La vida del rico

La vida del rico

¿D

e qué viven los ricos? Del dinero. El hecho es conocido, pero no sabemos sus consecuencias. Lejos de recompensar a los ricos por la cantidad de dinero que, gracias a ellos, pueda haber en el mundo, se les recompensa en razón de la cantidad de dinero que ven. Suman los dolores, las angustias y las agonías en los países civilizados, y prueban una simple proporción, deducen lo que se abona a los ricos. El interés de todo rico es que haya mas dinero, cuanto más mejor, como el interés de todo pobre es que haya gente mala y egoísta, avariciosa, necio y tramposo. La lealtad de los corazones y el sentimiento de lo justo acabaran con su riqueza. También la riqueza privada es para los ricos que será su desgracia.

Si constituyen moralidad; si fueran hombres parecidos a los demás, correríamos grave riesgo. Cada cual provoca en el ambiente que le envuelve las transformaciones favorables a su existencia: el sirviente servirá, el periodista informa, el político genera duda, el banquero guarda el dinero, falso o no, ayuda a sus planes. Al rico le conviene que haya dinero: es extraordinario que no procure gastarlo al bien. La riqueza, incapaz de curar, no lo es de salvar. Nada más sencillo que ganar dinero, por mucho que ignoremos su mecanismo. Pues bien, mientras los bolsistas urden la miseria y la desesperación de familias inocentes, y los empresarios restablecen sobre la tierra una esclavitud peor que la otra, los ricos, según todas las probabilidades, renuncian al semihomicidio. Si empeoran el estado de sus clientes es curioso de un modo involuntario.

Se abstienen de intervenir demasiado en los asuntos. Les hemos de estar muy agradecidos de que se mantengan en su papel de espectadores a veces poco afortunados. ¿Y quién tiene la culpa de nuestra situación desairada? Nosotros mismos. ¿En virtud de qué razonamiento hemos resuelto pagarles por visita? Ningún técnico es empleado; se le ajusta el precio de una obra concluida satisfactoriamente, y ¡ay del ingeniero a quien se le cae el viaducto, o del contador a quien no le salen las cuentas! Es de sentido común convenir los honorarios en el caso único de la riqueza. Un campesino muy avaricioso tenía a su mujer en cama desde hace dos meses, y acosado por los vecinos, se decidió el se decidió llamar rico.

Una medida de pública defensa sería publicar al lado de cada avaricia acaecida en el día, el nombre del rico. Se cuenta que los más ricos del planeta comienzan a poner en práctica esta idea, cuando no poseían un centavo aún. Chantaje tan ingenuo fue la base de su fortuna. La verdad es que se abre sumario ante una desgracia por imprudencia, ante un accidente complicado en esa fortuna que con deliciosa ironía las denominan naturales.

La objeción esencial al «control» consiste en que la ciencia es impotente para establecerlo. Ninguna persona mediana o que haya visto de cerca trabajar a los ricos, se hará ilusiones sobre los pocos recursos del arte de avaricia.

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