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El Coronel No Tiene Quien Le Escriba


Enviado por   •  1 de Enero de 2013  •  1.285 Palabras (6 Páginas)  •  553 Visitas

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Gabriel García Márquez

El coronel no tiene quien le escriba

Gabriel García Márquez (Aracataca, Colombia, 1928) es la figura

más representativa de lo que se ha venido a llamar el «realismo

mágico» hispanoamericano. Aún antes de escribir Cien años de

soledad (novela ya publicada por El Mundo en la colección Millenium

I), donde recrea la geografía imaginaria de Macondo, un lugar aislado

del mundo en el que realidad y mito se confunden, era ya autor de un conjunto de

obras que tienen directa relación con esta narración. Otras obras memorables son:

El coronel no tiene quien le escriba, El otoño del patriarca, Crónica de una muerte

anunciada (volumen número 5 de esta colección), El amor en los tiempos del cólera

y varias colecciones de cuentos magistrales. En 1982 recibió el Premio Nobel de

Literatura.

Consideradas a veces las obras anteriores a Cien años de soledad como

acercamiento o tentativa de la gran novela que habría de llegar, cada vez más la

crítica subraya el valor que, en sí mismos, poseen esos títulos tempranos, que no

primerizos, de García Márquez, por encima de los elementos que los conectan con

su gran novela. Tal es el caso de El coronel no tiene quien le escriba, segundo de

sus libros. «Sería un error descartarlos como intentos frustrados; particularmente

El coronel no tiene quien le escriba es una pequeña obra maestra del estilo

condensado de García Márquez» (José Miguel Oviedo). Con todo, y

dada la fuerza del mundo macondino del autor, es difícil sustraerse a señalar

semejanzas y diferencias entre ambos títulos.

En El coronel no tiene quien le escriba ya hay un germen de desmesura, concretamente en lo que al tiempo se

refiere (esa larga espera del protagonista por su pensión siempre demorada); está, desde luego, el tema de la

soledad; las reiteraciones de ciertos elementos, las guerras como telón de fondo, el simbolismo de algunos objetos

(o animales: el gallo, que es la herencia del hijo muerto). El lenguaje, sin embargo, es sobrio, contenido, y el relato

casi en línea recta, aunque el peculiar sentido del ritmo, las interminables idas y venidas del protagonista, que

provocan una cierta obsesión en el lector, resulta fundamental y confiere carácter a esta novela que ha sido

llevada al cine recientemente, y con acierto, por el director mexicano Arturo Ripstein, con la actriz española

Marisa Paredes en el papel de la paciente mujer del coronel.

Prólogo

José Manuel Caballero Bonald

Cuando leí El coronel no tiene quien le escriba tuve la sensación de reconocer el

pueblo innominado en que se desarrolla la acción de la novela, cuya primera edición

en la colombiana revista «Mito» data de 1958. El caso es que, no mucho después de

esa lectura, cuando yo vivía en Bogotá, realicé una travesía por el rió Magdalena en

un vapor propulsado por ruedas de paletas, desde Barrancabermeja, en la zona

selvática de Casabe, hasta la mar caribe de Barranquilla. Las sucintas

descripciones del espacio físico en que enmarca García Márquez su novela,

coincidían por algún razonable motivo con uno de esos pequeños puertos en que

recalaba, fugazmente mi barco. Aunque el narrador no proporcione ninguna pista,

llegué a convencerme entonces de que el pueblo en que el coronel esperaba la carta

que nunca llegó era Magangué, una especie de balcón fluvial de las sabanas de

Bolívar, no lejos ya del Atlántico. Tampoco es que esa localización suponga ningún

dato relevante, pero me agrada ese presunto hallazgo del lugar desapacible en que

malvivía aquel viejo ex combatiente revolucionario. Las imágenes portuarias, la

presencia sensible del río, las callejas una y otra vez recorridas por la triste figura

del coronel, ese «laberinto de almacenes y barracas con mercancías de colores en

exhibición», remitían sin duda al puerto fluvial de Magangué, por donde yo anduve

justo cuando El coronel no tiene quien le escriba se publicaba en libro (Medellín,

Aguirre, 1961). Incluso es muy posible que me cruzara con el coronel durante alguno

de sus obstinados paseos hasta el muelle para vigilar cada viernes, a lo largo de

más de un cuarto de siglo, la llegada de la lancha del correo.

Después de algunos cuentos y reportajes publicados a partir de 1947 y de la

novela La hojarasca (Bogotá, Ediciones S. L. B., 1955), viene por su orden

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