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El Discurso Del Metodo


Enviado por   •  10 de Marzo de 2013  •  9.809 Palabras (40 Páginas)  •  429 Visitas

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DISCURSO DEL MÉTODO

René Descartes

Discurso del Método

Para bien dirigir la razón y buscar la verdad en las ciencias

Si este discurso parece demasiado largo para leído de una vez, puede dividirse en seis

partes: en la primera se hallarán diferentes consideraciones acerca de las ciencias; en la segunda, las

reglas principales del método que el autor ha buscado; en la tercera, algunas otras de moral que ha

podido sacar de aquel método; en la cuarta, las razones con que prueba la existencia de Dios y del

alma humana, que son los fundamentos de su metafísica; en la quinta, el orden de las cuestiones de

física, que ha investigado y, en particular, la explicación del movimiento del corazón y de algunas

otras dificultades que atañen a la medicina, y también la diferencia que hay entre nuestra alma y la

de los animales; y en la última, las cosas que cree necesarias para llegar, en la investigación de la

naturaleza, más allá de donde él ha llegado, y las razones que le han impulsado a escribir. (5)

Primera parte

El buen sentido es lo que mejor repartido está entre todo el mundo, pues cada cual piensa

que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentadizos respecto a cualquier otra

cosa, no suelen apetecer más del que ya tienen. En lo cual no es verosímil que todos se engañen,

sino que más bien esto demuestra que la facultad de juzgar y distinguir lo verdadero de lo falso, que

es propiamente lo que llamamos buen sentido o razón, es naturalmente igual en todos los hombres;

y, por lo tanto, que la diversidad de nuestras opiniones no proviene de que unos sean más

razonables que otros, sino tan sólo de que dirigimos nuestros pensamientos por derroteros diferentes

y no consideramos las mismas cosas. No basta, en efecto, tener el ingenio bueno; lo principal es

aplicarlo bien. Las almas más grandes son capaces de los mayores vicios, como de las mayores

virtudes; y los que andan muy despacio pueden llegar mucho más lejos, si van siempre por el

camino recto, que los que corren, pero se apartan de él.

Por mi parte, nunca he presumido de poseer un ingenio más perfecto que los ingenios

comunes; hasta he deseado muchas veces tener el pensamiento tan rápido, o la imaginación tan

clara y distinta, o la memoria tan amplia y presente como algunos otros. Y no sé de otras cualidades

sino ésas, que contribuyan a la perfección del ingenio; pues en lo que toca a la razón o al sentido,

siendo, como es, la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de los animales, quiero creer

que está entera en cada uno de nosotros y seguir en esto la común opinión de los filósofos, que

dicen que el más o el menos es sólo de los accidentes, mas no de las formas o naturalezas de los

individuos de una misma especie.

Pero, sin temor, puedo decir, que creo que fue una gran ventura para mí el haberme

metido desde joven por ciertos caminos, que me han llevado a ciertas consideraciones y máximas,

con las que he formado un método, en el cual paréceme que tengo un medio para aumentar

gradualmente mi conocimiento y elevarlo poco a poco hasta el punto más alto a que la mediocridad

de mi ingenio y la brevedad de mi vida puedan permitirle llegar. Pues tales frutos he recogido ya de

ese método, que, aun cuando, en el juicio que sobre mí mismo hago, procuro siempre inclinarme del

lado de la desconfianza mejor que del de la presunción, y aunque, al mirar con ánimo filosófico las

distintas acciones y empresas de los hombres, no hallo casi ninguna que no me parezca vana e

inútil, sin embargo no deja de producir en mí una extremada satisfacción el progreso que pienso

haber realizado ya en la investigación de la verdad, y concibo tales esperanzas para el porvenir (6),

que si entre las ocupaciones que embargan a los hombres, puramente hombres, hay alguna que sea

sólidamente buena e importante, me atrevo a creer que es la que yo he elegido por mía.

Puede ser, no obstante, que me engañe; y acaso lo que me parece oro puro y diamante

fino, no sea sino un poco de cobre y de vidrio. Sé cuán expuestos estamos a equivocar nos, cuando

de nosotros mismos se trata, y cuán sospechosos deben sernos también los juicios de los amigos,

que se pronuncian en nuestro favor. Pero me gustaría dar a conocer, en el presente discurso, el

camino que he seguido y representar en él mi vida, como en un cuadro, para que cada cual pueda

formar su juicio, y así, tomando luego conocimiento, por el rumor público, de las opiniones

emitidas, sea este un nuevo medio de instruirme, que añadiré a los que acostumbro emplear.

Mi propósito, pues, no es el de enseñar aquí el método que cada cual ha de seguir para

dirigir bien su razón, sino sólo exponer el modo como yo he procurado conducir la mía(7). Los que

se meten a dar preceptos deben de estimarse más hábiles que aquellos a quienes los dan, y son muy

censurables, si faltan en la cosa más mínima. Pero como yo no propongo este escrito, sino a modo

de historia o, si preferís, de fábula, en la que, entre ejemplos que podrán imitarse, irán acaso otros

también que con razón no serán seguidos, espero que tendrá utilidad para algunos, sin ser nocivo

para nadie, y que todo el mundo agradecerá mi franqueza.

Desde la niñez, fui criado en el estudio de las letras y, como me aseguraban que por

medio de ellas se podía adquirir un conocimiento claro y seguro de todo cuanto es útil para la vida,

sentía yo un vivísimo deseo de aprenderlas. Pero tan pronto como hube terminado el curso de los

estudios, cuyo remate suele dar ingreso en el número de los hombres doctos, cambié por completo

de opinión, Pues me embargaban tantas dudas y errores, que me parecía que, procurando instruirme,

no había conseguido más provecho que el de descubrir cada vez mejor mi ignorancia. Y, sin

embargo, estaba en una de las más famosas escuelas de Europa (8), en donde pensaba yo que debía

haber hombres sabios, si los hay en algún lugar de la tierra. Allí había aprendido todo lo que los

demás aprendían; y no contento aún con las ciencias que nos enseñaban, recorrí cuantos libros

pudieron caer en mis manos, referentes a las ciencias que se consideran como las más curiosas y

raras. Conocía, además, los juicios que se hacían de mi persona, y no veía que se me estimase en

menos que a mis condiscípulos,

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