La organización genital infantil
Camila TResumen9 de Mayo de 2018
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La organización genital infantil
Ya en la niñez se consuma una elección de objeto como la que se supone característica de la fase de desarrollo de la pubertad. Las aspiraciones sexuales se dirigen a una persona única y en ella quieren alcanzar su meta.
La unificación de las pulsiones parciales y su subordinación al primado de los genitales son establecidas incompletamente.
En el apogeo del proceso del desarrollo de la sexualidad infantil el interés por los genitales y el quehacer genital cobran una significatividad dominante. Para ambos sexos solo desempeña el masculino: primado del falo.
En el varón: percibe la diferencia entre él y mujeres, pero al comienzo no tiene ocasión de relacionarla con una diversidad de sus genitales, para él es natural presuponer que todos lo poseen. Hay un alto grado de interés en compararlo con el suyo. Muchas de las exhibiciones y agresiones que el niño emprende se ponen al servicio de la investigación sexual.
Es notoria su reacción frente a las primeras impresiones de la falta de pene. Desconocen esa falta, creen ver un miembro a pesar de todo. Llegan a la conclusión luego, que estuvo presente y luego fue removido, resultado de la castración.
Llega un menosprecio por la mujer, horror a ella, disposición a la homosexualidad derivan del convencimiento de la falta de pene en la mujer. El niño cree que solo personas despreciables del sexo femenino lo perdieron. Respetable como la mamá aun lo conserva. Solo más tarde cuando aborda los problemas de la génesis y el nacimiento, colige que solo mujeres pueden parir y madre también lo pierde.
En el estadio de la organización pregenital sádico-anal no cable hablar de masculino o femenino; la oposición entre activo y pasivo es la dominante. En el siguiente hay algo masculino pero no femenino, aquí oposición: genital masculino o castrado. Con la culminación de la pubertad la polaridad sexual es femenino (objeto y pasividad) masculino (sujeto actividad y posesión de pene).
El Final del Complejo de Edipo
La sexualidad sigue un curso diferente de desarrollo en varones y niñas.
El Complejo de Edipo: fenómeno central del período sexual de la primera infancia. Después cae sepultado, sucumbe a la represión y es seguido por el período de latencia. ¿Por qué cae? La falta de satisfacción esperada, la continua denegación del hijo deseado, por fuerza de determinarán que los pequeños enamorados se extrañen de su inclinación. Otra, porque ha llegado el momento de su disolución. Es un fenómeno determinado por la herencia, dispuesto por ella, tiene que desvanecerse de acuerdo con el programa cuando se inicia la fase evolutiva siguiente. (Ambas concepciones, convive la ontogenética con la filogenética).
Esta fase fálica contemporánea a la del complejo de Edipo no prosigue su desarrollo hasta la organización genital definitiva, se hunde y es relevada por el período de latencia.
Cuando el niño ha volcado su interés a los genitales, lo deja traslucir por su vasta ocupación manual en ellos, y después tiene que hacer la experiencia de que los adultos no están de acuerdo con ese obrar. Sobreviene la amenaza de que se le arrebatará esta parte tan estimada para él. Suele ser amenazado también por mojar la cama, la persistencia en mojarse ha de equipararse a una expresión de la misma excitación genital.
Al principio el varón no presta creencia a las amenazas (debería estar preparado a perder: ya el pecho materno y las heces). Solo tras hacer una nueva experiencia empieza el niño a contar con la posibilidad de una castración.
La observación que quiebra la incredulidad es la de los genitales femeninos. Con ello se ha vuelto representable la pérdida del propio pene, y la amenaza de castración obtiene efecto.
El complejo de Edipo ofrecía al niño dos posibilidades de satisfacción; una activa y otra pasiva. Pudo situarse de manera masculina en el lugar del padre (mantener comercio con la madre y padre ser obstáculo) o sustituir a la madre y hacerse amar por el padre (madre sobra). No tuvo aun ocasión alguna para dudar de que la mujer posee un pene. La aceptación de la posibilidad de la castración, la intelección de que la mujer es castrada, puso fin a las dos posibilidades de satisfacción derivadas del complejo. Ambas conllevan la pérdida del pene. Si la satisfacción amorosa debe costar el pene, estallará el conflicto entre el interés narcisista en esta parte del cuerpo y la investidura libidinosa de los objetos parentales. Triunfa el primero: el yo del niño se extraña del complejo.
