La Divina Providencia
Enviado por 19129391283918 • 28 de Octubre de 2014 • Tutorial • 23.703 Palabras (95 Páginas) • 294 Visitas
3AlucinacionesTiara soñaba con Diego esa madrugada. Ella y sucompañero esperaban por una lancha que los
4. 4trasladara hasta el embarcadero de la EscuelaMadre de la Divina Providencia. De pronto, laniña vio ciertos destellos que se desplazaban enmedio de la bruma, como pequeños peces fuera delagua, amenazando con regresar de un salto a sumundo submarino.Desde el muelle, ambos miraban en silencioaquel paisaje de ensueño. Diego montaba suespléndida bicicleta, pedaleando de un lado a otro,como si la pasarela de madera no existiera. Enmedio de la bruma, mecida por las olas, aparecióuna imponente figura, cuando la neblinacomenzaba a dejarle un espacio de cielo al océano.La niña se estremeció de la cabeza a los pies, comosi una brisa gélida la dominara, porque creyó habervisto a su hermano.
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6. 6Tiara se volvió para mirar a Diego a los ojos,porque en ellos se reflejaba mejor el color gris delmar y del cielo. El rostro del muchacho hizo unamueca de asombro y saltó como un resorte,perturbado por la repentina reacción de sucompañera.—¿Qué pasa? —balbuceó.—No, nada —titubeó ella.—¿Nos vienen a buscar? —preguntóDiego.Tiara permaneció expectante unos segundos antela sorprendente aparición que emergió de la nada:mecida por las olas, flotaba la imponente piragua.La nave se acercó. Ocho hombres la tripulaban.Entre ellos se encontraba el abuelo de la niña yKiko, el hermano mayor de Tiara.Ataviados con finas plumas multicolores, lostripulantes de aquella embarcación maravillosadetuvieron el acompasado movimiento de losremos a escasos metros de la costa. Tiara buscórefugio junto a Diego; temblaba de miedo.—¡Eres una Miru! —saludaron—. Miembro denuestra estirpe real.
7. 7—¿Quiénes son ustedes? —preguntó la niña,volviéndose a ellos.—Son los príncipes Ariki Paka y vienen por ti—respondió el anciano.—¡Qué bueno! —replicó Tiara, sin mayoralegría—. Para que nos lleven a la escuela.—Navegamos contra el tiempo —respondieronapremiados los príncipes—. Es largo el viaje hastalas costas del Poike.—¿Y mi papito? —insistió la niña.—El competirá en una prueba muy dura—respondió el abuelo.—¡Quiero ir a verlo!—Tiara —se apresuró Kiko—, aborda tu pora yrema hasta nuestra embarcación.—¿Tengo que subirme a la balsa? —exclamó laniña, al tiempo que miraba a su abuelo y a Diego,mudo de asombro.—Eres navegante, igual que nosotros—respondieron los príncipes.Mientras la niña intentaba separarse de su amigopara obedecer las instrucciones que recibía,impulsada por la misteriosa voluntad que la
8. 8dominaba, se preguntó si Diego estaría dispuesto air con ella.—¿Vienes, Diego? —insistió.El muchacho dudó. El abuelo y Kiko exigieron ala niña que se apurara, que no había tiempo queperder.—No iré sin él —respondió Tiara.—Que aborde la nave —ordenaron los príncipes.—Vamos, Diego —dijo Tiara—. Monta de unavez en tu bici y ven conmigo.Al escuchar que Tiara mencionaba la bicicleta,Diego, víctima de una fuerza misteriosa y consorprendente habilidad, comenzó a desplazarselentamente por el embarcadero, zigzagueando deun lado a otro, a punto de perder el equilibrio,avanzando hasta el agua. Eran saltos pequeños, conuna rueda primero y luego con la otra, logrados alapretar y soltar los frenos. Parecía un caballodesahogando su dicha; una extraña figura de gomaque rebotaba sobre el entablado resbaladizo. Laniña no hacía más que celebrar la habilidad de sucompañero.Tiara contemplaba maravillada la destreza deDiego. Ella corrió a los botes, junto a los cuales
9. 9flotaba su Amiga Yara, la balsa de espuma plástica.Acomodó su mochila, desató la amarra y de unsalto abordó decididamente la débil embarcación.Arrodillada en la—¿Y mi papito? —preguntó, mientras seabrigaba con su chaleco de lana.—Se embarcó temprano. Aquí no hay hombreflojo, chica.—¿Y el Kiko?—Salió de pesca con su padre, hija.Tiara fue a mirar por la ventana. Para su sorpresa,la bruma se mantenía suspendida sobre el mar talcomo la viera en su sueño. En el embarcadero lepareció distinguir a Diego, inmóvil frente al mar,sosteniendo su bicicleta con ambas manos, como siestuviera dispuesto a lanzarse al agua con ella.Entonces, la niña recordó el sueño que habíatenido y regresó entusiasmada a la cocina. Vertióleche caliente en un jarro enlozado y la endulzócon azúcar. Se sentó a cubrir de margarina unamedia rebanada de pan amasado recién sacado delhorno y apuró el desayuno. Mientras bebía el restode leche humeante, fue asaltada por una idea quela hizo temblar de pies a cabeza: tal vez su madre
10. 10deseaba que esa mañana se quedara en la casa, puesera muy arriesgado navegar con tanta niebla. Detodos modos, la niña prefería no faltar a clases. Enla escuela, al menos, podía deambular por lospasillos, aun cuando nadie la acompañara. Y frenteal profesor, siempre existía la posibilidad de alzarla mano y ser tomada en cuenta.Por fortuna, su madre estaba demasiado ocupadaen sus quehaceres como para preocuparse de la hijadel medio, la que al parecer a nadie importaba.Pero si al menos regresara su padre o su hermanode la pesca... ¿Se sentiría reconfortada?—Mamá, tengo que ir a la escuela—rogó.—Hija —respondió después de un rato la madre,afanada como estaba en el cuidado de sus hijospequeños—, no faltará quien la balsee.Tiara se levantó de un salto de la mesa y volvió alcuarto de baño. Cepilló con descuido sus dientes,se enjuagó la boca con un potente sorbo de agua yterminó de limpiarse los labios con un paño dealgodón, bordado con delicadas flores rojas yamarillas.—¡Chao, mamá! —gritó desde la
11. 11puerta.—Váyase como pueda, hija —respondió lamadre.Con su uniforme azul, salió a la bruma de lamañana. Saltando como una gaviota, siguió elcamino que señalaba la estrecha pasarela. Hastaque descendió por la escalinata de madera queconducía al muelle.Tiara se aproximó a su compañero de escuela y leofreció la mejilla para aceptar un beso desganado ytibio. De uno de sus bolsillos sacó la delgada cuerdapara el juego del kai-kai su entretenciónpredilecta, mientras esperaba el bote que losbalsearía hasta la caleta de la escuela.—Anoche soñé contigo —dijo, sonriendo.—¿Qué cosa, Huevito? —preguntó Diego, muyserio.Pero Tiara no respondió. Tensó el cordel entresus dedos entumecidos y con los pulgares y losíndices formó diversas figuras a medida quecantaba:Kia—kia; kia—kia;tari rau kumara,i te ehu—ehu;
12. 12i te Papua—púa.—¡Ya está la Pascuala con sus cosas extrañas!—comentó Diego, en tono de burla.—¡Pascuala! —remedó Tiara.—¿No le dicen Pascual a tu padre? —insistióDiego.—¿Por qué no le dicen Huevito también?—replicó la niña.—Porque él no come huevos como tú lo hacíascuando eras chica —prosiguió Diego—. Encambio,
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