Las leyes de la semiótica
shevereReseña16 de Octubre de 2012
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Al iniciar una investigación sobre el alcance de las leyes de la semiótica1 ante todo es necesario establecer si a) con el nombre de «semiótica» distinguimos una disciplina específica con un método unificado y un objeto concreto; o bien si b) consideramos la semiótica como un simple campo de investigaciones, un simple repertorio de temas no unificados aún del todo. Si la semiótica es un «campo», las distintas investigaciones semióticas se justifican por el mero hecho de existir y la definición de «semiótica» se ha de inducir por la extrapolación de una serie de tendencias constantes en el campo de investigaciones, y por ellas, de un modelo unificado. En cambio, si la semiótica es una «disciplina», el investigador
ha de proponer por deducción un modelo semiótico que sirva de parámetro para incluir o excluir del campo semiótico las distintas investigaciones. En este libro vamos a seguir un método dialéctico. Creemos que no se puede llevar adelante una investigación teórica sin proponer una teoría, es decir, un modelo elemental que sirva de guía para el razonamiento que se ha de desarrollar; pero también creemos que toda
1 Hay discusiones acerca del nombre de esta disciplina. ¿Semiótica o semiología? “Semiología” si se tiene presente la definición de Saussure [cfr. por ejemplo Barthes, 1964 A], “semiótica” si se piensa en la lección de Peirce y en la semiótica de Morris [cfr. Maldonado, 1959 y 1961, y Rossi-Landi, 1967]. Y se añade que se podría hablar de semiología si se pensara en una disciplina general que estudiara los signos y que contemplara los signos lingüísticos sólo como un reducto particular; pero Barthes ha invertido la definición de Saussure considerando la semiología como una translingüística que examina todos los sistemas de signos como réductibles a las leyes del lenguaje. Por ello se cree que los que tienden a un estudio de los sistemas de signos que no dependa necesariamente de la lingüística (como nos hemos propuesto en este libro) han de hablar de semiótica [Rossi-Landi, 1966). Por otra parte, el hecho de que Barthes haya dado una acepción particular a la proposición de Saussure no nos ha de impedir volver a ella, redescubriendo su sentido original y utilizando de nuevo su terminología. Sea como fuere, en este libro hemos decidido adoptar
definitivamente la palabra “semiótica”, sin prestar atención a las implicaciones filosóficas o metodológicas de ambos términos. Simplemente, nos conformamos con la decisión adoptada en enero de 1969 en París por un comité internacional que ha dado origen a la “International Association for Semiotic Studies” y que ha aceptado el término “semiótica” (aunque sin excluir el uso de “semiología”), que de ahora en adelante habrá de cubrir todas las posibles acepciones de los dos términos en discusión.
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investigación debe estar dispuesta a individualizar las propias contradicciones, y debe provocarlas cuando no aparecen. Por ello, ante todo hemos de tomar en consideración el campo semiótico tal como se presenta actualmente, en toda su variedad y desorden. A continuación hemos de proponer un modelo de investigación en apariencia simplificados Y, por último, hemos de contradecir continuamente este modelo, individualizando en el campo semiótico todos los fenómenos y los métodos que no se adecuan al mismo y que nos obligan a reestructurarlo, ampliarlo, corregirlo. De esta manera quizás conseguiremos perfilar (aunque sea provisionalmente) el ámbito de la investigación semiótica en el futuro y sugerir un método unificado para hacer frente a fenómenos en apariencia muy distintos y hasta ahora irreductibles. Si la operación tiene éxito, nuestro modelo semiótico habrá conseguido mantener la complejidad del campo confiriéndole una estructura, y por lo tanto, transformando el campo en sistema. Como es obvio, si los elementos del campo tenían una existencia
«objetiva» (en el sentido de que existen como aspectos de la cultura), la estructura del campo como sistema se ha de considerar como la hipótesis operativa, la red metodológica que hemos echado sobre la multiplicidad de fenómenos para hablar de ellos.