Las investiduras de objeto son resignadas y sustituidas por identificaciones. La autoridad del padre es introyectada en el yo, forma el núcleo del superyó, toma la severidad del padre y perpetua la prohibición del incesto. Las aspiraciones libidinosas son desexualizadas y sublimadas. El proceso salvo los genitales, se inicia el período de latencia. Si el yo no ha logrado mucho más que una represión (debe ser destrucción y cancelación) subsistirá en el inconsciente y devendrá luego en patógeno.
También niña desarrolla complejo, superyó y período de latencia. El clítoris de la niña se comporta al comienzo como un pene, luego percibe es demasiado corto y siente un perjuicio y una inferioridad. Se consuela con que crecerá y lo tendrá. Aquí se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer. Su falta la explica mediante el supuesto de que una vez lo poseyó y después lo perdió por castración. La niñita acepta la castración como un hecho consumado, y el varón miedo a la consumación.
Excluida la angustia de castración está ausente también un motivo para instituir el superyó e interrumpir la organización genital infantil. Estas alteraciones parecen ser resultado de la educación. La muchacha se desliza a través de una ecuación simbólica, del pene al hijo, su complejo culmina con el deseo de un hijo del padre. Estos deseos permanecen en el inconsciente donde se conservan con fuerte investidura y preparan al ser femenino sexual.
Algunas consecuencias psíquicas de la diferencia sexual anatómica.
Análisis de los neuróticos penetran en el primer período de la infancia, florecimiento temprano de la vida sexual. Es lento y trabajoso.
En el niño el complejo de E. es de sentido doble, activo y pasivo en armonía con la disposición bisexual. También él quiere sustituir a la madre como objeto de amor del padre, (actitud femenina).
La acción de espiar con las orejas el coito de los progenitores a edad muy temprana da lugar a la primera excitación sexual, punto de partida del desarrollo. Fantasías primordiales.
Inicialmente la madre fue objeto para ambos. Mujeres perseveran con la ligazón-padre y deseo de tener un hijo de el en que esta culmina. Esta fantasía fue también la fuerza pulsional de su onanismo infantil.
Fase fálica es el descubrimiento de la niña. Nota el pene de otro bien visible y de tamaño superior a su propio órgano pequeño y escondido, cae víctima de la envidia del pene.
La niña pequeña en ese momento se forma su juicio y decisión, sabe que no lo tiene y lo quiere.
Aquí se bifurca el complejo de masculinidad de la mujer, si no logra superarlo pronto, puede deparar grandes dificultades al prefigurado desarrollo hacia la femineidad. (ej. desmentida: se rehúsa a aceptar el hecho de su castración y se comporta como varón).
Con la admisión de su herida narcisista se establece en la mujer un sentimiento de inferioridad. Superado el primer intento de explicar su falta de pene como castigo personal, se menosprecia y se mantiene en paridad con el varón.
Pervive en el rasgo de carácter de los celos con un leve desplazamiento. Desempeñan un papel mucho mayor en la vida anímica de la mujer.
Otra consecuencia: aflojamiento de los vínculos tiernos con el objeto madre. La madre que echo al mundo a ella con una dotación insuficiente es responsable. Afloran celos hacia otro niño que la madre ama más (por ser poseedor, pasa a ser primer objeto de la fantasía que desemboca en masturbación “pegan a un niño”).
Otro efecto de la envidia (el más importante) la naturaleza de la mujer está más alejada de la masturbación. La masturbación en el clítoris sería una práctica masculina y el despliegue de la feminidad tendría por condición la remoción de la sexualidad clitorídea. (Las reacciones de los individuos de ambos sexos son mezcla de ambos rasgos). Tras la envidia del pene viene una contracorriente opuesta al onanismo (influjo pedagógico). Algún factor concurrente le vuelve acerbo el placer de esa práctica. Afrenta narcisista enlazada con la envidia, mejor abandonar la competencia con el varón. El conocimiento de la diferencia anatómica la lleva a encaminarse por la feminidad.
La libido de la niña se desliza (por ecuación simbólica) a una nueva posición. Resigna el deseo del pene para reemplazarlo por el de hijo. Toma al padre como objeto de amor, madre objeto de celos. En la niña el complejo de E. es una formación secundaria.
Mientras que el complejo de E. del varón se va al fundamento debido al complejo de castración el de la niña es posibilitado e introducido por este.
