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El Señor De Las Moscas


Enviado por   •  3 de Mayo de 2013  •  815 Palabras (4 Páginas)  •  297 Visitas

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Título original: Lord of the Flies Traductora: Carmen Vergara

Primera edición en «El Libro de Bolsillo»:

1972 Decimoctava reimpresión en «El Libro de Bolsillo»: 1991

1. El toque de caracola

El muchacho rubio descendió un último trecho de roca y comenzó a abrirse paso hacia la laguna. Se había quitado el suéter escolar y lo arrastraba en una mano, pero a pesar de ello sentía la camisa gris pegada a su piel y los cabellos aplastados contra la frente. En torno suyo, la penetrante cicatriz que mostraba la selva estaba bañada en vapor. Avanzaba el muchacho con dificultad entre las trepadoras y los troncos partidos, cuando un pájaro, visión roja y amarilla, saltó en vuelo como un relámpago, con un antipático chillido, al que contestó un grito como si fuese su eco;

—¡Eh —decía—, aguarda un segundo!

La maleza al borde del desgarrón del terreno tembló y cayeron abundantes gotas de lluvia con un suave golpeteo.

—-Aguarda un segundo —dijo la voz—, estoy atrapado.

El muchacho rubio se detuvo y se estiró las medias con un ademán instintivo, que por un momento pareció transformar la selva en un bosque cercano a Londres.

De nuevo habló la voz.

—No puedo casi moverme con estas dichosas trepadoras.

El dueño de aquella voz salió de la maleza andando de espaldas y las ramas arañaron su grasiento anorak. Tenía desnudas y llenas de rasguños las gordas rodillas. Se agachó para arrancarse cuidadosamente las espinas. Después se dio la vuelta. Era más bajo que el otro muchacho y muy gordo. Dio unos pasos, buscando lugar seguro para sus pies, y miró tras sus gruesas gafas.

—¿Dónde está el hombre del megáfono? El muchacho rubio sacudió la cabeza.

—Estamos en una isla. Por lo menos, eso me parece. Lo de allá fuera, en el mar, es un arrecife. Me parece que no hay personas mayores en ninguna parte.

El otro muchacho miró alarmado.

—¿Y aquel piloto? Pero no estaba con los pasajeros, es verdad, estaba más adelante, en la cabina.

El muchacho rubio miró hacia el arrecife con los ojos entornados.

—Todos los otros chicos... —siguió el gordito—. Alguno tiene que haberse salvado. ¿Se habrá salvado alguno, verdad?

El muchacho rubio empezó a caminar hacia el agua afectando naturalidad. Se esforzaba por comportarse con calma y, a la vez, sin parecer demasiado indiferente, pero el otro se apresuró tras él.

—¿No hay más personas mayores en este sitio?

—Me parece que no.

El muchacho rubio había dicho esto en un tono solemne, pero en seguida le dominó el gozo que siempre produce una ambición realizada, y en el centro del desgarrón de la selva brincó dando media voltereta y sonrió burlonamente a la figura invertida del otro.

—¡Ni una persona mayor!

En aquel momento el muchacho gordo pareció

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