Misterio De Gaia
Enviado por celenne02 • 10 de Octubre de 2012 • 8.538 Palabras (35 Páginas) • 2.193 Visitas
EL MISTERIO DE GAIA
Capítulo 1
Esa tarde Ian nadó sin detenerse durante varios minutos. Al fin llegó a la plataforma donde se cultivaban perlas. Estaba hecha de madera, protegida con aceite negro. Al tocarla sintió cómo sus manos se adherían a la superficie pegajosa.
Unos hombres movían el contenido de enormes tinas usando varas de bambú como si estuvieran preparando sopa para caníbales; otros, llenaban cubetas con el caldo y las acomodaban en filas interminables.
Olía a sudor y a pescado.
Dos gendarmes pasaron caminando junto a él. Se sumergió para no ser descubierto. Después volvió a sacar la cabeza del agua muy despacio. Identificó entre los trabajadores algunas caras conocidas: amigos, familiares, vecinos; todos ellos vigilados por los grotescos verdugos vestidos con ropa oscura. Les decían los "abaddones". Se rumoraba que sufrían una rara enfermedad y no podían exponer su piel al sol. Eran seres extraños, misteriosos. No comían el alimento de las personas. De vez en cuando daban bocanadas al aire para aspirar una sustancia del ambiente. Eso los mantenía fuertes. Cuidaban los campos de trabajo y ejercían una poderosa influencia mental sobre los prisioneros.
Uno de los esclavos se tropezó y dejó caer la cubeta que cargaba. Cientos de almejas se esparcieron en el piso engrasado. Lo que Ian observó a continuación le quitó el aliento: Varios trabajadores se acercaron al hombre que estaba en cuclillas tratando de recoger las conchas y comenzaron a golpearlo con las varas de bambú.
¿Qué era todo eso? ¿Cómo podían los vecinos y familiares de la isla ser tan crueles con uno de sus compañeros?
El pobre sujeto se arrastró por la plataforma. Su cuerpo magullado se había ensuciado con el aceite pegajoso dándole un aspecto espeluznante, Ian tuvo miedo, pero su angustia se convirtió en terror cuando lo reconoció.
Era su padre.
Susurró:
—Papá... ¿Qué te hicieron?
El hombre se asombró al ver a su hijo en el agua.
—¡Ian! ¿Qué haces aquí? ¡Vete! Pronto...
Un abaddón escuchó la corta plática y se giró con velocidad felina.
Por varios segundos Ian observó los ojos siniestros del verdugo; las pupilas le brillaron con esplendor rojizo. Sólo un animal podía ver de esa manera. Ian nunca había creído en los cuentos de horror, pero entendió que los poderes con los que esos seres controlaban a tanta gente debían provenir de los mismos abismos infernales.
Se echó a nadar de regreso a la isla. Sabía que ellos podían alcanzarlo en un barco con facilidad, pero lo dejaron escapar. Al fin y al cabo, lo habían visto y sabrían dónde encontrarlo.
Capítulo 2
Llegó a su casa angustiado y fatigado. Su mamá estaba sentada a la mesa dándole clases al pequeño Jacco. En la isla no había escuelas, pero algunas mujeres enseñaban a sus hijos a leer y escribir.
Ian les contó lo sucedido. Salme agachó la cara consternada, luego se puso de pie y miró de frente al joven.
—Todo va a estar bien, hijo.
—¿Cómo puedes decir eso, mamá? ¡Estamos condenados a morir! ¡Esta isla se está pudriendo!
—No digas eso, Ian. Debemos tener esperanza.
—¿Esperanza? ¡Los habitantes de Gaia están llenos de miedo y odio! ¡Aborrecen al dictador, pero hacen lo que él dice! ¿Por qué?
—¡Somos esclavos! —comentó el pequeño Jacco—, ¿qué esperabas?
—Tú apenas tienes diez años, hermanito. ¡Yo tengo diecisiete! Muy pronto me llevarán a trabajar para los abaddones en las minas de carbón, los sembradíos, o el cultivo de perlas, y no quiero...
—Mamá —preguntó Jacco—, ¿ese es nuestro destino? ¿Ser esclavos?
Salme abrazó a sus dos hijos. La realidad era demasiado cruda para tratar de ocultarla.
—Sí. A menos que... hagamos algo... Pedir ayuda al emperador... tal vez...
—¡Ni siquiera sabemos si existe ese señor! —protestó Ian—, algunos dicen que es sólo una leyenda.
—¡El emperador existe! —dijo la mujer—. Puedo asegurarlo.
Los muchachos se miraron con un destello de esperanza. Ian cuestionó:
—¿Dónde vive? Soy capaz de hacer cualquier cosa para ir a verlo.
—¡Y yo te acompaño! —agregó el pequeño.
Salme agachó la cara con pesar. Ella también tenía preguntas respecto a cómo sacar a su familia y a su pueblo de ese pozo, pero no sabía las respuestas.
—Mañana comenzará la feria... —dijo cual si pensara en voz alta—. Tal vez podamos aprovechar para enviarle un mensaje...
—Mamá —reprochó el joven—, ¡en la feria llegan sólo seres horribles a comprar gente! ¡Traficantes de esclavos! ¡Mercaderes sucios! ¿Cómo le enviaremos un mensaje al emperador?
—Vienen barcos de muchos lugares y... bueno... quizá... alguien pueda llevarle una nota de auxilio... Si él quisiera... podría... no sé... Tiene riqueza, guerreros y sabiduría para acabar con la esclavitud de esta isla...
Se hizo un silencio prolongado. El plan de liberación de la madre era vago, pero los jóvenes estaban decididos a todo.
Se escuchó el ruido de la puerta que se abría muy despacio. Un hombre encorvado entró a la casa con pasos lentos.
Capítulo 3
¡Papa! —dijo Ian saltando para abrazarlo—. ¡Ya llegaste! Estaba preocupado por ti.
—¡Y yo por ti! Hijo, ¿qué hacías en las plataformas?
El joven no contestó. Pasó cariñosamente sus dedos por la cara de su padre.
—Te golpearon muy duro. ¿Estás bien?
—¡Sí! —tomó la mano del chico—. Estoy bien. Pero tú, debes obedecerme. ¡No vuelvas a arriesgarte! ¿Me oíste?
—Papá, necesitaba saber lo que hay en ese lugar. Tal vez pronto me obliguen a ir.
El padre se desplomó en una silla y tomó con ambas manos un vaso que había sobre la mesa.
—Tal vez...
—¿Qué ocurre? ¿Por qué estás tan triste?
—Nos ficharon para la feria.
—¿Cómo?
—A ti y a mí.
El asombro se convirtió en mutismo y el silencio en pesadumbre.
—¡No puede ser! —exclamó Salme.
—Sí, mi amor. Tal vez ésta sea la última noche que pasemos juntos.
—¡Es mi culpa! —dijo Ian.
—No es culpa de nadie —aseguró Salme aparentando entereza—. Sabíamos que podía ocurrir tarde o temprano... La feria se organiza cada año —fingió animarse—. Pero hay muchas personas que sobreviven. Acuérdense lo que dicen: Si los eligen para una prueba, resistan. Durante la subasta de esclavos, fínjanse enfermos. Con suerte nadie los comprará y regresarán a la casa dentro de dos semanas, como si nada hubiera pasado.
Salme
...