En la niña le falta motivo para la demolición del complejo de E. El superyó nunca deviene tan implacable, impersonal e independiente de sus orígenes afectivos como el del varón. Se deja guiar en sus decisiones por sentimientos tiernos y hostiles.
Duelo y Melancolía
Melancolía como cuadro patológico que tiene muchos puntos en común con el duelo y es grave. Freud la pone dentro de la neurosis narcisista.
El duelo en cambio es una reacción ante la pérdida de un objeto amado, puede ser desde una persona amada, la patria o incluso un ideal. El duelo si bien tiene manifestaciones que son patológicas estas se encuentran dentro de lo normal del duelo. Y si no importan en la clínica es porque pasado unos tiempos estos desaparecen no así en la melancolía ya que en este caso se mantienen en el tiempo y se pueden observar como la perdida de interés en el mundo exterior, una sensación de desazón (triste, doloroso y sin ganas), perdida en la capacidad de amar, inhibición de la productividad (aunque esta es común en las 2) y una rebaja del sentimiento del sí que se manifiesta en extrema auto denigración y auto reproche, además el melancólico se complace en mostrar y decir los reproches a los demás.
El trabajo del duelo consiste en retirar la libido del recuerdo pieza por pieza (recuerdo algo pero al recordarlo me confronto con la realidad “no existe más” y en este proceso voy retirando la libido).
Una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez libre y desinhibido (queda marcado por la pérdida). Con el trabajo que hace el duelo se va enterando de lo que perdió. De entrada es habitual que el que pierde un ser querido cree que lo perdió todo, no sabe lo que perdió, pero junto con ese saber sobre lo que perdió va sabiendo lo que no perdió. Proceso clave del duelo cuando se confronta lo que perdió y lo que no perdió. En cambio en la melancolía sabe a quién perdió pero no sabe lo que perdió junto al objeto. La diferencia está en que lo perdido en la melancolía está a nivel inconsciente en cambio en el duelo el trabajo es hacer consciente lo perdido.
En el duelo a raíz del trabajo del yo el mundo se ha vuelto pobre y con falta de interés. En el melancólico en cambio lo que se vuelve pobre es el propio yo, entonces, padece lo que se llama como “delirio de insignificancia” Caso extremo de auto denigración y es inútil tratar de convencerlo de lo contrario. Freud dice que los defectos que dice el melancólico sobre sí mismo son ciertos. Freud plantea que cuando uno escucha los reproches del melancólico están dirigidos a una persona, cuando son así mismo es realidad es a otro, reproches hacia una persona amada. El auto reproche en realidad es un reproche pero es porque el objeto fue incorporado al propio yo pero lo incorporo de tal modo que el objeto devoro al yo. La incorporación del objeto se explica por vía de la identificación. Todo proceso de duelo acarrea algo de identificación (la identificación también es continua a la elección de objeto). En la melancolía como el yo tiene incorporado al objeto la perdida de objeto se convierte en una pérdida del yo o una parte del yo.
El tiempo en el duelo hay que respetarlo y no acortarlo tiene que transcurrir su tiempo. Para que en lugar de un duelo normal ocurra la melancolía la elección de objeto tiene que haber sido una elección de objeto narcisista. Hay dos tipos de elección de objeto: anaclítica y narcisista. La anaclítica consiste en elegir objeto según el modelo de una de las relaciones primordiales, la madre nodriza o el padre protector. Y el narcisista, lo que uno es, lo que fue, lo que desearía ser o fue parte de uno (es decir cuando elijo un objeto en el otro hay algo mío en el). Siempre es fuertemente ambivalente (entre sus sentimientos) acerca del objeto y otra característica es que una parte de ella retrocede hasta la identificación. Se ama tanto como se odia al objeto amado. El amor padece la ausencia del objeto, el odio deseo en algún momento la desaparición y esa coexistencia entre amor y odio genera culpa.
La melancolía comparte con el duelo el carácter de desaparecer al cabo de cierto tiempo. Una peculiaridad de la melancolía es su tendencia a transformarse en manía, en un estado completamente opuesto. La manía es que el yo ha vencido sobre algo pero no se sabe sobre que se triunfó, es una gran sensación de triunfo y no valora los objetos, no tiene ligadura libidinal (incluido el propio yo). La manía es negar el duelo.
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