Juvenilia
Enviado por more_1234 • 4 de Noviembre de 2014 • Síntesis • 2.323 Palabras (10 Páginas) • 371 Visitas
ARGUMENTO DE LA OBRA:
“Juvenilia”, que significa: “cosas de jóvenes”, es un relato en primera persona donde el relator da unidad a los primeros episodios que surgen como recuerdos deshilvanados, que solo de modo muy general siguen una cronología lineal. Hay un melancólico contrapunto entre la adolescencia despreocupada de ayer, y el hombre maduro de hoy.
El ámbito de la obra es el perímetro del colegio, un espacio amorosamente construido, al cual llegan, sin embargo, los ecos ciudadanos y los conflictos nacionales.
Poco después de la muerte de su padre, Cané ingresa como pupilo al colegio Nacional de Buenos Aires. El niño sufre entonces un duro proceso de adaptación, donde por ser el nuevo se ocultaba solo y triste, extrañando, sobre todo, su hogar y el cariño de su madre. Se ve sometido a una severa disciplina: levantarse al alba, y comer alimentos poco agradables.
Pronto encuentra refugio en una de las dos presencias que lo entusiasman y lo ayudan luego, a moldear su personalidad: “los folletines”. En ellos encuentra durante toda su permanencia en el colegio la salvación contra el fastidio y con ellos da los primeros pasos de lector incansable y acucioso.
Los capítulos posteriores relatan las aventuras y las rencillas que se producen a diario entre los estudiantes. En ellas se encuentran las famosas escapadas nocturnas, en donde se estudiaban todas las variedades infinitas de los medios de escapatoria, para hacer, según Cané “una vida de vagabundos por la ciudad”.
En el relato aparecen bien establecidas e individualizadas, personalidades como las del profesor y luego rector del colegio, Amadeo Jacques, a quien todos, y en especial Cané respetaban y admiraban por sus ideas de civilización y por haber crecido bajo una atmósfera intelectual de la Francia en plena reacción filosófica, científica y literaria. Jacques fue la segunda presencia que estimula a Cané y le descubre las modernas corrientes del pensamiento, especialmente el positivismo.
Cané recuerda en uno de sus capítulos una revolución que él, conjuntamente con un compañero, pretendieron hacer contra el entonces vicerrector, José M. Torres, la cual desembocó en su posterior expulsión. Se encontraba solo en un banco de la plaza Victoria, donde se topa con el presidente de la República, que en un acto caritativo lo lleva a dormir a su casa.
También recuerda las andanzas con Corrales, el típico muchacho travieso y burlón, mal estudiante, el reo presunto de todas las contravenciones, faltas y delitos; quien protagonizó uno de los combates más reñidos de todo ese año con el profesor Jacques.
Se acuerda del mismo modo, con un gran dolor en el alma, la impresión indescriptible de cuando escuchó a Eduardo Fidanza exclamar: “¡Monsieur Jacques ha muerto!”.
Éste estaba tendido sobre su cama, rígido y con la soberbia cabeza impregnada de una majestad indecible. Uno a uno, todos dieron el adiós supremo a quien nunca deberían olvidar.
“Duerme el sueño eterno al abrigo de los árboles sombríos, no lejos del sitio donde reposan mis muertos queridos. Jamás voy a la tumba de los míos, sin pasar por el sepulcro del maestro y saludarlo con el respeto profundo de los grandes cariños”.
Hace repercusión además el mundo de afuera, que se ve reflejado en la pelea entre los provincianos y los porteños. Éstos formaban dos bandos, cuyas diferencias se resolvían, a menudo, en duelos parciales.
Cané también critica al vicerrector Don F.M. describiéndolo como un hombre sin moralidad, sin inteligencia y desprovisto de ilustración, que ponía en duda la conducta intachable del colegio; destituido más tarde por los alumnos. Éstos iniciaron una especie de revolución en su contra, comparada con los revolucionarios franceses de Sicilia, logrando que se afirme definitivamente la disciplina con el ingreso de Don José M. Torres.
Alude también a la disciplina militar, y al encierro con el clásico régimen de pan y agua, en donde pasaban largas horas aislados en una habitación diminuta.
La enfermería fue de hecho descripta, como una de las moradas más placenteras, en donde charlaban, la comida era agradable y estaban resguardados.
Cuando comenzó a funcionar la clase de literatura, todos se vieron obligados a escribir novelas de buen romance, con muchos amores, estocadas, sombras, luchas, escenas todas de descomunal efecto. Por lo demás la clase no fue para nada fastidiosa, según lo expresado por Cané.
Todos pasaban las vacaciones en una casa de campo, conocida como la Chacarita de los Colegiales, en donde la vida campestre les sentaba estupendamente. Recordaban con horror el frío mortal de los claustros sombríos y las negras madrugadas del colegio. En la Chacarita estudiaban poco, pero podían leer novelas libremente, dormir la siesta, e infinidad de otras actividades.
Describe otra dura disputa con sus vecinos, a los cuales todos llamaban “los vascos”. Narra hábilmente los episodios y desventuras que le suceden.
Recuerda con el mismo entusiasmo a su amigo Larrea, con quien también vivió aventuras y un estrecho vinculo de amistad.
En uno de los capítulos, Cané relata que: Larrea le confió que estaba enamorado, y que debían asistir a una fiesta que organizó la familia de la muchacha. Esto implicó por supuesto, una nueva escapada nocturna. Después de pasar un buen rato en la fiesta, un amigo les informó que el celador los había descubierto. Un anciano les ofreció un caballo, que por cierto no tenía anca; y Larrea poseía una borrachera gigantesca. Tras el cruel camino de regreso, entre choques y caídas, y con las primeras claridades del alba; terminaron de ingresar todos en sus cuartos.
Una vez más las reverberaciones del afuera, influían en el colegio. En este caso, la ensangrentada lucha entre los crudos y cocidos (autonomistas y nacionalistas), en donde varios alumnos del colegio, incluido Cané se vieron involucrados.
Cuando llego la hora de tomar la comunión, Cané manifiesta que se vio obligado a confesarse y a hacer un examen de conciencia. Luego le dieron penitencias atroces, como ser levantado a media noche en invierno, salir desnudo al claustro, arrodillarse sobre las losas y rezar una hora. Todo eso durante tres meses.
Aceptar todo aquello, le hizo considerar una repugnante apostasía de sus ideas y una burla indigna de la religión.
Las largas tardes pasadas mirando tristemente las rejas de su ventana, y oyendo a Alejandro Quiroga, nos dan la pauta de una juventud llena de aspiraciones, en donde la música lo cautiva
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