La Canasta Costosa
Enviado por bereniceauro • 16 de Septiembre de 2013 • 2.727 Palabras (11 Páginas) • 343 Visitas
AGOSTO DE 2010
La canasta costosa
por Gabriel Zaid
Disponible en: http://www.letraslibres.com/index.php?art=14823
Dos de los temas más constantes en la obra de Gabriel Zaid, la educación y la productividad, se reúnen en este ensayo, que realiza una precisa crítica del gasto educativo y ofrece un puñado de originales propuestas encaminadas a darle prioridad al apetito de saber.
Los servicios educativos, como todos los servicios no mecanizables, tienen un problema de costos crecientes. La atención personal es un lujo, y cuesta cada vez más.
El problema de fondo es que aumentar la productividad en los servicios de atención personal es menos fácil que en las manufacturas. ¿Qué puede hacer un psicoanalista o un maestro para aumentar su productividad? ¿Hablar más aprisa? ¿Dividir su atención entre un número mayor de alumnos o pacientes (como en la terapia de grupo)? ¿Reducir las sesiones a cinco minutos (como el psicoanalista Lacan o los maestros que llegan tarde y se van pronto)?
Mientras el costo de una computadora ha bajado extraordinariamente en medio siglo, el costo de una hora de psicoanálisis o una hora de clase universitaria no ha bajado: ha subido. Paralelamente, en medio siglo, la demanda de educación superior ha crecido como nunca, y la carga del gasto educativo en el presupuesto familiar y social se ha multiplicado. Lo cual está llevando (hasta en los países ricos) a ver con otros ojos el gasto en educación superior. ¿Se justifica?
El apetito de saber no requiere justificación. “Todos los seres humanos nacen con apetito de saber” –dijo Aristóteles en la primera frase de su Metafísica. Pero otros griegos (los sofistas) pensaban que el saber es para prosperar; y ponían la muestra: prosperaban vendiendo educación superior.
Los sofistas modernos venden títulos universitarios: credenciales de presunto saber. Está por verse que los graduados sepan más que los no graduados, o que produzcan más, pero ganan más. De ahí la gran demanda de credenciales que sostiene el negocio de la educación superior.
Además, los países ricos tienen gastos universitarios elevados, mayor productividad y mejores sueldos, realidad que se aprovecha como sofisma vendedor: Hay que aumentar el gasto universitario para que prospere el país.
Cuando los países se hacen ricos, pueden darse el lujo de tener gastos universitarios elevados. Pero no se volvieron ricos por eso. México y Japón tuvieron décadas de crecimiento económico acelerado con un gasto universitario muy bajo. Hoy que gastan mucho más, crecen mucho menos.
Una consecuencia lamentable de vender el saber como inversión rentable es que legitima a los que exigen rentabilidad y desprecian los estudios que “no producen”. Puesto que el saber es rentable, debe pagarse con resultados económicos.
La verdadera justificación no es económica: Queremos saber. Nos mueve la curiosidad, el apetito. Es un lujo que nos damos en la medida en que podemos.
Si te dejas llevar por el apetito de observar, leer, reflexionar, investigar, experimentar, criticar, hacer y aprender, ejercerás tu inteligencia, resolverás problemas y te divertirás mucho. No es imposible que de paso hagas dinero, ni estaría mal: es otro campo divertido de aprendizaje y creación. Pero lo importante es el apetito, que se puede frustrar y hasta perder.
Con loables intenciones, se ha querido generalizar lo que empezó como un lujo y sigue siéndolo. Pudo parecer razonable, mientras el lujo se extendía de una minoría ínfima (digamos, el 0.1% de la población adolescente) a una minoría diez veces mayor. Las dudas aparecieron cuando la educación superior se extendió a buena parte de la población. Y ya está claro que el modelo no es generalizable.
Los títulos universitarios dan ingresos privilegiados cuando permiten excluir. Pierden esa “ventaja competitiva” cuando se multiplican los graduados. Para mantenerla, hay la tendencia a no quedarse en la licenciatura: sacar una maestría; y no quedarse en la maestría: sacar un doctorado; y no quedarse en el doctorado: hacer estudios posdoctorales. La espiral sin fin se genera por una contradicción insuperable. No se puede privilegiar a todos sin hacer que el privilegio deje de ser un privilegio.
Si el 100% de la población tuviera un Bugatti, la “inversión” en diferenciarse sería absurda porque no habría diferencia. Además, no hay manera de aprovechar la “ventaja competitiva” cuando la prosperidad se vuelve embotellamiento: una mala pista para correr.
Si el 100% de la población tuviera educación superior, todos tendrían esa ventaja: nadie la tendría. Un taxista con doctorado puede ser más ameno, pero no avanza más aprisa, ni consigue empleo más fácilmente. Por el contrario, los estudios universitarios favorecen el desempleo, como está claro en muchas encuestas, y no sólo en México. Por ejemplo, en el Reino Unido, según la Higher Education Statistics Agency (“Graduate unemployment higher than national rate”, The Guardian, August 24, 2005).
Cuando no se subsidia la educación superior, y el futuro graduado paga el costo de las colegiaturas endeudándose (como es común en los Estados Unidos), el mal negocio salta a la vista. Los graduados salen a buscar trabajo con aspiraciones difícilmente realizables y una carga financiera asfixiante. No lo encuentran, o no lo encuentran dentro de su especialidad, o no lo encuentran dentro de su nivel, o no ganan lo suficiente para pagar el lujo que se dieron.
La supuesta “inversión en capital humano” tiene rendimientos decrecientes. La escolaridad adicional aumenta el nivel de ingresos, pero menos que el costo de obtenerlos prolongando los años de escolaridad. En las estadísticas de muchos países puede verse que la educación básica es más rentable que la educación superior. Los años de escolaridad adicionales tienen rendimientos decrecientes para los estudiantes y para el país. Sin embargo, en México se gasta poco en la enseñanza de oficios y demasiado en educación superior.
La universidad conserva el lujo de su origen: el modelo inventado por los jóvenes de familias ricas que, en Bolonia, en el siglo XI, tuvieron la idea de asociarse y contratar maestros, bedeles y un local, en vez tomar clases particulares en casa de los maestros. Era un lujo ideal para la clase alta, poco generalizable para toda la población. El lujo se volvió más costoso y menos generalizable cuando (siglos después) los bedeles tomaron el poder y añadieron gastos desmesurados en administración, prestaciones sindicales, estadios, viajes y relaciones públicas.
Como si fuera poco, inventaron el paquete vendible como una especie de canasta de Navidad. La canasta 23 incluye este conjunto de servicios educativos y requisitos
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