltaba.

Y los ocho años que llevaba de vida se alegraron como nunca se habían alegrado.

Si había conseguido hacerlo callar, lo que pocas veces conseguía...

Y más todavía, se reía con él... ¡ Con él que nadie se reía!

Por eso tal vez era malo.

¿Malo? ¿Y qué sería eso? A los que les grita la lechuza antes de que los lleven a la pila, son malos... ¡Y a él dizque le había gritado!

Pero nadie se reía con él.

—No te ajuntes con er Leopordo —había oído que le decían a los otros chicos—. ¡No te ajuntes con ese ques malo!

Y ahora le había sonreído su hermanito. ¡Y dizque los chiquitos son angelitos!

—¡Guio! ¡Güio!

Y saltaba y más saltaba a su alrededor. De repente se paró.

—¡Ay!

Lloró. Agitó las manos. Lo mismo había hecho el chiquito.

—¿Y de onde cayó er machete?

Tornaba los ojos de uno a otro lado.

—¿Pero de onde caería? ¿No sería er diablo?

Y se asustó. El diablo debía estar en el cuarto.

—¡Uy!

Sus ojos se abrieron mucho... mucho... mucho...

Tanto que de tan abiertos se le cerraron. ¡Le entró tanto frío en los ojos! Y por los ojos le pasó al alma.

El chiquito en el suelo... y él viendo: sobre los pañalitos... una mancha como de fresco de pitahaya... no... si era... como de tinta

...

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