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Dos K's, dos lectores, análisis sobre "El castillo" de Kafka


Enviado por   •  29 de Agosto de 2017  •  Ensayo  •  1.626 Palabras (7 Páginas)  •  245 Visitas

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Dos K.’s, dos lectores

Juan Pablo Jácome

23/06/08


Kafka es un autor del que se ha hablado mucho, ya sea porque su obra y su vida lo ameritan, o también porque el mundo ha necesitado liberar su angustia y él, y su ingenio, se han prestado para eso. Toda esta enorme, y siempre en aumento, cantidad de lecturas sobre Kafka coinciden siempre en lo mismo: en el absurdo y sus derivados más obvios, la angustia, la impotencia, etc. Resulta casi imposible encontrar algo escrito acerca de Kafka que no contenga ese tipo de metalectura. Este hecho, que parece ser tan evidente, tan normal, encierra una profunda paradoja. Y es que no es tan fácil que exista una lectura unívoca de cualquier libro, menos aún de un autor, y menos aún de Kafka.  Tal vez se podría entender de una sola manera un texto realista, o en el caso de novelas en que el narrador exponga su propia lectura; pero en Kafka lo que más hay es indeterminación, la imposibilidad de juzgar las cosas, de darles una lectura unívoca. Si un personaje da una opinión, la mayoría de las veces presenta una duda, y si lo hace con convicción, entonces se contradice con las opiniones de otros personajes, o del narrador mismo. Ahora, sin duda que esta ambigüedad, la falta de respuestas dentro de la obra de Kafka, se aplica a lo que entendemos por absurdo –si por absurdo leemos la definición existencialista de Sartre y Camus, esto es, que la existencia precede a la esencia[1] y que lo absurdo nace del deseo humano de tener respuestas ante un mundo que no las provee[2]-. El problema surge cuando a partir del absurdo ligamos, como consecuencia directa, cualquier sentimiento negativo, ya sea dolor, angustia, impotencia, etc. Pongamos en escena a El Castillo[3]. Es una novela en la que se puede dudar de absolutamente todo. Abundan los signos de indeterminación, a nivel formal: los tal vez, los pareciera ser, etc[4]. En cuanto a los hechos en sí, cuando K. los describe nunca los entiende en su  totalidad; lo mismo se aplica para el narrador y el resto de personajes. Producto de esta indeterminación en todos los planos, las posibles lecturas acerca de lo que realmente está pasando son infinitas. Debido a que no hay ninguna lectura que valga más que otra, ya sea la de K. o la del narrador, o cualquiera, el lector entra inmediatamente en el juego de tener que dar sentido al absurdo, porque lo absurdo de la obra se lo exige. He ahí la paradoja; si la novela deja una posibilidad tan amplia de lecturas, ¿cómo es que a lo largo de su historia, desde su creación hasta hoy, ha predominado con tanta claridad una sola?

Está claro que dentro de El Castillo no existe ningún dato que nos indique que el protagonista, K., se encuentra angustiado en algún momento. Él nunca lo expresa, ni el narrador tampoco lo hace -y aún si lo hiciera, el narrador de El Castillo es engañosamente omnisciente-. Para dejarlo aún más claro, en el único momento en que se le pregunta a K. si está angustiado, aparece claramente que no lo está:

“Es usted agrimensor pero no trabaja como agrimensor.” K. asintió mecánicamente.

(…) “Estoy dispuesto”, continuó Bürgel, “a seguir este asunto. (…) también para usted debe resultar mortificante. ¿No sufre por ello?” “Sufro por ello”, dijo K. despacio, sonriendo para sus adentros, porque precisamente en aquel momento no sufría por ello lo más mínimo”[5]

Por qué entonces autores como Camus, que significan una importante autoridad dentro de la crítica literaria, afirman cosas como esta: “El Castillo es quizás una teología en acción, pero es ante todo la aventura individual de un alma en busca de su gracia, de un hombre que pide a los objetos de este mundo su regio secreto y a las mujeres los signos del dios que duerme en ellas.”[6] Puesto que K. estaría buscando esa gracia, Camus afirma también que “cada capítulo es un fracaso y también una vuelta a empezar”[7], que “no se trata de lógica, sino de perseverancia”[8]. Pero si nos dirigimos únicamente a la novela, resulta que en realidad no se puede afirmar que K. está buscando algo y que ha puesto toda su intención en ello. K. es un personaje sumamente extraño; sin duda, a partir de la lectura, es más lo que desconocemos de él que lo que conocemos. Llega al pueblo del castillo y afirma ser agrimensor y que el jefe lo ha mandado a llamar, pero nadie puede dar fe de eso. El narrador se aparta lo más posible haciendo uso de expresiones como según él, él dijo, etc., y, acerca de K., queda claro que hace una cosa pero en realidad quiere otra: “me temo que la vida en el castillo no me gustaría. Quiero sentirme libre siempre.”[9] Así que un lector agudo no habría de confiar tanto en K., ni en qué es lo que dice ser, ni en que busca algo con lo que hace, ni en que está poniendo mucho empeño en lograr hacer lo que sea que esté haciendo. Y la posibilidad de llegar al castillo no es que esté negada, más bien, hacia el final, Burgel le dice a K. que hay muchísimas oportunidades de llegar al castillo, sólo que nadie las aprovecha. Y todo parece insinuar que, para K., él es una de esas oportunidades, pero pareciera ser que K. en realidad no quiere llegar al castillo.

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