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Comparacion De Las Pesrpectivas


Enviado por   •  8 de Noviembre de 2014  •  3.748 Palabras (15 Páginas)  •  247 Visitas

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La observación convergente de varios hechos empíricos, tanto en países industrializados como en sociedades de menor especialización estructural e ingreso, justifica un nuevo género de indagación que diversificaría el campo de las ciencias sociales. Se trata de la sociología de la ignorancia.

En su momento, Bacon acuñó la memorable sentencia: "Saber es Poder." La tesis que hilará mis argumentos es, en gran medida, su rival: "Ignorancia es Poder." Hasta la fecha, el conveniente desliz, el celebrado "acto fallido" la torcedura de los datos, se han percibido como puntual escapismo, acertado olvido o excusable disculpa en el espacio interno de los individuos y en los canjes que se verifican en la sociedad. Pero la ignorancia que aquí refiero es un artefacto estructural, inteligentemente montado, que sólo en parte acentúa y difunde "la falsa conciencia" señalada por el marxismo. Porque este dispositivo apareja efectos más amplios: institucionaliza un régimen de desinformación que deforma o sesga decisiones en la cúspide del poder, disimula y entorpece el conocimiento público, y engaña sin malicia impugnable a los ciudadanos, que a su turno se autoengañan.

Presentaré con este curso de ideas un surtido de reflexiones exploratorias en torno a la ignorancia como estructura social y algunas de sus ramificaciones. Deseo parir un tema que tiene por objeto dilucidar la lógica de la oscuridad cognitiva, a veces inocente y a veces deliberada, pero siempre funcional, con el propósito de identificar mecanismos sutiles de opacamiento del saber, que actores encumbrados y la propia sociedad administran y consumen, padecen y aprovechan. Confienso que, por timidez o por miedo a provocar el convencional ridículo, o a manumitir los demonios que protegen a los enunciados engañosos que calan hondo en cualquier sociedad, sólo me atrevo a sugerir ideas e hipótesis. Nada más, nada menos.

La ingerencia -por no decir asalto- de los expertos en y al sector público y privado así como las influencias que disparan al conjunto comunitario pueden tomar la forma, deliberada o brumosa, de una monopolización petulante del saber.

Este influjo distorsionante no es nuevo. En la Edad Media escolástica, por ejemplo, proliferaron los signos de alianza entre hombres de poder Y hombres de contemplación. De hecho y por añadidura, la creación de las universidades -debidamente amparadas desde el siglo XI por bulas papales- fortaleció este entendimiento. Las instituciones de educación superior, levantadas algunas por la propia Iglesia con el designio de formar burócratas leales, y otras por iniciativa de estudiantes, más amantes de la irresponsabilidad festiva que de la grave sapiencia, forjaron recursos intelectuales de diverso jaez. Hoy, muchos de los hijos de estas instituciones constituyen una suerte de cartel cognitivo que con frecuencia apuntala, y a veces objeta, al Príncipe, y distorsiona por malicia o por ineptitud la reflexión social.

La clave de este poder sutil de los especialistas el peso creciente de la información en la sociedad moderna, además de la reverencia, entre ceremonial y genuina, que se le dispensa por la afinidad que exhiben con las tradiciones y papeles de los intelectuales.

Por vocación o por imperativo funcional, los políticos contemporáneos -con saber pertinente o con desinformación disimulada- deben asumir decisiones y presumiblemente dar cuentas por ellas y les es indispensable preservar la legitimidad de su ejercicio. Los estilos difieren en los variados países y regímenes. En cualquier caso, ocurre a menudo que los ciudadanos que, en los hechos o al calor de ilusiones, escogieron a estos políticos conocen con rezago y a través de ondas deformantes la sustancia de estas decisiones. O peor sufren las consecuencias de algún extravío que en verdad se incubó en la cúspide pero que ellos adjudican a la Providencia o al Destino -según la semiótica social de moda- por efectos de la ignorancia compartida.

Los especialistas -transfiguraciones, como se dijo, de genuinos o presuntos intelectuales- gozan en contraste de una situación algo más afortunada: dan consejos -inteligentes o disparatados con rendición sublimada o difusa, en el mejor de los casos, de cuentas y de responsabilidad por las consecuencias de estos consejos. Sin embargo, este ejercicio no es trivial. Los expertos son manipulados y lisiados por las fuentes de información de sus homólogos, o bien internalizan sin escrutinio los equívocos que la propia sociedad produce y consume. De este modo se gesta un ciclo de ignorancia dinámica que se autoalimenta y amplifica. Así, los expertos confieren legitimidad y sustento a las estrategias de la ignorancia pues el público -incluyendo políticos, empresarios y periodistas- dispensan a estos presuntos sabios un crédito abultado, por inercia o por irreflexión.

Naturalmente, en algún instante futuro y con razonable probabilidad, un maligno historiador, celoso de su oficio, descubrirá tal vez la gravitación ambivalente de estos especialistas que se acomodaron, con guiños codificados y discreta soberbia, detrás de tronos y micrófonos. En la generalidad de los casos, este maridaje entre expertos, por un lado, que dosifican información aconsejable y supuestamente fiable, y los políticos, por otro, que asumen con ardor decisiones y directrices, conviene a las partes. Así dividen el trabajo. Trabajo que efectúan con rigor o frívolamente, con sensatez o con desatinos, emitiendo informes genuinos o ceremoniales al público que los escogió o que los tolera. Reto formidable para el futuro analista: quién, cómo y por qué fabricó y se fabricaron estas ficciones que jamás fueron desmentidas por el discurso público (pues hay otro: el hablar codificado de la sabiduría popular) y cómo éste retroalimentó, a su vez, las estafas de la información.

Max Weber anticipó, ya se sabe, que una hipotética colisión de ethos, de inclinaciones estéticas y morales, lleva a una gradual incomunicación entre el saber y el poder, o al menos a una conflictiva alianza entre sus representantes de turno. Anticipación desbordada, a mi juicio.

Es cierto: fricciones suelen consignarse en el marco de una escisión solidaria de tareas que al cabo se transforma en mutua victimología. Pues los poseedores del saber se imaginan rehenes del poder, y, en contrapartida, los políticos deben apelar a expertos -que a menudo desprecian o consideran extraviados- a causa del diluvio informativo o por los imperativos de la modernidad.

Se trata de un matrimonio forzado y apenas democrático. Sin embargo, merced a la estampida de la ciencia en los corredores del poder (un ejemplo: la celebrada "pérdida de la virginidad" -según Oppenheimer- como resultado de la militarización tecnológica de la sociedad

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