La Tumba De Las Luciernagas

Isao Takahata. Probablemente ese nombre no le diga nada a casi nadie, pero si digo que fue director de series tan recordadas como ‘Heidi’ o ‘Marco’ la cosa cambia. Es innegable que estas dos obras marcaron y aún hoy lo hace, aunque en menor medida a varias generaciones, enalteciendo valores capitales en la educación de un niño, y dotándolas en algunos momentos de cierto dramatismo, necesario también en mínimas dosis en la formación inicial del ser humano. Y más de diez años después, Takahata volvía a crear una obra inolvidable, pero muy alejada de los entrañables momentos que nos dejó en el pasado.

Porque su Tumba de las luciérnagas es una composición capaz de arrasarnos emocionalmente con su visionado. Es una película que deja al espectador sin palabras, casi sin lágrimas. Es un relato del sufrimiento humano, que adquiere trazas gigantescas cuando se trata de niños. Sí, unas parejas de hermanos, huérfanos, en el horror de los bombardeos de la II Guerra Mundial sobre Japón, desamparadas, solas. La sensación de tristeza, de horror, intuyendo el final que se avecina como un tsunami implacable, hacen de esta película una de las más desgarradoras de cuantas pueden verse.

Su primera frase, absolutamente impactante, ya nos deja claro que no lo vamos a pasar nada bien. Pero esta explosión de duras emociones no lo consigue Takahata con simples artificios sentimentalidad. Lo consigue creando una narración sin pretensiones, sin buscar la lágrima fácil, respetuosa y sencilla.

Todo un canto a la paz, eso es esta joya. Poniendo de manifiesto los horrores más crueles de la guerra, esto es, el sufrimiento de los inocentes y especialmente de los niños, esos horrores que nunca vemos, la vida diaria de las víctimas inocentes que son colocadas en medio de los conflictos creados por los poderosos

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