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Sangre En El Divan


Enviado por   •  9 de Diciembre de 2011  •  10.708 Palabras (43 Páginas)  •  1.063 Visitas

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SANGRE

EN

EL DIVÁN

EL EXTRAORDINARIO CASO DEL

DR. CHIRINOS

Ibéyise Pacheco, egresó de Comunicación Social en la Universidad Central de Venezuela en l986. Ese mismo año, se incorporó como reportera a El Diario de Caracas, a la fuente de sucesos, en la que desarrolló el periodismo de investigación. Con un primer caso, bautizado como "Los pozos de la muerte", logró repercusión internacional, al ubicar en una especie de aljibe, restos de personas desaparecidas, en manos de efectivos de organismos policiales.

En l988, alcanzó el Premio Nacional de Periodismo, mención investigación, con las denuncias de una policía paralela, denominada "Manzopol", que se vio involucrada en delitos de extorsión y narcotráfico. El ministro de Justicia de ese entonces, José Manzo González, se vio forzado a renunciar.

En el diario El Nacional, Ibéyise Pacheco continúa desarrollando distintos temas de investigación periodística, hasta que asumió responsabilidades en la Jefatura de Redacción de ese diario, y luego, en la dirección del periódico popular Así es la Noticia.

También ha mantenido diferentes espacios en televisión y emisoras de radio, así como columnas de opinión.

En 2006, publicó el libro "Bajo la sotana, confesiones del padre Pablo". Actualmente es moderadora del programa

"Entérate con la Pacheco", que se transmite por Radio Venezuela 790AM.

Sangre en el diván

EL EXTRAORDINARIO CASO DEL DOCTOR CHIRINOS

IBÉYISE PACHECO

Sangre en el diván

EL EXTRAORDINARIO CASO DEL DOCTOR CHIRINOS

grijalbo

A Tomás Eloy Martínez, in memoriam. Cumpliendo lo prometido, unos cuantos años después.

Capítulo l

EL CRIMEN

Cuando habían transcurrido una hora y siete minutos de su último día de vida, el teléfono celular de Roxana Vargas repicó. Sobresaltada en su cama, atendió el móvil sin haber logrado conciliar el sueño. La llamada era del psiquiatra Edmundo Chirinos. «Dígame, doctor», respon­dió presurosa. A pesar de la intimidad que se había produ­cido entre ambos, Roxana nunca lo tuteaba. Conversaron 4 minutos y 53 segundos.

El diálogo fue tenso, pero alentador. Él insistió en que la quería ver. Y esa procura a ella le halagaba un poco. Acor­daron confirmar la hora, avanzando el día. Se encontrarían en el lugar de siempre: el consultorio del médico en La Florida.

Roxana presumía que sería un encuentro sexual, aunque también temía pasar un mal rato. Últimamente su psiquiatra, devenido en amante desde unos cinco meses atrás, se irri­taba con ella con mucha facilidad. Roxana dejó por escrito que había llegado a amenazarla, aun cuando después él le aseguró que era incapaz de hacerle daño a alguien.

Chirinos había entablado la relación con Roxana al igual que con varias decenas de mujeres en la clínica Clineuci, de su propiedad. Las narraciones de muchas de ellas coinci­de como figuras en espejos, en la descripción del estilo que tiene el psiquiatra para establecer intimidad. En una primera cita, a solas, independientemente de la edad de la consul­tada, según rezan testimonios recabados a través de fuentes de organismos de seguridad y de mujeres que ruegan mantenerse en el anonimato, Chirinos plantea con premura el tema afectivo y sexual.

Dos preguntas le hizo directo a Roxana: «¿tienes novio?», «¿has hecho el amor con él?» A la primera respondió que sí (era falso, tenía un amor platónico). A la segunda, con la honestidad y debilidad de una paciente psiquiátrica de l9 años, a quien su madre había llevado con el temor de que se suicidara, respondió con la verdad: «No». Chirinos, de 74 años, abordó con destreza una primera aproximación física. Gustaba de hablar muy bajo, y si la mujer no se acercaba, él lo hacía delicadamente. De un modo casi femenino. A Roxana comenzó a tocarle con suavidad el pelo, hasta que fue deslizando su mano a lo largo de la cara, deteniendo sus dedos en el borde de los labios, apenas cubiertos con un brillo con aroma de naranjas. El gesto sorprendió a Roxana, pero terminó por restarle importancia; además, se sintió seducida y eso le gustó. Ella, con su complejo de sobrepeso, había llegado a sentirse muy poco atractiva. Mientras Chirinos paseaba el dorso de su mano por el rostro de Roxana, mostró especial interés por Mariano, el joven por quien ella le confesó sentirse atraída. «¿Te gusta cómo te besa?», preguntó Chirinos en un tono cómplice y ensayado estimulando fantasías excitantes para ella. Por ese día, la relación entre ambos llegó hasta allí.

Después Chirinos cumplió con el protocolo; hizo pasar a la madre, Ana Teresa Quintero, y a su hermana mayor, Mariana, quienes tenían esperanzas de que el médico calmara las angustias de Roxana. Ella no quería ir: «Mamá, yo no estoy loca», se quejó inútilmente. Al final cedió ante el ruego de su madre. Ahora, Ana Teresa no puede con esa culpa. La idea de haberla llevado ante quien considera su victimario, le destroza el alma todos los días.

Ana Teresa había venido a Caracas desde Valle de la Pascua, estado Guárico, para hacer ver a Roxana con el médico. En ese pueblo llanero, al este de Venezuela, ha sobrevivido con bastante humildad. Durante años lo hizo junto a su marido; mas luego de la muerte de Roxana, un accidente cerebrovascular y la tristeza se lo llevaron de esta vida. Ana Teresa con orgullo sostiene a su familia o lo que queda de ella vendiendo tizana y haciendo tortas. Lo hace ahora y lo hacía cuando decidió enviar a sus hijas a la capital, para que avanzaran en sus estudios superiores; tenía la tranquilidad de que quedaban bajo el cuidado de su hermana, quien reside en la modesta parroquia San Martín, al oeste de la ciu­dad. Todo sacrificio valía la pena cuando veía cómo había logrado enrumbar a sus hijas por el camino de la superación social y del buen futuro. Roxana cursaba el octavo semestre de Periodismo en la Universidad Santa Rosa, y Mariana esta­ba a punto de graduarse de Ciencias Audiovisuales y Foto­grafía, en el Instituto Universitario de Tecnología.

Confiada, Ana Teresa entregó su hija a Chirinos para

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