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De Carta En Carta


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  3.010 Palabras (13 Páginas)  •  357 Visitas

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De carta en carta

Ana María Machado

José es el abuelo de Pepe. Ninguno de los dos sabe leer ni

escribir. Aunque es pequeño, Pepe ya debería haber

aprendido a hacerlo; pero es que normalmente no va a la

escuela, prefiere quedarse en casa ayudando a su abuelo.

Un día se enfadan, dejan de hablarse y deciden contarse

por carta lo enojados que están.

¿Quién les escribirá esas cartas?

Érase una vez un niño pequeño que vivía en una ciudad

pequeña. Me parece que no fue hace mucho tiempo. Ni

muy lejos de aquí Y que el niño, en realidad, no era tan pequeño.

Pero aún no sabía leer ni escribir; como le pasaba a

mucha gente en aquella ciudad, incluso a personas mucho

mayores y más viejas que él.

La ciudad era antigua y se encontraba a la orilla del mar.

Tenía calles estrechas, bonitas iglesias y plazuelas.

Guardaba recuerdos de otros tiempos más ricos.

Conservaba unas murallas que ya no servían para nada,

pero que antiguamente se habían usado para defender la

ciudad del ataque de los piratas. Tenía casas de dos pisos,

con jardines en patios interiores, y terrazas con macetas

llenas de flores.

Y en algunos lugares, aquellas terrazas del segundo piso

eran grandes y estaban sobre unos arcos que se apoyaban

en las aceras, formando pórticos alrededor de las plazas y

paseos.

Una de esas plazas era la plaza de los Escribidores.

Allí, debajo de las arcadas, se podían ver los bancos donde

trabajaban unos hombres que se dedicaban a escribir

todas las cosas importantes que las personas de aquella

ciudad necesitaban escribir y no sabían: cartas, mensajes,

documentos.

Algunos de aquellos escribidores apoyaban la máquina de

escribir encima de mesas pequeñas, escritorios o incluso

cajones.

Otros, que estaban empezando en la profesión, escribían a

mano y cobraban más barato.

Pero todos pasaban el día allí, sentados alrededor de la

plaza, conversando y esperando encargos.

Esta es la historia de dos clientes de los escribidores. Un

niño llamado Pepe y su abuelo José.

Pepe y José vivían en la misma casa, con el resto de la

familia: cuatro niños más y los padres del niño. La madre,

Teresa, era hija del abuelo José.

Todos los días, muy temprano, el padre y la madre salían a

trabajar. Los hermanos mayores iban a la escuela y Pepe

se quedaba con el abuelo. Ya tenía edad para ir al colegio,

pero no quería. Prefería quedarse jugando, además decía

que tenía que hacer compañía al abuelo, y los padres

acababan por dejarlo.

El señor José había sido un excelente jardinero. Ahora

estaba cansado, aunque todavía hacía pequeños trabajos

en las casas de la vecindad.

Muchas veces José se llevaba a su nieto con él, como

ayudante.

Los dos se llevaban muy bien, aunque reñían bastante.

Eran muy parecidos, tercos y provocadores.

Discutían por cualquier cosa:

—Escarda ese jardín. Con mimo, ¿eh...? No dejes ni una

mala hierba...

—Ay abuelo, no me apetece. Por qué no hacemos esto,

verás, tú quitas las malas hierbas y yo riego.

—Nada de eso. Lo vas a encharcar todo. Tú siempre echas

demasiada agua, ahogas las plantas...

—Y tú siempre llevas la regadera medio vacía, porque no

puedes cargar con el peso. Las plantas se van a acabar

muriendo de sed, ¿no lo ves? Deja que yo lo haga.

—¿Me estás diciendo que no tengo fuerzas? ¿Que estoy

viejo y ya no sirvo para nada?

—Es que no tienes fuerzas... Sólo estoy diciendo la

verdad... No te vayas a enfadar ahora por una tontería.

—Eres un malcriado, eso es lo que pasa. Se lo voy a contar

a tu padre. Para que te castigue, vas a ver. Como no te

disculpes, cuando llegue, ja, ja, le voy a contar todo lo que

haces durante el día.

El niño no quería que lo castigaran. Pero no iba a

disculparse.

Se quedó callado, conteniendo la rabia. El abuelo seguía

rezongando: —Todos los días lo mismo. No tienes ningún

respeto. Nunca he visto que un niño de tu edad diga esas

cosas a un viejo. En mis tiempos esto no pasaba... Eres un

maleducado. Como me vuelvas a decir algo así, vas a

ver…

Furioso, Pepe salió de casa. Dio un portazo, pero no se

sintió mejor Si no quería que lo castigaran, no podía

contestar al abuelo, aunque ganas no le faltaban. Si supiera...

le diría cuatro cosas, pero sin hablar Le escribiría al

viejo una carta bien descarada. Pero no sabía escribir Y

tampoco tenía ganas de ir a la escuela para aprender

Comenzó a andar por la calle, insultó por lo bajo, dio una

patada a una lata vacía que estaba en el suelo, pero la

rabia no se le pasó. Siguió caminando, hasta que llegó a la

plaza de los Escribidores. Y tuvo una idea.

Se acercó a uno de los hombres que esperaba clientes

delante de su mesa y le preguntó:

—Buenos días, señor Miguel. ¿Cuánto cuesta escribir una

carta?

—Bueno, depende del tamaño... —respondió el hombre—.

¿Pero para quién es?

—Para mí mismo. Bueno..., es para mandársela a alguien,

pero quiero escribirla yo.

—¿Y por qué no lo haces?

—Todavía no he aprendido.

El señor Miguel se quedó mirando a Pepe. Pensó que era

muy triste que un niño de su edad no supiera escribir. Los

mayores ya no podían aprenden a sus años era muy difícil

para ellos, y cuando habían sido niños no todo el mundo en

la ciudad podía ir a la escuela. Pero ahora sí era posible. El

señor Miguel sabía que así iba a perder los clientes, pero le

parecía bueno que los chavales estudiaran. Y le parecía

mal que un padre y una madre dejaran faltar a clase a su

hijo. Entonces se le ocurrió ponerle una condición y

respondió:

—A los niños de tu edad no les cobro nada. Pero tienes

que hacer una cosa: debes ir a la escuela un día y venir a

contarme cómo es, porque tengo muchas ganas de saberlo...

Ese será el precio.

A Pepe esa condición no le gustó mucho. Pero sólo tenía

unas pocas monedas en una caja que había dejado en

casa, y no quería gastárselas con el escribidor. Además,

quería

...

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