El Zarco Capitulo 9
Enviado por gambohum • 13 de Junio de 2013 • 697 Palabras (3 Páginas) • 1.384 Visitas
Pasaron así algunos días que parecieron siglos a Manuela, siglos de aburrimiento y de tristeza. Ya no estaba a gusto con los bandidos, el zarco se notaba mas apegado a ella.
Por una necesidad de su nueva vida, Manuela tenia que llevarse con las mujeres y las queridas de los otros bandidos
Entre ellas hacía distinción de una, no porque fuese menos perversa, sino porque conocía muy bien Yautepec, donde había residido muchos años, y le hablaba siempre de personas que le eran conocidas, de doña Antonia, de Pilar, de Nicolás, sobre todo de Nicolás, a quien conocía mucho.
Sin embargo manuela fue asesinada ,El Zarco, ayudado de algunas mujeres levantó a Manuela, la cargó y se la llevó a la capilla, donde la recostó en su cama. La joven estaba moribunda. Tantas emociones seguidas, tantos peligros, tantas amenazas, tantos horrores, habían abatido aquella naturaleza débil y estaban oscureciendo aquel espíritu. Manuela estaba como idiota y no hacía más que llorar en silencio.
El Zarco, preocupado también con mil pensamientos diversos, encolerizado contra el Tigre, celoso de Nicolás, cada vez más enamorado de Manuela, pero contrariado infinitamente por las últimas noticias, y por la necesidad que había de marchar, no sabía qué hacer.
Daba vueltas como una fiera encerrada en su jaula; llamaba a las mujeres para que asistieran a su querida, comunicaba órdenes a los bandidos que lo obedecían y lo servían, preparaba maletas, registraba los baúles, se sentaba unas veces a orillas de la cama en que se reclinaba Manuela, y veía a ésta con miradas en que era difícil distinguir el amor, el odio o las tentaciones de una resolución siniestra; y otras se ponía a pasear a lo largo de la capilla, blasfemando.
Por fin, se acercó a la joven y con acento frío y seco le dijo:
-Ya eso no tiene remedio; deja de llorar, y prepárate para que marchemos mañana de aquí y ayúdame a hacer las maletas. Guarda bien tus alhajas; eso es lo que te importa.
-Entre nosotros -añadió, viendo que Manuela sollozaba con más violencia-, no se usa afligirse tanto ni hacer tanto duelo cuando se nos muere alguno ... ¡para eso nacimos! Además, tu madre ya estaba vieja, y me aborrecía la buena señora, rézale un sudario, y amén ... no vuelvas a acordarte de ella. Tu indio debe haberla enterrado y se cogerá la huerta, y se pagará los gastos; después lo enterrarás a él, no tengas cuidado, y tendrás el gusto de llorar en su sepultura
La Clavera era una venta del antiguo camino carretero de México a Cuautla de Morelos, más famosa todavía que por ser paraje de recuas, de diligencias y de viajeros pedestres, por ser lugar de asaltos.
Por eso los pasajeros de la diligencia o los arrieros no se acercaban a La Calavera
staban éstos uniformados de un modo singular, llevaban chaqueta negra con botones de acero pintados de negro; pantalones negros, con grandes botas
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