LOU REED

LOU REED

Hay personajes entrañables cuya obra conforma “la banda sonora” de nuestra propia vida. Cuando tenía 12 años, descubrí extraños sonidos, con guitarras discordantes, líricas poéticas en torno a la “Venus de las Pieles” de Masoch, las desafortunadas chicas de Chelsea, o ciertos aventureros que llegaban a la gran ciudad a buscar fortuna. Velvet Underground , Lou Reed y Andy Warhol me mostraron la irreverencia de esa estética de mediados de los sesentas, precursora del “Glam Rock” que lo mismo hablaba de heroína, prostitución, bisexualidad, travestismo que de niñas caprichosas sin rumbo.

Lou Reed me sedujo con su desfachatada creatividad de beatnik primero, me hechizó con su pinta andrógina y su voz aguardentosa, invitando al lado salvaje del mundo, me estremeció con la cruda confesión de su adicción y me conmovió con la simpleza y fragilidad de un día perfecto (antes de que lo echara a perder Susan Boyle).

Me apena saber que sus últimos meses de vida de quien influyera a muchos de los hoy grandes músicos, fueron precarios. Un trasplante de hígado que no resultó tan exitoso parece ser la causa. Se despidió suave y lánguidamente, mientras practicaba tai chi, la mañana del domingo 27 de octubre. Un personaje lleno de contrastes: poeta obscuro, mordaz crítico social, obsesivo amante del arte, meláncolico, nostálgico y permanentemente doliente.

El último trabajo de Lou Reed, la colaboración con la banda Metallica en el disco Lulu, en torno al drama “La Caja de Pandora” de Franz Wedekind y la ópera de Alban Berg, no tuvo gran éxito. El público no comprendió la fusión entre la estridencia del Thrash Metal y la atormentada historia de la bailarina adolescente perdida en un mundo de miseria y abuso.

Adiós Lou Reed , príncipe y guerrero, como te ha llamado tu viuda.

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