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El Monje Ue Vendio Su Ferrari


Enviado por   •  23 de Abril de 2014  •  7.536 Palabras (31 Páginas)  •  210 Visitas

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El Monje que Vendió su Ferrari

Robin S. Sharma

Resumen

El Monje que Vendió su Ferrari

Robin S. Sharma

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Reseña del Autor

¿Quién es Robin S. Sharma?

Es una autoridad internacional en autoliderazgo; autor de MegaLiving!,

The Gandhi Factory . Es licenciado y profesor en Derecho. Viaja asiduamente

como conferencista y director de seminarios impartiendo su mensaje

a importantes organizaciones empresariales y educacionales.

Análisis y Fragmentos de El Monje que Vendió su Ferrari

Este libro le ofrece

claves para hacer

realidad sus sueños y

alcanzar su propio

destino; el protagonista

(Julian Mantle)

muestra al lector ese

sendero a través del

cual se manifiesta al

máximo la capacidad

de la persona y se

vive con pasión, determinación

y paz.

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El despertar

Se derrumbó en mitad

de una atestada sala

de tribunal. Era uno de

los más sobresalientes

abogados procesales

del país; era también

un hombre tan conocido

por los trajes italianos

de tres mil dólares

que vestía como

por su

extraordinaria carrera

de éxitos profesionales.

Yo me quedé ahí

de pie, conmocionado

por lo que acababa de

ver. El gran Julián

Mantle se retorcía como

niño indefenso

postrado en el suelo,

temblando y sudando

como un maniaco.

¡Dios mío – gritó su

ayudante, Julián está

en apuros! Yo me

quedé ahí parado sin

saber qué hacer. No te

mueras ahora, hombre,

rogué. Es demasiado

pronto para que

te retires. Tú no mereces

morir de esta forma.

Yo había conocido a

Julián desde hace diecisiete

años, cuando

uno de sus socios me

contrató como interino,

siendo yo un estudiante

de derecho.

Por aquél

entonces Julián lo tenía

todo. Era un brillante,

apuesto y terrible

abogado con delirios

de grandeza.

Todavía recuerdo una

noche que estuve trabajando

en la oficina y

al pasar frente a su

regio despacho divisé

la cita que tenía enmarcada

sobre su escritorio

de roble. La

frase pertenecía a

Winston Churchil y

evidenciaba qué clase

de hombre era Julián

“Estoy convencido de

que en este día somos

dueños de nuestro

destino, que la tarea

que se nos ha impuesto

no es superior a

nuestras fuerzas; que

sus acometidas no

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Robin S. Sharma

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están por encima de lo

que soy capaz de soportar.

Mientras tengamos

fe en nuestra

causa y una indeclinable

voluntad de vencer,

la victoria estará a

nuestro alcance” .

Juan fiel a su lema era

un hombre duro, dinámico

y siempre dispuesto

a trabajar dieciocho

horas diarias

para alcanzar el éxito

que estaba convencido,

era su destino. Oí

decir que su abuelo

fue un destacado senador

y su padre un

juez federal. Así pues

venía de buena familia

y grandes eran las expectativas

que soportaban

sus espaldas

vestidas de Armani.

El extravagante histrionismo

de Julián en

los tribunales solía

ser noticia de primera

página.

Los ricos y famosos se

arrimaban a él siempre

que necesitaban los

servicios de un soberbio

estratega con un

deje de agresividad.

Todavía no entiendo

por qué me eligió a mí

como ayudante para

aquél sensacional caso

de asesinato que él iba

a defender durante ese

verano. Aunque me

había licenciado en la

facultad de derecho de

Harvard, su alma máter,

yo no era ni de

lejos el mejor interno

del bufete y en mi árbol

genealógico no

había el menor rastro

de sangre azul. Mi

padre se pasó la vida

como guardia de seguridad

en una sucursal

bancaria tras una

temporada en los marines;

mi madre creció

anónimamente en el

Bronx.

El caso es que me prefirió

a mí antes que a

los que habían cabildeado

calladamente

para tener el privilegio

de ser su factótum

legal. Julián dijo que le

gustaba mi “avidez”.

Ganamos el caso, por

supuesto, y el ejecutivo

que había sido acusado

de matar brutalmente

a su mujer estaba

ahora en libertad

(dentro de lo que le

permitía su desordenada

conciencia, claro

está).

Por invitación de Julián,

me quedé en el

bufete en calidad de

asociado y pronto iniciamos

una amistad

duradera. Admito que

no era fácil trabajar

con el. Ser su ayudante

solía convertirse en un

ejercicio de frustración.

O lo hacías a su

modo o te quedabas

en la calle. Julián no

podía equivocarse

nunca. Sin embargo,

bajo aquella irritable

envoltura había una

persona que se preocupaba

de verdad por

los demás.

Aunque estuviera muy

ocupado, el siempre

preguntaba por Jenny,

la mujer a quien sigo

llamando mi prometida,

pese a que nos

casamos antes de que

yo empezara a estudiar

leyes. Al saber

que yo estaba pasando

por apuros económicos,

Julián se ocupó de

que me concedieran

una generosa beca de

estudios. Es verdad

que le gustaba ser

implacable con sus

colegas pero, jamás

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Robin S. Sharma

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dejó de lado a un amigo.

El verdadero problema

es que Julián

estaba obsesionado

con su trabajo.

Éramos esclavos del

reloj, metidos en la

sexagesimocuarta

planta de un monolito

de acero y cristal

mientras la gente

cuerda estaba en casa

con sus familias, pensando

que teníamos al

mundo agarrado por la

cola, cegados por una

ilusoria versión del

éxito.

Cuanto más tiempo

pasaba con Julián más

me daba cuenta de

que se estaba hundiendo

...

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