PROFESORADO EN EDUCACIÓN SECUNDARIA DE LENGUA Y LITERATURA
Enviado por tizithiaguito • 6 de Diciembre de 2016 • Apuntes • 2.055 Palabras (9 Páginas) • 310 Visitas
[pic 1]I.S.F.D. Dr. J. ALFREDO FERREIRA
PROFESORADO EN EDUCACIÓN SECUNDARIA DE LENGUA Y LITERATURA
LITERATURA ARGENTINA II
PROFESORA: GODOY ERICA
ALUMNA: LEGUIZAMÓN, NOELIA
AÑO: 3°
Literatura Argentina II
Profesora: Erica Godoy
Trabajo Práctico: Rayuela
Tema: Lenguaje Gíglico
En el siguiente trabajo se abordará el Lenguaje Gíglico utilizado por Cortazar en su novela Rayuela, más precisamente en el capítulo 68, donde se intentará determinar las causas del por qué utiliza ese lenguaje. Como punto de partida se tendrá como hipótesis que éste lenguaje utilizado por el autor es simplemente un juego musical, un lenguaje exclusivo de dos enamorados.
Para empezar con el análisis de dicho capítulo se tendrá como referencia a Catherine Kerbrat, Orecchiono y La enunciación de la subjetividad en el lenguaje. Para iniciar es importante tener en cuenta el esquema de Jakobson y hacer énfasis en el código. Éste en el esquema aparece formulado en singular y suspendido en el aire entre el emisor y el receptor. Lo cual plantea dos problemas y sugiere dos críticas. Por un lado el problema a la homogeneidad del código y por otro el problema de la exterioridad del código.
El primer problema plantea que es inexacto que los dos participantes de la comunicación hablen exactamente la misma lengua y que su competencia se identifique con el “archiespañol” y respecto a este punto se dan dos actitudes rigurosamente antagónicas; por un lado la de Jakobson quien afirma que:
“Cuando se habla a un interlocutor nuevo, siempre se trata, deliberadamente o involuntariamente, de descubrir un vocabulario común, sea para agradar, sea simplemente para hacerse comprender, sea en fin, para desembarazarse de él, se emplea los términos del destinatario. En el dominio del lenguaje, la propiedad privada no existe: todo está socializado.” (citado por Revzin, 1969, n 17, pág. 29)
Otros, por el contario, atentos a esos fracasos ponen un solipsismo radical, como Lewis Caroll cuando declara:
“Yo sostengo que es absolutamente el derecho de todo escritor atribuir el sentido que quiera a toda palabra o toda expresión que desee emplear.” (Caroll, Lewis. 1966, Lógica sin esfuerzo, pág. 32)
Humpty Dumpty, trata de compensar lo arbitrario del decreto semántico y su dialecto se propone ser irreductible:
“Cuando empleo una palabra (…), ésta significa lo que yo quiero que signifique, ni más ni menos” (Marabout, Del otro lado del espejo, 1963, pág. 245)
Bourdieu (1975) estima, por el contario, que el empleo de ese artificio teórico que es la noción de “lengua común” desempeña un papel ideológico bien preciso: sirve para enmascarar bajo la apariencia euforizante de una armonía imaginario la existencia de tenciones, enfrentamientos y opresiones muy reales: negar la existencia de esas tensiones y mecerse en “la ilusión del comunismo lingüístico”, significa de hecho un intento de conjugar, por el desvío del lenguaje, las diferencias sociales.
Podemos señalar también que según Dumpty, la intercomunicación se funda sobre la necesidad de los signos:
“A cada uno le es permitido servirse del sonido que le plazca para expresar sus ideas, con tal que lo haga saber. Pero como los hombres no son dueños más que de su lenguaje y no del de los otros, cada uno tiene derecho de hacer un diccionario para sí, pero no tiene derecho de hacerlo para otro, ni de explicar sus palabras por las significaciones que les habrán sido atribuidas. Es por eso que cuando no se tiene la intención de hacer conocer simplemente en qué sentido se toma una palabra, sino que se trata de explicar aquel en el cual es usada comúnmente, las definiciones que se dan no son de ninguna manera arbitrarias, sino que están ligadas y sujetas a representar, no la verdad de las cosas, sino la verdad del uso.” (Dumpty Humpty, La lógica de Port- Royal, pág 129).
Este autor también hacer referencia a que el hecho de un intercambio verbal se jueguen relaciones de poder y de que muy a menudo es el más fuerte quien impone al más débil su propio idiolecto. Sin embargo esto no impide que nadie lleve nunca su dominio hasta liberarse de la tiranía de las normas y de los usos y considerarse único depositario legítimo del buen sentido. Es verdad, toda palabra quiere decir lo que yo quiero que signifique, pero al mismo tiempo, toda palabra quiere decir lo que quiere decir. Hablar es precisamente procurar que coincidan esas dos intenciones, esos dos querer decir.
Desde un punto de vista metodológico la idealización teórica que implica el hecho de identificar la competencia del hablante con el oyente no es tan legítima, por el contrario es preciso admitir que la comunicación se funda sobre la existencia de dos idiolectos; por consiguiente el mensaje mismo se desdobla al menos en lo que concierne a su significado. En efecto si se define a la competencia como un conjunto de reglas que especifican “como los sentidos aparecen a los sonidos” (Chomsky) y si se asume que esas reglas de correspondencia varían de un idiolecto a otro, y dado que el significante de un mensaje permanece invariable entre la codificación y la decodificación, es preciso admitir que en el intervalo que separa ambas operaciones el sentido sufre much0os avatares.
El otro problema que surge es el de la exterioridad del código, aun cuando la modalidad de existencia del código en la conciencia de los enunciados sigue siendo misteriosa, es seguro que sólo funciona como competencia implícita de un sujeto. Cada uno de los dos idiolectos incluye dos aspectos: competencia desde el punto de vista de la producción frente a competencia desde el punto de vista de la interpretación, pero es necesario especificar que la primera es la que figura en la esfera del emisor, en tanto que la segunda en la esfera del receptor. Se llamará competencia de un sujeto a la suma de todas sus posibilidades lingüísticas, al espectro completo de l0o que es susceptible de producir y de interpretar.
Para continuar con el análisis de este capítulo cabe mencionar que otros han desarrollado el lenguaje gíglico utilizado por Cortazar, tal es el caso de Jorge Ruffineli, que bajo el título “Erotismo y alegría” sostiene que en esta obra se puede observar el tránsito de la inhibición a la osadía como paso a la naturalidad. Una de los más curiosos descubrimientos es el gíglico, una suerte del lenguaje indirecto como si fuese un lenguaje diferente o una jerga, sin ser ninguna de las dos cosas, ya que el capítulo 68 de Rayuela describe el acto sexual y pasional de los protagonistas. Por lo pronto no hay allí un lenguaje nuevo y permisible que concita al regocijo por la comprobación de la actividad lingüística. Es una forma de decir, sin decir, de decirse lo prohibido sin salirse de los cánones de la legitimidad. El gíglico crea otro código y un acceso a la inteligibilidad junto con el humor, ese humor que afloja tenciones, ese guiño de complicidad de las jergas que unifican y reúnen en un grupo, esta vez el grupo de entendidos que habitan la “zona”, ese gozo de haber escamoteado la prohibición, el tabú.
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