Esta estructura se aplica por deducción, sin pretender que sea la “estructura real del campo”. Por ello, considerarla como estructura objetiva del campo es un error con el que el razonamiento, en lugar de abrirse, se presenta ya terminado. Esto justifica el título de la sección D de este libro y del conjunto del mismo: “La estructura ausente”. Una investigación semiótica solamente tiene sentido si la estructura del campo semiótico es asumida como una entidad imprecisa que el método se propone aclarar (provocando continuamente sus contradicciones). No tiene sentido si la estructura, establecida por deducción, se considera “verdadera”, “objetiva” y “definitiva”. En tal caso la semiótica como investigación, como método, como disciplina, adquiere tres caracteres negativos: a) está terminada en el mismo momento en que nace; b) es un razonamiento que excluye todos los razonamientos sucesivos y pretende ser absoluto; c) no es ni un método de aproximación continuo de un campo disciplinario ni una disciplina científica, sino una filosofía, en el sentido más denigrante del término. Como veremos en la sección D, una semiótica que tenga estos caracteres ni siquiera es una filosofía (en el sentido que daban a este término los filósofos griegos): es una ideología, en el sentido que le da la tradición marxista (y que nosotros
explicamos en términos semióticos en A.4.).
II. Así, pues, nuestra investigación habrá de comenzar con una rápida enumeración, en forma de bibliografía comentada, del campo semiótico. Siendo el estudio de la cultura como comunicación, la semiótica ha de iniciar sus razonamientos con un panorama de la cultura semiótica, es decir, de los metalenguajes que intentan indicar y explicar la gran variedad de «lenguajes» a través de los cuales se constituye la cultura. Al emprender nuestra enumeración, hemos de proponer como hipótesis de trabajo que queda establecida una investigación semiótica cuando se supone que todas las formas de comunicación funcionan como emisión de mensajes basados en códigos subyacentes. Es decir, que todo acto de performance comunicativa se apoya en una compétence preexistente. Que todo acto de parole presupone una langue. Más adelante ya definiremos mejor lo que entendemos por códigos y por mensajes. De momento estos términos se toman en su significado más vasto e impreciso. Siguiendo a Miller [1951] vamos a definir un código como «un sistema de símbolos que por convención previa está destinado a representar y a transmitir la información desde la fuente al punto de destino». Quede claro que hasta aquí no hemos definido todavía ni «sistema», ni «símbolo», ni «información», ni «fuente», ni «punto de destino». Pero al menos podemos decir que, en el momento en que yo dirijo a alguien una palabra, un gesto, un signo, un sonido (para que conozca algo que yo he conocido antes y deseo que él conozca también) me baso en una serie de
reglas, hasta cierto punto estipuladas, que hacen comprensible mi signo. Una de las hipótesis de la semiótica es la de que estas reglas, o estos signos, existen bajo cualquier proceso de comunicación, y se apoyan en una convención cultural. Si se sospechara que estos signos se comprenden de una manera «intuitiva», por participación espontánea, por contacto directo entre dos «entidades espirituales», sin la mediación de convenciones sociales, la semiótica no tendría sentido alguno. Digamos por lo tanto que la dialéctica comunicativa entre códigos y mensajes y la naturaleza convencional de los códigos son descubrimientos que no corresponden a la semiótica: son las premisas en las que ésta se funda, la hipótesis que le sirve de guía. III. En este sentido, actualmente corresponden al campo semiótico las siguientes investigaciones, que reseñamos partiendo de los 10
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sistemas de comunicación aparentemente más «naturales» y «espontáneos», menos «culturales», hasta llegar a los procesos culturales más complejos, reconocidos como tales.
ZOOSEMIÓTICA. Los sistemas de comunicación entre los animales se estudian como un aspecto de la etología. Por ejemplo, los nuevos descubrimientos sobre la comunicación entre las abejas, que parecen poner en duda todas las nociones admitidas sobre el significado proverbial de la “danza”. El estudio zoosemiótico puede contribuir a individualizar algunos universales de la comunicación, pero también podría obligar a revisar el concepto de la inteligencia animal y a individualizar procesos de convencionalización elemental [cfr.
Sebeok, 1967, 1968]. SEÑALES OLFATIVAS. Bastaría con el código de los perfumes (fresco, sensual, viril, etc.) para establecer la existencia de posibilidades comunicativas. La tradición poética (véase Baudelaire) nos ha dado algunas indicaciones. Si los perfumes artificiales tienen sobre todo el valor connotativo que se ha dicho, los olores tienen claramente un valor denotativo. En tal caso, podrían catalogarse como “índices” (olor a quemado), aunque en los estudios de Hall [1966], en muchas civilizaciones se atribuyen a los olores personales un valor de significación social que rebasa la mera comunicación indicativa. COMUNICACIÓN TÁCTIL. Es fundamental en la primera experiencia del mundo externo en el niño y según algunos autores predetermina la comprensión sucesiva de los mensajes verbales. En este sector se incluyen los estudios sobre la modificación de la piel, por medio de prácticas higiénicas, perfumes y ungüentos. La experiencia
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