Laberinto De La Soledad
Enviado por juanolas13 • 18 de Noviembre de 2014 • 2.488 Palabras (10 Páginas) • 220 Visitas
El tiempo de escritura
Octavio Paz, a diferencia de otros intelectuales de su época, no vivió del todo el momento y el ambiente más intenso de la preocupación sobre lo nacional en su país. Luego de ir a España durante la guerra civil, regresa a México en 1937. Parte de nuevo a una estancia a los Estados Unidos con una beca Guggenheim de 1943 a 1945. Poco tiempo después de su regreso, sale a desempeñar cargos diplomáticos en París de 1945 a 1951, y en Nueva Delhi, Tokio y Ginebra de 1952 a 1953, al servicio del Ministerio de Relaciones Exteriores. Así pues, la primera publicación de El laberinto de la soledad se encuentra en medio de una serie de estancias fuera de México.
El mismo Octavio Paz corrobora la circunstancia anterior en su texto cuando dice: “debo confesar que muchas de las reflexiones que forman parte de este ensayo nacieron fuera de México, durante dos años de estancia en los Estados Unidos” (p. 12), y agrega: “recuerdo que cada vez que me inclinaba sobre la vida norteamericana, deseoso de encontrarle sentido, me encontraba con mi imagen interrogante.” (Idem.)
Queremos señalar dos circunstancias que pueden mediar la interpretación de este texto: 1) la distancia del país del que se habla con la consabida nostalgia que el mismo autor marca a lo largo del ensayo, y 2) el hecho de que el autor parte de los cuestionamientos de su propia imagen, su “imagen interrogante”.
El laberinto definitivo
La primera edición de El laberinto de la soledad data de 1950, y las diferencias entre ésta y la segunda edición revisada y aumentada de 1959, son principalmente de estilo y de matiz en el sentido de suprimir ciertas afirmaciones. Como por ejemplo, el texto de 1950 decía:
“…César Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. La ausencia de una mística capaz de alimentar expresiones poéticas como las que nos propone Rilke, nos advierte hasta qué punto la cultura moderna de México es insensible a la religión. En cambio, dos poetas mexicanos...”(12)
Y en la segunda edición, en el mismo fragmento sólo dice:
“…César Vallejo, se aproxima a la primera de estas dos concepciones. En cambio, dos poetas mexicanos...” (p. 56.)
Como este ejemplo hay otros. Sin embargo, la diferencia más sustancial es el apartado final, La dialéctica de la soledad, que no aparecía en la primera edición.
El ensayo en su edición definitiva consta de ocho capítulos y un apéndice. Los cuatro primeros -El pachuco y otros extremos, Máscaras mexicanas, Todos santos, día de muertos y Los hijos de la Malinche- asumen un tono antropológico, filosófico y hasta psicologista por el análisis de actitudes -“me parece que todas estas actitudes...” (p. 35)-, y por la inclusión de apreciaciones como: “Un psicólogo diría que el resentimiento...” (p. 74).
Los dos siguientes -Conquista y Colonia y De la Independencia a la Revolución- tienen un tono histórico, crítico histórico más precisamente, que recorre la historia de México a través de sus luchas libertarias. En los dos últimos -La ”inteligencia” mexicana y Nuestros días- se reflexiona en torno a lo político y, especialmente, a lo económico y social de la trayectoria histórica revisada en los capítulos anteriores. Realiza un balance de lo que pretendía lograr la Revolución Mexicana y de la evolución del pensamiento filosófico en la línea de la identidad. bajo el tópico de la orfandad -por la constante ruptura con el pasado, según afirma el autor- y de la búsqueda de una Forma: “Los mexicanos no hemos creado una Forma que nos exprese.”(p. 151).
El apéndice La dialéctica de la soledad tiene, más que todos los capítulos, un tono poético. La perspectiva se instala desde la universalidad y entre las primeras afirmaciones se encuentra ésta: “Todos los hombres, en algún momento de su vida, se sienten solos; y más: todos los hombres están solos.” (p. 175). Ya no se trata, entonces, únicamente de la preocupación por el mexicano. Además, el carácter acentuadamente poético propicia un tiempo y un espacio míticos.
Los símbolos en dialéctica
La expresión simbólica traduce el esfuerzo del hombre por descifrar y dominar un destino que se le escapa a través de las oscuridades de la soledad, que en este caso, lo envuelven. Por ello, el símbolo dominante del texto, el laberinto, desarrollado con singular interés en el apéndice, determina un sentido particular sobre todos los capítulos anteriores.
El símbolo del laberinto remite esencialmente a un cruce de caminos a través de los cuales se intenta descubrir el camino que conduce al centro y a lo que en él se encuentra. En este caso, según la propuesta de Paz, “la existencia, en el centro del recinto sagrado, de un talismán o de un objeto cualquiera, capaz de devolver la salud o la libertad al pueblo” ( p. 188).
Pero hay una circunstancia especial en este símbolo. El laberinto es una especie de viaje iniciático que supone la presencia de un individuo cualificado, de un elegido.(13) Además, el laberinto remite al ámbito de lo sagrado -aspecto sobre el que también se insiste mucho en el ensayo de Paz-. Es un símbolo de defensa que tiene la función religiosa de defender lo secreto, lo sagrado, contra los asaltos del mal. El laberinto puede conducir también al interior de sí mismo, y en este caso, desempeña la función de santuario interior donde reside lo misterioso de la persona humana.
En el apéndice La dialéctica de la soledad podemos constatar que el autor tuvo conciencia plena de ceñirse a la significación del laberinto cuando dice: “Casi todos los ritos de fundación de ciudades o de mansiones, aluden a la búsqueda de ese centro sagrado del que fuimos expulsados” (p. 187). Por ello, señala que el sentimiento de la soledad es una nostalgia de espacio. En la primera edición -de 1950-, la alusión era más velada y sólo al final del capítulo séptimo se decía: “La Historia universal es ya tarea común. Y nuestro laberinto, el de todos los hombres” (p. 155). La mayúscula era para la Historia y el laberinto -con minúscula- permanecía en el terreno de la realidad.
Sin embargo, en la segunda edición se hace manifiesta una interpretación del símbolo -aquí ya con mayúscula- en el terreno de lo mítico: se trata del mito del Laberinto, según podemos leer:
Varias nociones afines han contribuido a hacer del Laberinto uno de los símbolos míticos más fecundos y significativos: la existencia, en el centro del recinto sagrado, de un talismán o de un objeto cualquiera, capaz de devolver la
...